La nueva política quería cambiar las cosas porque no funcionaban. No sabían muy bien cómo hacerlo, pero había que cambiarlas, empezando quizá por convertir las cacerolas de fideos del pueblo en campanas de asedio, los políticos en parrillada y la calle en campamento indio. Ahora, algunos se van dando cuenta de que es justamente así, con esa nueva política, con una docena de partidos irritados e irritables, con tantos misioneros salvadores e inflexibles, cuando no se puede hacer funcionar nada, ni siquiera echar a andar el carrusel veneciano del Congreso de los Diputados.

A ver si va a ser Sánchez, que sólo tiene puntería política para elegir colchón presidencial, como aquella princesa del guisante, el que nos va a devolver al bipartidismo. Sánchez, cabreándolos a todos, podría ser, incluso sin pretenderlo, el gran restaurador del pacífico turnismo, esa cosa isabelona que nos quedaba ahí al fondo de nuestras instituciones, la verdadera monarquía de dos partidos primos que se van pasando España como un candelabro por los mismos salones de siempre. Esto nos trajo paz en la gobernanza y una santa corrupción a la que le daba tiempo conseguir incluso señorío.

Ya están pensando que les da igual un soso como Rajoy o un narcisista como Sánchez

Ahora no hay gobernanza, el presidente parece el guardafincas de verano de La Moncloa, los sillones ministeriales vienen con tobogán y el Congreso puede zozobrar y volcar en cualquier momento como el galeón que parece, apenas se les muevan los políticos y sus intereses con su ridícula solemnidad de barriles rodantes. Mientras, la gente se cansa de tanta revolución con patinete (Podemos) y tanta regeneración de boquita de piñón (Ciudadanos). Ya están pensando que les da igual un soso como Rajoy o un narcisista como Sánchez, las transversalidades retorcidas y el reformismo ateneísta, pero que alguien gobierne y se cierre ya la campaña electoral, el foso con cocodrilos y la timba política que se está haciendo ya larga como la subasta del Un, dos, tres.

La nueva política nació con la crisis, cuando las casas de los padres y de los abuelos se llenaban de sus hijos mendigos igual que las plazas se llenaban de ciudadanos mendigos, con el plátano y la mochila que les había dejado el sistema; cuando todos los señores políticos de los telediarios parecían una banda de música antigua. Del 15-M y de unos profesores despeinados, sandalios, revolucionarios diletantes, nació Podemos. De la reacción antinacionalista y de un republicanismo cívico con impulso intelectual, con fundadores juramentados y librescos, nacieron UPyD y Ciudadanos.

Sánchez ha destrozado a Podemos y ha arrinconado a Cs en la trampa del facherío

Pero ya hemos visto que los revolucionarios se hacían oligarquía y sectas, como pasa siempre; que los reformistas han ido más a sustituir al PP que a dar esperanza a la tercera España, siempre aplastada entre las otras dos, y así nos encontramos. La nueva política ya se parece, por la izquierda, a la vieja IU, el comunismo con una margarita en la oreja; y por el centro derecha, se parece un PP bifocal, tanto que la gente no distingue a Rivera y a Casado como no distingue a Pixie de Dixie. Pero, sobre todo, no están consiguiendo nada. Ni la revolución posmarxista en carril bici ni esa cívica república de ciudadanos libres e iguales más allá de los rojos y los azules, de esa España eterna dividida en dos casacas.

Sánchez ha destrozado a Podemos y ha arrinconado a Cs en la trampa del facherío. Como digo, seguramente por casualidad de marmolillo, mientras elegía colchón como un vestido de novia. También Podemos y Cs se lo han puesto fácil, entre torpezas propias y fullerías ajenas. Y, sobre todo, Sánchez ha contado con Vox, que es como el dóberman que le ha despejado el camino a dentelladas. Sea como sea, Sánchez es capaz de devolvernos al bipartidismo. Podemos puede desaparecer igual que un partido antigluten, y aunque Errejón retome su sitio, puede que también retome su ciclo, de asaltar los cielos a implosionar entre contradicciones, traiciones y masa para galletas. En cuanto a Ciudadanos, Rivera va a celebrar uno de esos consejos o concilios, llenos de teología, simonía y purgas. Aún puede recuperar el espíritu original, ese reformismo modosito, e incluso seguir aspirando a sobrepasar al PP, pero no por el método de imitarlo como un mono con chistera.

Sánchez los ha vencido o los ha cansado a todos. Los que no soporten a Sánchez terminarán votando al PP y los que no soporten a la derecha terminarán votando a Sánchez. Que es lo que pasaba antes, en el bipartidismo, cuando la política era vieja, sencilla e incluso noble en sus golpes, como un boxeo antiguo, y hasta en el mangazo, como un ladrón de relojes de bolsillo. Si la nueva política no es capaz de llegar a acuerdos con la vieja, el personal se dará cuenta de que no es útil. Volverá al bipartidismo como el que vuelve al UHF. Al menos, hasta que venga otra revolución castañera u otro reformismo de cortinglés. A lo mejor esa vez no se encuentran con un marmolillo, un destructor total de la política como es Pedro Sánchez, y consiguen cambiar esas cosas que ahora vuelven a parecer que nunca van a cambiar.