La Fiscalía había sacado la metralleta de encaje con la que hace sus puñetas y sus escritos como con máquina de coser, así que los acusados estaban ahí escuchando las conclusiones como viendo a la abuela hilvanar o amortajar. Todo eso de la justicia, que es vieja, lenta, miope, rebordada, pero con oficio y seguridad de siglos, a esta gente le parece gregoriano. Ellos, como todos los fanáticos, sólo van de la fantasía al fuego. Yo creo que comprenderían y disculparían antes un tanque por la Rambla que al señor
fiscal haciendo un rosario a pie parado con las leyes que los indepes se han comido, han ignorado y han violado. Un tanque sería otro fuego que iguala y legitima su fuego, pero la Fiscalía con sus gafas de coser haciendo la suma de todas las ilegalidades como la cuenta del ultramarinos les descoloca. Ellos se entienden con el fuego de los púlpitos, de la piedra, de las multitudes, de sus sábanas espesas de alucinaciones como de lava (hasta sus abogados se han dedicado a fundamentar o filosofar alucinaciones), así que la mecanografía coja de la ley, coja como una costurera antigua que pedalea en su máquina, les asusta y les paraliza.

El fiscal Zaragoza, con cadencia y picotazo de pespunte, decía que aquello fue un golpe de Estado, que no se puede llamar de otra manera a intentar cambiar un régimen jurídico por otro con medios ilegales. Explicaba que se usó la fuerza y la coacción cuando fue necesario. Y que no se trata de simple sedición, delito que existe para proteger el orden público, sino de rebelión, porque atentó directamente contra el orden constitucional. Jordi Cuixart asistía con una sonrisa partida, esa sonrisa no del pillo sino del pillado, no de superioridad sino de impotencia, como la del futbolista tarjeteado.

Jordi Cuixart asistía con una sonrisa partida, esa sonrisa no del pillo sino del pillado, no de superioridad sino de impotencia

Forcadell meneaba mucho la cabeza, como una nadadora que se ahoga en la realidad. Junqueras, circunspecto, contenido, sufriente de orgullosa humildad (él siente que lo están evaluando constantemente en el Cielo para darle una abadía cervecera o algo así), parecía concentrarse para levitar, cosa con la que el Tribunal reconocería inmediatamente su inocencia y su verdad. Eso, que él levitara en el Supremo entre rayos de vidriera y voces blancas, que Marchena se arrodillara y que él lo perdonara magnánimamente tocándole la coronilla, ésa creo que es la fantasía que más le ocupa, más que las fantasías rumberas de los presos y más que la propia independencia. En general, los procesados parecían adoptar, por momentos, composiciones desmayadas e incrédulas, como esos cuadros con San Miguel y ángeles rebeldes.

Todo el juicio ha sido una lección de realidad. La realidad es el problema principal del independentismo, un problema de edad mental y política, un problema de infantilismo. Ahora la Fiscalía lo resume todo clara y profilácticamente, leyendo con sus lentas mangas de médico antiguo, pero todo el conflicto nace de la incapacidad del secesionismo para ver la realidad. El procés es un loco tren de alucinados: los que idearon el farol creyendo que podría funcionar, los que tomaron el farol por real, los que pensaron que no iba a pasar nada por dar un golpe de Estado, los panolis y los esnobs que aún creen que están haciendo el trabajo atrasado de Gandhi y de todos los mimos del mundo… Pero también hay mucho de cobardía. Aceptar la realidad aún los haría valientes. Es decir, aceptar la pelea los haría verdaderamente luchadores, rebeldes. Aceptar que han iniciado una revolución y apechugar con sus consecuencias. Pero unos revolucionarios argumentando que ellos no han contravenido la ley ni han violentado el sistema que pretenden derribar, eso es una ridiculez.

Unos revolucionarios argumentando que ellos no han contravenido la ley ni han violentado el sistema que pretenden derribar, eso es una ridiculez

Ante la realidad, infantilismo y cobardía. Ni madurez democrática (qué demócrata de verdad puede caer en la trampa totalitaria del nacionalismo), ni vista política, ni valentía del disidente. Por eso en este juicio, donde la realidad se les ha materializado de manera más contundente incluso que en la cárcel, no como un conjunto de muros sino como la poesía de la democracia leyéndose a sí misma en su salón musical, ellos no saben dónde sentarse, qué cara poner, qué hacer ni qué decir. Por eso salen como patriotas acojonados, como santones desinflados, como héroes desmemoriados, como líderes encogedizos. Menean la cabeza agitándose ante la desconcertante solidez del mundo exterior, sonríen con el labio temblando, dejan caer los ojos en una fiebre fingida, melancólica y vergonzante. Frente a ellos, no sólo está la Fiscalía con su sonido y su constancia de rueca, sino la primera respuesta del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Es la realidad entrándoles por fin por la ventana como esa luz de costurera.