Diez días han pasado desde la firma del pacto entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, sellado con un abrazo que, en puridad, podría ser denunciado por el presidente del gobierno como prueba de acoso: claramente él no quería.

El golpe de efecto tuvo recorrido mediático: un acuerdo histórico, el primer gobierno de coalición de la izquierda desde la Segunda República, bla, bla bla. Pero a estas alturas desconocemos los pormenores del mismo. Lo único que sabemos es que Iglesias será vicepresidente y que Sánchez quiere mantener a Calviño y Calvo con el mismo rango que el líder de Unidas Podemos.

Lo que también sabemos es que el pacto sólo será posible si Sánchez logra una mayoría para la investidura, lo que depende en un altísimo porcentaje de los independentistas catalanes; es decir, de ERC.

Oriol Junqueras quiere apoyar a Sánchez por dos razones fundamentales: la primera, que la alternativa -otras elecciones, otro gobierno con apoyo de la derecha- sería mucho peor para el independentismo; la segunda, que ahora ERC tiene la llave del gobierno y, por lo tanto, puede lograr cosas que antes del 10-N parecían imposibles.

Para dar su apoyo (con un "sí" o la abstención), ERC va a exigirle a Sánchez que, previamente a la sesión de investidura, haga un gesto claro, explícito, de que se vuelve al pacto de Pedralbes sellado en enero de este año. Dicho pacto suponía el establecimiento de una mesa de diálogo entre el gobierno y la Generalitat en pie de igualdad, a la vez que contemplaba la creación de una mesa de partidos para negociar una salida política al conflicto con la incorporación de un relator (preferiblemente extranjero).

Los independentistas tienen la sartén por el mango y van a exigir a Sánchez que el diálogo tenga como perspectiva la autodeterminación de Cataluña

Para Sánchez volver a Pedralbes es como repetir una pesadilla. Sobre todo, porque tanto su campaña del 28 de abril como la del 10-N supusieron una rectificación en toda regla de aquel humillante pacto.

Pero no va a tener más remedio que pasar por el aro... si quiere ser investido.

Su socio de gobierno -in pectore- ya ha asumido su papel como facilitador de ese nuevo ejercicio de travestismo político que al presidente le da vértigo. A Iglesias le encanta ese papel de mediador, de hombre puente, de bueno necesario o de enredador, según se prefiera. Y este jueves dio muestra de ello en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, foro en el que afirmo que él hará todo lo posible para que este gobierno "asuma el diálogo para afrontar el problema de la plurinacionalidad". Lo han leído bien: plurinacionalidad.

Sánchez estará obligado, antes de la sesión de investidura, que se prevé para mediados de diciembre, a aceptar una negociación en pie de igualdad con la Generalitat, que no olvidemos sigue presidiendo Quim Torra, que abra la posibilidad de un referéndum de autodeterminación en Cataluña.

Junqueras no se puede conformar con menos. La perspectiva de un adelanto electoral en Cataluña es muy factible. Torra no quiere dar su brazo a torcer y se resiste a garantizar el apoyo del JxC a la investidura. Sobre esta cuestión, en la emisora de radio RAC1 dijo: "En estos momentos votaría que no".

Por tanto, la vuelta a Pedralbes que quieren Junqueras y Aragonés no sería factible sin el respaldo del presidente de la Generalitat y su partido. Eso significa que Sánchez no tendrá margen para marear la perdiz y tendrá que aceptar una mesa de diálogo con un horizonte concreto. El presidente, además, ya tiene experiencia de lo que puede ocurrir con los independentistas: una cosa es la investidura y otra muy distinta el apoyo al gobierno.

Así las cosas, la única posibilidad que tiene el presidente en funciones de seguir en el cargo es aceptar que el gobierno negocie la autodeterminación con Cataluña. Pone los pelos de punta, pero es así de claro.