Alfonso Guerra inventó el zasca cuando se llamaba simplemente guasa y dar caña. Inventó también el Sistema, junto con su compadre Felipe. Y no le hizo falta ni siquiera esmoquin de percusionista de concierto de Año Nuevo o de doblaservilletas de la Preysler. Sólo una pana obrera, pesada, mojada, como un pedazo de tierra con musgo, y feas chaquetas de cuadros, de abogado con dos mudas. Cómo no se va a meter Alfonso Guerra con Torra y con Sánchez… Es casi una obligación del oficio o del magisterio, como un rolinga que se mete con Bisbal.

Alfonso Guerra parece que viene de una democracia de Noé, cuando se inventaba todo, las azuelas, las pajareras, la tela de saco, las leyendas y los dioses. Como digo, entre Felipe y él lo inventaron todo, la partitocracia, el pelotazo, la corrupción y hasta la derechona. Felipe te metía el partido en la judicatura y en tu casa, como un ditero, Guerra era el ideólogo y Solchaga jugaba con el dinero y los dados de cristal de toda la Castellana. Ellos crearon la religión de la partitocracia, con sus luces y sombras, pero con arquitectura lógica y hasta teológica. Pero hemos llegado a Sánchez, un hedonista nihilista que no ve más allá de su calzador. Con eso es imposible hacer teología, ni siquiera negocio. Con eso sólo se puede llegar al satisfyer.

Guerra y Felipe no es que vayan de viejales coñazo, que también, sino que se sienten en la necesidad de levantarse de la mecedora o del panteón porque aún tienen una responsabilidad como fundadores de todo esto. Su religión tenía partes buenas y malas, pero necesitaba un dios, un bien, un copón platónico. No bastaba con meterse con la derechona como un diablo con bigotillo y mofletes rosados de industrial franquista. Necesitaban a ese dios, ese bien con peana de Corpus Christi, independiente de la ideología y de ellos, y que no era otra cosa que una idea sólida del Estado. Lo que ocurre con Sánchez es que ya está troceando al dios, está troceando al Estado, está vendiéndolo como plata robada o como recortes de obleas, lo está tirando abajo como un campanario para que sólo sirva a los ratones. Eso hace posible a Torra, que es como un personaje de Carroll, y a Junqueras, un fanático con flauta de hueso que con Sánchez puede ir de interlocutor franciscano ante el papado.

Sánchez está situado en el caos sensualista del emperador dios. No tenemos aquí antropólogos suficientes para todo esto. Ni psicoanalistas tampoco

Guerra, inventor de la partitocracia, españolísimo como el inventor de la fregona, tiene aún una visión científica sobre cómo funciona España y contempla esto del secesionismo y el sanchismo como contemplaba sus tribus salvajes James Frazer, autor del famoso libro La rama dorada. Por eso ha dicho que él sólo iría a ver a Torra si fuera antropólogo. Sería como ir a visitar un poblado entre vikingo y melanesio, entre la religión de la sangre rubia y de las piedras solares y ese culto que se llama del cargo. Lo del culto del cargo o del cargamento es una de las cosas más curiosas que ha dado la religión: sus dioses tienen todas las características del hombre occidental y llegarán un día con aviones, barcos y radios a darles todo lo que necesitan en forma de cargamento. Parece, ciertamente, más catalanista que melanesio.

Torra ya no es nadie, aunque sigue siendo un curita de esa religión de la sangre catalana, sangre especial como un paté, y que es muy de llamas, de cánticos de fumeta y de sacrificios de infieles. Aquello es una reserva antropológica donde no se conoce la ciudadanía ni el imperio de la ley, sólo totems con cabeza de pájaro por las plazas y edificios. Su idea del Estado no es que sea la de la estirpe de un patriarca ebanista o de un welsungo tuerto, sino la de una cueva donde cuelgan sus jamones de mamut y su pela y sus garrotes contra otra cueva. Sin embargo, Sánchez irá a ver a Torra. Al presidente no le importa que el Estado caiga en manos de hechiceros con riñonera de bingo, como no le importa que se vayan acomodando esos comunistas que aún piensan que si lo del colectivismo no ha funcionado en más de un siglo es porque aún no lo han intentado ellos. Sánchez sólo hace tiempo entre corte y corte de pelo, y para eso lo mismo sirve ir a Davos a por pines que ir a ver a Torra y llevarle espejitos y canicas.

Guerra y Felipe (como Susana) hacían política mefistofélica al final, pero entendían que necesitaban al Estado, su orden, su fundamento, su persistencia. El independentismo está situado en un tiempo anterior al Estado, en la tribu lactante de una Amazonia sentimental, y Sánchez está situado en un tiempo anterior a la política, en el caos sensualista del emperador dios. No tenemos aquí antropólogos suficientes para todo esto. Ni psicoanalistas tampoco.

Alfonso Guerra inventó el zasca cuando se llamaba simplemente guasa y dar caña. Inventó también el Sistema, junto con su compadre Felipe. Y no le hizo falta ni siquiera esmoquin de percusionista de concierto de Año Nuevo o de doblaservilletas de la Preysler. Sólo una pana obrera, pesada, mojada, como un pedazo de tierra con musgo, y feas chaquetas de cuadros, de abogado con dos mudas. Cómo no se va a meter Alfonso Guerra con Torra y con Sánchez… Es casi una obligación del oficio o del magisterio, como un rolinga que se mete con Bisbal.

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