Veo a Junqueras esperando la rendición de Sánchez allí en su celda de mimbre, ascetismo y luz de sebo. Lo veo comer los cadáveres de noviembre, nueces y castañas, como pequeños fetos o calaveras de roedores. Los cadáveres de noviembre son también los de la política, otros frutos u otros cráneos pisados. La cosecha del año se clava en sus uñas, en su boca, un rumor de molino en sus dientes, una codicia cereal de labriego en sus ojos. Lo veo tranquilo, cartujamente orgulloso de su miseria de cáscaras y de sus sufrimientos de bienaventurado; lo veo severo en su venganza que no es venganza, es justicia, inevitable justicia cuando uno está haciendo la obra de Dios y está allí en una cárcel como si fuera un purgatorio con pósteres de taller mecánico.

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