Pedro Sánchez nunca quiso a Pablo Iglesias dentro de su Gobierno. Pero tampoco quiso nunca a ninguno de sus dirigentes y eso se comprobó ayer tarde en el enfrentamiento -porque fue eso lo que se produjo- entre ambos líderes políticos.

Empezó Sánchez insistiendo una y otra vez a Pablo Casado y a Albert Rivera a que se abstuvieran en la votación de jueves, algo imposible desde el momento en que mantenía públicamente abierta lo que a esas alturas del debate se suponía que era una negociación con Podemos para un gobierno de coalición.

Pero es que eso, planteado delante de la cara de aquél con quien estás negociando ese gobierno de coalición y que está en las antípodas políticas e ideológicas de los dos interpelados tiene mucho de humillación a su supuesto "socio preferente", porque evidencia el nulo interés del candidato socialista por apoyarse, al precio de incluirlos en su Gobierno, en los votos de Podemos que tendrían que completarse de una manera u otra con los votos favorables de otras formaciones políticas más o menos dispuestas a ello.

Ya apuntó Sánchez, pues, desde el principio el nulo entusiasmo que le producía negociar con el partido morado la composición de su futuro Gobierno. Tanto, que en su primera intervención  -bastante contenida a tenor de lo que vimos después- Iglesias se dolió de esa petición de abstención a los dos líderes conservadores y, sobre todo, de lo que aquello significaba. Pero aún con todo envolvió su reproche en un manto de humor dolido que no levantó todavía la atención de los asistentes.

Pero Sánchez insistió y le dijo con tono grave que "estaba dispuesto a correr el riesgo" que a él le suponía aceptar la presencia de alguno de los dirigentes de Podemos en su futuro Gobierno. Mal empezamos si la cosa se plantea en esos términos. Aunque tiene razón en eso -y la intervención en el hemiciclo de Jaume Asens, de En Comú Podem, lo dejó meridianamente claro en cuanto empezó a hablar- fue él y sólo él quien el jueves pasado decidió en una entrevista a La Sexta abrir su oferta hasta incluir a los dirigentes de la formación morada a cambio, dijo, de que su líder se apartara y renunciara a su pretensión. Pero se le fue la mano.

El líder de Podemos ha obligado al presidente a iniciar unas negociaciones que el presidente no quiere

El problema fue que, dicho y hecho, Pablo Iglesias le cogió la palabra, que en realidad sólo era un farol que Sánchez se había marcado en la absoluta confianza en que Iglesias no aceptaría semejante trato. Y, con ello, el líder de Podemos ha obligado al presidente a iniciar unas negociaciones que el presidente no quiere de ninguna manera que fructifiquen.

Por eso no se cansó de repetir ayer eso de que "si no se llegara finalmente a ningún acuerdo, existen múltiples opciones de colaborar". Nadie en su sano juicio, y mucho menos en una sesión de investidura tan extraña, por no decir estrafalaria como ésta -en la que no sabemos cuántas fuerzas políticas van a componer el futuro Gobierno porque se está negociando al mismo tiempo en que se está votando- nadie en su sano juicio le dice a la cara y en mitad del hemiciclo a su interlocutor que si la cosa falla, que puede fallar, siempre se podrán encontrar otras fórmulas de sustitución. Más que nada para que los dirigentes del partido de Iglesias se queden contentos, una vez, eso sí, que hayan votado afirmativamente la investidura del candidato.

El diálogo, o más bien el duelo, dejó de ser a florete y pasó poco a poco a dirimirse a bofetadas

Así las cosas el diálogo, o más bien el duelo, dejó de ser a florete y pasó poco a poco a dirimirse a bofetadas. Fue después de que Pedro Sánchez le recordase a Iglesias que ellos no eran sino la versión contemporánea del partido a la izquierda del PSOE que había existido desde el comienzo de la Transición. Es decir, poco más que nada.

"Somos un partido joven pero no nos vamos a dejar pisotear ni humillar por nadie" dijo Iglesias después de haber roto ya la discreción de las negociaciones en curso y de hacer un relato dramático y sobrecogedor de en qué habían consistido hasta ahora las conversaciones para el pacto: "Les pedimos algunas competencias en materia de Hacienda y nos dijeron que ni hablar; les pedimos algunas competencias en materia de Trabajo y nos dijeron que ni hablar; les pedimos algunas competencias materia de Igualdad y nos dijeron que ni hablar; les pedimos alguna de Transición Ecológica o en materia de Ciencia y dijeron que ni hablar. Señor Sánchez, ¿qué nos ha ofrecido usted? Explique a la Cámara qué nos ha ofrecido".

Sánchez no contestó. Se le había visto el plumero y ese plumero es que nunca ha querido pactar la presencia de Podemos en su Gobierno y que lo está haciendo porque el jueves pasado hizo la apuesta más arriesgada en la televisión y ahora se ve pagando, sin ganas ningunas y sin intención por lo que se ve de llegar a ningún tipo de acuerdo, el precio de su temeridad.

La negociación con Podemos ha salido de esta jornada más tocada aún de lo que, a tenor de lo escuchado ayer tarde, ya lo estaba. Lo cual no significa que, una vez con las vergüenzas al aire, al Partido Socialista no le quede más remedio que ceder alguna cartera a quienes ha intentado torear de mala manera pero que han tenido el valor de llevar a la sesión de investidura el relato crudo de lo que estaba sucediendo en lo que Albert Rivera llamó la "habitación del pánico" pero que debería llamarse "la habitación de la burla".

En ese sentido, y sólo en ése, Pablo Iglesias ha crecido unos cuantos palmos en dignidad política en la primera ocasión en que su soberbia natural ha dado paso a una sinceridad desnuda y doliente que le ha convertido en un personaje creíble que ha logrado por ello enmudecer al candidato.

Muchas y muy interesantes han sido las derivadas que ha producido la primera sesión de investidura celebrada ayer pero la más llamativa, con diferencia, es la que se produjo en el diálogo-confrontación entre los aparentemente llamados a ser socios de gobierno. Iremos desgranando las demás a partir de la votación de esta tarde.