Aquí no suele sonar el Vals de las velas, con el que lloran en las películas cuando el año se hunde como un trasatlántico de fiesta. Aquí miramos a Cristina Pedroche vestida de orillita espumosa de su cuerpo, de ventanita a su pulmonía sexual, de molinera desnudada por las parras o de sirenita pescada en la red, con gola de pulpos en el pubis y pezón de estrella de mar. Luego, esperamos el católico anuncio de la Coca Cola, la herencia de chistes de Arévalo y un año peor que el que dejamos, que es lo que nos dice nuestra sabiduría.

Nos ha dejado el año del desgobierno prometiéndonos para Reyes el año del caos. Los matasuegras disparan a la felicidad, que podría decir Gómez de la Serna. Un año con tres elecciones ha terminado sin Gobierno y ahora el Gobierno será como la cabalgata de Reyes de Carmena, pero con Frankenstein en carroza. Hay prisas por si ese encantamiento de la calabaza que es Sánchez se volatiliza, así que el Congreso abrirá el mismo día 5 de enero, convertido en ponchera. Después de aguantar allí a Reyes Magos vestidos de cabaret, que no vienen con regalos sino con ruina, ambición, cinismo, trituradora y riñonera de casino, tendremos que explicarles a los niños, y a nosotros mismos, que todavía hay esperanza.

Adiós a 2019, año en que Rosalía ardió sobre los capós, Notre Dame ardió sobredorándose de piedra ardiendo y Sánchez ardió sobre su cama redonda de tigre, que en realidad siempre está ardiendo como los capós, como las catedrales y como los tigres. El año de la foto de Colón, bajo una gran bandera nublada; del trifachito trifálico, especie de gallifante que se le regaló a la izquierda; de la momia ferruginosa de Franco, resucitada, antigua y extravagante como una Mirinda desenterrada; paseada con grima como un viejo de primera comunión, volada por Sánchez como la cometa negra de un niño siniestro.

Un año con tres elecciones ha terminado sin Gobierno y ahora el Gobierno será como la cabalgata de Reyes de Carmena, pero con Frankenstein en carroza

El año de Vox, que llegó al Congreso como con capa española y la Marcha imperial de Star Wars, pero sobre todo llegó lleno de prejuicios y mentiras. El año de Abascal como un Anguita legionario, de Rocío Monasterio como una Morticia Addams de notaría o una enfermera zombi de Halloween, del boina verde Ortega Smith escracheando y abroncando a las malcasadas. El año de Vox, el aliado más eficaz y aguerrido que pudo soñar Sánchez; un Vox que era inútil contra él y por eso el presidente lo hizo crecer, supo hacerlo crecer. El año en el que el PP de Casado pareció hundirse y en el que Ciudadanos se hundió, en el que mataron a Rivera por llevar razón, como un San Sebastián de parroquia.

Adiós a 2019, el año de Marchena, del juicio pedagógico y cervantino al procés, de las sutilezas de la rebelión contra la sedición, del golpe de Estado contra la ensoñación, pero también de la condena sin paliativos a los alucinados y a los popes. El año del fracaso del independentismo, que tuvo que sacar ya las bombonas, los explosivos hechos con jabón de glicerina o latas de alpiste, las barricadas, los embozados tras llamas de cartón, como en el teatro; las impotentes hogueras de paraguas y señales de stop. El fracaso, sí, aunque la debilidad de Sánchez les mantenga en la esperanza de una Segunda Venida y Junqueras tenga un mapa del Gobierno junto al de los sótanos de la cárcel.

Adiós al 2019, adiós a Carmena y a su abanico para atufados, adiós al bipartidismo que dejó sin embargo un multipartidismo de bloques tambaleantes pero macizos, cada uno con un vigilante populista y rancio, al parecer inhabilitante para la derecha pero digno para la izquierda; el año de los bloqueos como acusación o como refugio. El año en que Errejón rompió con Iglesias como el Gordo y el Flaco, en que el burguesito estalinista de Galapagar rondó a Sánchez, fue despreciado por Sánchez, hasta que, en el peor momento de ambos, el presidente le concedió su flor. El año del insomnio de Pedro y del 95 por ciento de los españoles, curado por aquel abrazo, a la vez de gladiador erotizado y de tierna Heidi, en el que terminaron Iglesias y él.

Sánchez es alguien capaz de sublimar la hipocresía política y la avilantez cínica hasta hacerlas parecer un poder sobrenatural

Este ha sido el año en que la Junta de Andalucía dejó de ser del PSOE señorito y camastrón, el año de la caída de Susana como si se hubiera volcado la Virgen del Rocío; el año de la condena por los ERE con toda la izquierda excusando que el tierno abuelito deje robar a toda la familia. El año del no es no y del sólo sí es sí y de la España vaciada que a ver con qué se va llenar, sólo con riadas. El año de Cayetana, otra extraterrestre, como Rosalía. Y de Greta, mascota de un mundo decadente en el que la ciencia sólo tiene la posibilidad de convencer a través de la histeria. Y el año de Tarantino, de ese furor no ya contra la ficción sucia o canalla, sino contra la realidad. Otro signo de los tiempos: volver a ese horror de un arte “heroico” contra un arte “degenerado”. 

Pero 2019, con todo lo que ha traído y se ha llevado, ha sido el año de Sánchez. Y no es porque él sea nuestra Pedroche de cada día, todos pendientes de sus besitos de gnomo y de su vestido ridículo de persona ridícula. Sánchez podría ser algo así, alguien que es sólo un disfraz de conejo colgado en el armario, con cremallera en el culo. Pero no sólo es eso, es alguien capaz de sublimar la hipocresía política y la avilantez cínica hasta hacerlas parecer un poder sobrenatural. El propio monstruo de Frankenstein haciendo de guapo de culebrón, con España rendida. Es heroico, casi admirable, si no fuera despreciable.

Adiós al 2019, pues. O a lo mejor no tenemos que decirle adiós tan pronto, que casi todo sigue aquí. Ni siquiera ha terminado la década, como se empeñan en decirnos los que no saben contar con los dedos (no hubo año cero). No pongan el Vals de las velas como en una Nochevieja de marines y enfermeras, no digan adiós al 2019. Ahora es cuando vamos a empezar a sufrirlo. 

Aquí no suele sonar el Vals de las velas, con el que lloran en las películas cuando el año se hunde como un trasatlántico de fiesta. Aquí miramos a Cristina Pedroche vestida de orillita espumosa de su cuerpo, de ventanita a su pulmonía sexual, de molinera desnudada por las parras o de sirenita pescada en la red, con gola de pulpos en el pubis y pezón de estrella de mar. Luego, esperamos el católico anuncio de la Coca Cola, la herencia de chistes de Arévalo y un año peor que el que dejamos, que es lo que nos dice nuestra sabiduría.

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