Lo que había estado haciendo Sánchez todo este terso verano suyo, verano de safaris y corales y esquí acuático sobre delfines, ha sido por lo visto abrirse o fabricarse una tercera vía. Para esta tercera vía no hace falta ni mucho trabajo ni mucho tiempo ni mucha sombra. La tercera vía se puede pensar en agosto, cuando el sol hace siluetas barrigonas y regala esa agradable oscuridad roja al cerrar los ojos y vaciar la mente en la arena como un cubito de agua de mar. Se puede pensar como el medio crucigrama de guardar la digestión. Apenas se trata de rellenar “dios egipcio del sol” o “antiguamente do” o “padre de Matusalén” y el crucigrama ya se considera aceptablemente completado y la siesta aceptablemente empezada. Y la tercera vía, claro, esperanzadoramente encauzada. Porque el crucigrama progre, con esa pereza de la sangre parada en la mollera y de una cultura de cenita con Trivial, se rellena igualmente por los picos con unos cuantos tópicos poco más que monosilábicos o bíblicos. “Público”, “derecho”, “igualdad”, “justicia”, “solidaridad”, “sostenibilidad”. Y así, a mitad de la siesta, ya tiene uno como 300 propuestas por lo menos, dispuestas en una sopa de letras, para que las busquen los colectivos sociales y esas asociaciones de médicos mimos, y parezca que las encuentran ellos, dura y trabajadamente, la sociedad civil picando en una mina para Sánchez.

El crucigrama progre se rellena con unos cuantos tópicos poco más que monosilábicos o bíblicos. “Público”, “derecho”, “igualdad”, “justicia”, “sostenibilidad"

Como digo, la tercera vía se puede pensar en agosto y te la puedes hacer solo, como tu canción adolescente, sobre la arena peinada por trenzas de muchacha y por sus largos pendientes de esa Babilonia que es el verano. Sánchez, su guitarra, su amor de la Era de Acuario, su playa para sandalias en la mano y besos amejillonados, el universo entero cantando con él, la llama de un líder con los pantalones arremangados, con la virilidad y la sensibilidad de Glenn Medeiros o James Blunt. La tercera vía se puede pensar en agosto, te la puedes hacer tú solo y no necesita mucho tiempo, en realidad. Sánchez, suficiente e inspirado, llevado por las Musas como en esos anuncios levemente helénicos de colonia, ya tiene su obra en la mente y en los dedos. Apenas queda garabatear, como decía el personaje de Mozart en Amadeus. Llamar a Iglesias, reunirse con él, por qué iba a tener prisa. Sería como preocuparse por reunirse con el cartero. Un Gobierno progresista no necesita muchas vueltas, ahí están su crucigrama, su canción, su liderazgo, obra de una sola tarde de playa, como la escultura de arena de una tortuga.

La tercera vía sugiere otras dos, pero en realidad todas las vías han sido siempre la misma. La primera vía es (fue, mejor dicho) Sánchez de presidente con podemitas entretenidos en ministerios de pega, jugando a las casitas. La segunda es Sánchez de presidente tras nuevas elecciones y un bucle parecido al que sufrimos, pero con más escaños, más poder y más ablandamiento del electorado por la propaganda monclovita y las ráfagas de sus fotos ondeantes. La tercera es él de presidente sin alargar más la cosa, ni el tiempo, ni el esfuerzo de discurrir, ni el gasto de combustible y pólvora para exhibiciones. La tercera vía es él, como la segunda y como la primera. Pero la tercera vía es la más ‘él’ de todas. La tercera vía es él definitivamente, él sencillamente, él majestuosamente, él tranquilamente y él orondamente.

Las tres vías de Sánchez, una y trina, que empiezan y acaban en él, en la tautología, la aporía, la teología de su yo

Lo de tercera vía suena un poco aristotélico, a síntesis, a justo medio, a solución de compromiso, a elegante cesión, a razonable convenio. Pero resulta que la generosa propuesta, la última y más generosa propuesta, es hacer lo que él diga, y se acabó. Y ni siquiera es una propuesta nueva. Ahora sólo le ha añadido esas 300 medidas que ha dibujado con el dedo gordo del pie en la arena, ese autodefinido de una tarde botijera. Las tres vías de Sánchez, una y trina, que empiezan y acaban en él, en la tautología, la aporía, la teología de su yo. La verdad es que nos conformaríamos con tener siquiera una segunda vía, una que no fuera Sánchez en su apoteosis entre romana y barroca, ahí en el palomar rococó de los dioses. Sánchez se ha llevado toda la vida hasta llegar al callejón sin salida de su yo, como triunfo o como pequeñez o como sobrecompensación. No iba a salirle otra cosa en un agosto de espejos triangulares en el agua y calorcillo marsupial en la barriga.