Hay dos adjetivos,"progresista" y "democrático", que añadidos a cualquier decisión, movimiento político, biografía personal, opinión expresada en público o en privado, convierten al elemento al que acompañen en algo deseable, honesto, inteligente y éticamente impecable. Lo curioso de esta capacidad taumatúrgica de los dos términos es que no son los demás quienes están de acuerdo mayoritariamente en adjudicar cualquiera de las dos condiciones al hecho o persona de que se trate. No, al contrario, son los propios protagonistas de esa decisión, movimiento político, biografía personal u opinión los que se adjudican una sola o las dos palabras juntas para avalar lo que sea, aunque se trate de un error o directamente de una ilegalidad.

Así los secesionistas catalanes que han violado las leyes y la Constitución envuelven su asalto a la legalidad con la palabra "democracia". Todo lo que han hecho y se disponen a seguir haciendo es "en defensa de la democracia", entendida ésta como cumplimiento de su propia voluntad, aunque esa voluntad contravenga todo el edificio jurídico-político de un país. Y así en muchos otros casos. A cualquier desmán se le pega detrás el adjetivo "democrático" y ya está listo para ser presentado en sociedad con sus mejores galas y avalado por todos sin rechistar so pena de ser tildado de "fascista", quien se atreva a denunciar el error o el abuso.

Por su parte, el término "fascista" goza de las mismas propiedades mágicas que "democrático" o "progresista", pero en sentido contrario: su adjudicación a un individuo o un conjunto de ellos, a una iniciativa, una opinión o un movimiento, descalifica desde su mismísimo origen a quien haya recibido en la cara el golpe de ese adjetivo y en consecuencia, deja inservibles todas sus consideraciones. Es una versión política del principio "muerto el perro se acabó la rabia" con el que comparte un tronco común.

Y así, con estas herramientas tan elementales y tan burdas se van abordando en nuestro país dilemas políticos de la envergadura de los que ahora tenemos por delante a la hora de constituir un gobierno después de varios años de inestabilidad y de una repetición de elecciones que no sólo no han despejado el panorama sino que lo han convertido en más confuso y en mucho más peligroso.

Digamos también que esta costumbre "democrática", por supuesto, no faltaba más, de hacer como que los líderes consultan a las bases de sus partidos constituye una engañifa de la peor factura porque ni se les consulta de verdad ni la opinión de los militantes sirve para otra cosa que para permitir a los dirigentes hacer y deshacer a su antojo porque lo que consiguen esas preguntas tramposas y amañadas es dejar las manos libres al líder, que se puede dar el lujo de comportarse así públicamente como respaldado por sus bases.

Esto es lo que ha pasado, por ejemplo, con la consulta a los militantes del PSOE, una pregunta con la respuesta pagada. ¿Habría algún afiliado socialista que votara que no a constituir un gobierno "progresista"? Es más, ese 92% obtenido entre las bases no ha alcanzado el 100% por aquello de que la organización del partido no fuera acusada de organizar referéndums a la búlgara. Pero el hecho es que las bases del PSOE fueron preguntadas por un pacto que ya estaba hecho, y firmado, por los dos líderes de los partidos por cuyo acuerdo se consultaba a posteriori.

Una tomadura de pelo, mayormente porque el gran escollo, la gran dificultad de esas negociaciones está en otro lado, cosa que no se ha preguntado a la militancia y me refiero a las conversaciones con ERC que, sabedora de la debilidad de Pedro Sánchez y de la necesidad perentoria de ser investido presidente, están subiendo el precio de su posible abstención a niveles que rozan la humillación además de meterse de lleno en el espacio de lo imposible.

El PSOE va a sentarse a negociar con quienes han intentado -y volverán a intentarlo según sus propias palabras- romper España y destrozar la vigencia de la Constitución del 78

No vamos aquí a detallar las intolerables exigencias de los republicanos secesionistas, que están consignadas en esta misma página pero sí a recordar que este partido es el responsable último de la declaración -fallida, pero declaración al fin al cabo- de Carles Puigdemont el 10 de octubre de 2017, porque fue su presión la que forzó al hoy huido presidente de la Generalitat a echar marcha atrás en su decisión inicial de convocar elecciones. Y que el líder de ese partido, Oriol Junqueras, está cumpliendo condena de cárcel por ser responsable de los delitos de sedición y malversación.

Con ese partido es con quien el PSOE ha iniciado ya unas conversaciones que, al parecer, van a contar entre los negociadores por parte secesionista con Josep María Jové, que es tanto como negociar con el propio Junqueras, puesto que Jové era el número dos del líder de ERC. Es decir, el PSOE va a sentarse a negociar la investidura de Sánchez con quienes han intentado -y volverán a intentarlo según sus propias palabras- romper España y destrozar la vigencia de la Constitución del 78.

El sólo hecho de que Pedro Sánchez acepte que en la mesa de negociación se siente un señor que va a ser juzgado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña por su participación en el intento de secesión es ya una muestra inaceptable de debilidad por parte del presidente del Gobierno en funciones, es tanto como meter en tu casa y sentar a tu mesa a quien ha intentado robarte lo más valioso que puedes poseer y que ya te ha advertido que va a intentarlo de nuevo.

Pero es que, además, y presionados por el temor de que un acuerdo con los socialistas para la abstención de ERC en la investidura de Sánchez sea aprovechado por Puigdemont -a través de su mandado Quim Torra- para acusar de traidores a la causa a los republicanos y, desde esa plataforma, convocar elecciones en Cataluña con el fin de arrebatar a los de Junqueras la hegemonía en el independentismo, va a empujar a los negociadores de ERC a tratar de obtener concesiones de calado que resultarían intolerables para la inmensa mayoría de los españoles, incluidos los militantes del PSOE a quienes no se ha preguntado absolutamente nada sobre este extremo.

Sea lo que sea que saliera de esa mesa de negociación, será dañino para España, no es posible otra cosa porque ni ERC se ha apeado ni un sólo escalón de sus pretensiones secesionistas ni está en condiciones políticas de ceder en ellas porque sabe que tiene detrás del cogote el aliento de Puigdemont. Y ya se ha visto cuales son las pretensiones de los republicanos secesionistas: construir un simulacro de negociaciones de paz entre dos frentes en conflicto, incluido un mediador internacional que dé fe de lo allí hablado y pactado. "De gobierno a gobierno", dicen con toda claridad.

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