Sánchez ya tiene un plan y lo anunciará el domingo como una Pascua o una matiné. Un plan para acabar con el “bloqueo político”, que suena a un plan fontanero y complicadísimo para fugarse de Alcatraz. Todo este tiempo, ya ven, lo que pasaba es que Sánchez no tenía plan. Él subía a la tribuna del Congreso como al templete de una banda (los ujieres van vestidos de banda de música), con gorra y galones de marinerito de su madre, pero en realidad no tenía plan, únicamente un solo de clarinete, el solo de los niños repipis. Él disimulaba quereres y tragedias con Iglesias, amores de verano y de tomavistas, pero no tenía plan, era sólo su cuerpo de caracola, esculpido por el mar, ahuecado por la música y anidado por perlas, que lo llamaba a ser mirado y deseado. 

Sánchez, todo este tiempo que no tenía plan para el desbloqueo, para el Gobierno, debía disimular con algo y proponía y desproponía coaliciones, decía que iba a colocar a uno de Podemos en una garita de un ministerio o de supervisor en los tranvías que ya no hay, y luego decía que ya era tarde, como si gobernar fuera presentar El tiempo es oro. Esto, claro, lo decía con su presencia entre regia, policial y sobrenatural de Constantino Romero, y nadie discutía que un Gobierno que ayer era bueno, al día siguiente ya no lo fuera. Luego se empezó a reunir con círculos de artesanos y peñas colombófilas, para tomar el pulso a la España de asambleíta, ahí oliendo las pipas de boticario de los ateneístas y cogiendo sus palomas como copos de algodón. Esto fue muy útil, porque le llevó mucho tiempo y le servía de excusa para no llamar a sus amantes, a los que iba haciendo 'ghosting' muy delicadamente. Con aquello elaboró una lista de propuestas que dibujó con caligrafía y colores de elfo. Pero aquello tampoco era un plan, no el definitivo al menos, sólo otra distracción.  

Tuvo que llevarnos a otras elecciones porque el plan no terminaba de cuadrarle, y no puede uno precipitarse, estando en juego el país entero, con un plan a medias

Sánchez no tenía plan, y algo tenía que hacer mientras urdía, mientras componía ese plan sinfónico que se va a estrenar el domingo por fin como una Misa de la Coronación. En todo ese tiempo de disimulos, el leitmotiv era él, por supuesto. Con la derecha y con la izquierda, con el amor y con la venganza, el desplante final era apelar a su derecho a la presidencia como a un reinado mágico, por una espada empotrada o por un zapatito encontrado. Modulando esa exigencia es como iba cambiando de disimulo, de camelar a Iglesias a camelar a las asociaciones de enfermeros. Pero el plan no llegaba. Tuvo que llevarnos a otras elecciones porque el plan no terminaba de cuadrarle, y no puede uno precipitarse, estando en juego el país entero, con un plan a medias. 

Este domingo, por fin, Sánchez revelará su plan. El plan. Al final sí que tenía un plan, como dijo Rivera maldiciendo en el Congreso como un pirata tuerto en un bote. Entenderemos todos sus pretextos, todos sus desprecios, todas sus poses de Anacleto agente secreto y de aguantacubatas. Hasta entenderemos estas últimas promesas electorales, hechas con dinero de Tío Gilito, para pensionistas, para olivareros, para mileuristas, para el señor colombófilo y para la señorita con taller de papiroflexia de género. Otra distracción, porque él, por supuesto, no se va a poner a repartir gambas antes de otra crisis mundial, ni siquiera para honrar la memoria de espantapájaros musical de Zapatero. Él no quiere, ya lo ha dicho, La Moncloa a cualquier precio. 

El plan del domingo, que suena a cita de una viudita, no tendrá por supuesto nada que ver con los otros planes que nos fue vendiendo sólo por hacer tiempo hasta éste, hasta el bueno. No tendrá nada que ver (carecería de sentido) con eso de él con un caniche de Podemos, él con la renuncia ceñuda de la derecha, él con la morbosa abstención de Rivera y algún otro revuelo de palomar por el gallinero del Congreso, o él ascendido entre tronos, potencias y dominaciones, como en una apoteosis de cúpula de palacete. Algo, en fin, que no sea él con su zapato de Cenicienta. Casi no puedo esperar al domingo, a ese momento en el que Sánchez nos revele su plan para el desbloqueo: que el candidato sea, qué sé yo, Susana