Corría un fatídico 1 de diciembre de 2007, un día grabado a fuego para muchos guardias civiles que todavía recordamos la puñalada en el corazón que supuso la noticia del tiroteo y asesinato de dos guardias civiles del Servicio de Información en la localidad francesa de Capbreton. Ocurrió a primera hora de la mañana; por la tarde el ministro Rubalcaba junto a su homóloga francesa llegaban al aeropuerto de Biarritz procedentes de una reunión europea, y de ahí se desplazaron en coche hasta el lugar del crimen. Se le informa del fallecimiento de Raúl Centeno y del estado crítico de Fernando Trapero, y se le añaden los pocos detalles que en ese momento hay sobre las circunstancias del hecho.

La comitiva llega al aparcamiento del centro comercial donde todavía yace Raúl, en el interior del coche oficial violentado por los etarras, por la lentitud de los trabajos de la policía judicial francesa, en su minucioso estudio de la escena del crimen. También están por allí muchos de los guardias civiles, compañeros de Raúl y Fernando, que esa mañana estaban desplegados, como tantos y tantos días, junto a nuestros compañeros de la policía francesa, en el sur de Francia en su labor de búsqueda, localización y detención de terroristas de ETA.

Se acercó lo que pudo al coche oficial donde Raúl aún permanecía tras el crimen. “¡Qué hijos de puta!”, repitió varias veces

Ese primer día de diciembre un cúmulo de circunstancias invirtió los términos, de manera trágica: los malos sorprendieron y mataron a los buenos, aunque los tres asesinos serían detenidos y castigados con largas condenas en Francia. El que disparó a bocajarro fue condenado a cadena perpetua. El ministro Rubalcaba lo primero que hizo al llegar fue abrazar y tener palabras de consuelo para todos esos desolados y abatidos guardias civiles, todos con lágrimas en los ojos, el ministro también en algún instante. La relación jerárquica desapareció por momentos ante el dolor, la impotencia, la rabia y el deseo de coger a los asesinos; todos, el ministro también, eran guardias civiles. Permaneció allí varias horas, escuchando las todavía imprecisas explicaciones de la policía francesa, los detalles del operativo que allí se llevaba a cabo de boca del capitán encargado de las investigaciones, cómo fueron las últimas horas y días de Raúl y Fernando contadas por sus compañeros de equipo operativo (una verdadera familia), con multitud de anécdotas que ahora sonaban con tristeza y dolor; y también se acercó lo que pudo al coche oficial donde Raúl aún permanecía. El ministro estaba allí para hacer compañía a los que la necesitaban. “¡Qué hijos de puta!”, repitió varias veces.

También visitó el hospital de Bayona donde Fernando luchaba, sin posibilidad alguna, por sobrevivir; su fuerza y juventud le mantendrían vivo varios días. Allí volvió a consolar y compartir dolor con los compañeros de equipo de Fernando, con su teniente al frente, sin despegarse ninguno del compañero herido, en la misma UCI gracias a la excepción y comprensión del equipo médico hospitalario. El ministro volvió a ser un guardia civil más, así lo sentía y así se lo hacía sentir al resto de agentes. Además movilizó todos los recursos imaginables para buscar el milagro imposible (llegó un equipo médico de España) o para atender a cualquier necesidad de las familias o compañeros.

Siempre mantuvo, incluso cuando dejó el Ministerio y la política, algún contacto con los que compartió pena, dolor y lágrimas

Regresó más días a ese hospital francés donde los padres de Fernando acompañaban ya a su hijo, llegados desde Ávila. Y todos los presentes pudieron comprobar la humanidad del ministro Rubalcaba, humanidad sincera que se demostraba durante las horas que permanecía junto a la familia del guardia civil, charlando, consolando, sintiendo y sufriendo como si él también fuera el padre de Fernando o de Raúl. Desgraciadamente volvería a mostrar su lado más humano, un año después, con la viuda del guardia Piñuel asesinado por otros terroristas en la localidad alavesa de Legutiano. Otra vez el ministro fue un guardia civil más en el dolor.

Siempre mantuvo, incluso cuando dejó su cargo al frente del Ministerio, y también cuando abandonó la política, algún contacto con aquellos con los que compartió pena, dolor y lágrimas. Hoy todos ellos tienen un recuerdo de reconocimiento hacia el que se ganó la autoridad por su más que demostrada humanidad.


Manuel Sánchez Corbí es coronel de la Guardia Civil y ex jefe de la Unidad Central Operativa (UCO)