De las elecciones vascas y gallegas, que se celebrarán el mismo día de abril, las gallegas son las que van a resultar más trascendentes para el futuro de la formación a la que pertenece el candidato electoral y ahora presidente del gobierno autonómico, Alberto Núñez Feijóo. Las elecciones vascas, al contrario, a quien van a favorecer de una manera evidente es al partido al que pertenece el presidente autonómico que las convoca, Íñigo Urkullu.

Vamos primero con los comicios en el País Vasco. El momento para convocarlos no puede ser mejor para el PNV y para el presidente vasco. Su partido ha logrado aprobar este pasado diciembre los últimos Presupuestos de la comunidad gracias a los 36 escaños que suma con el Partido Socialista con quien tiene un acuerdo de gobierno, y la abstención de Podemos. Esa votación, que despejaba el camino político del gobierno vasco para lo que quedaba del año 2020 —porque las elecciones debían celebrarse lo más tardar a finales de septiembre— es una muestra del clima de máximo acuerdo que existe entre esas tres fuerzas políticas, un acuerdo que proviene de los pactos alcanzados en Madrid.

El apoyo del PNV resultó fundamental para que Pedro Sánchez saliera victorioso en la moción de censura que planteó en junio de 2018 y que descabalgó al PP de Mariano Rajoy del gobierno. Y desde entonces los siete escaños que obtuvo en el Congreso de los Diputados en las elecciones de abril o los seis que logró en las elecciones de noviembre han resultado decisivos para que el candidato socialista fuera investido presidente.

Esos apoyos han obtenido como recompensa la negociación de las transferencias pendientes y que los sucesivos gobiernos desde octubre de 1979, fecha en la que se aprobó el estatuto de Guernica, se habían resistido a traspasar al gobierno vasco. Pero ahora la situación de extrema necesidad de Pedro Sánchez ha abierto las puertas de la generosidad y el acuerdo con el PNV tiene ya fecha de formalización. Un día antes de que dé comienzo la campaña electoral, el lehendakari Íñigo Urkullu y el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, podrán exhibir ante el electorado el avance formidable en el autogobierno logrado por su formación.

El PNV tiene todas las papeletas para salir plenamente victorioso en unas elecciones a las que se presenta con el éxito de la negociación cerrada con Sánchez y con la tranquilidad de haber recogido gran parte del voto que recibía el PP

El momento no puede ser, por lo tanto, más favorable para asegurarse la victoria. Otra cosa es la situación del PP vasco, que pasa por sus momentos más bajos de los últimos años. En estos momentos a lo más que se aspira dentro del partido es a repetir el ya de por sí magro resultado obtenido en las elecciones vascas de 2016, cuando los populares obtuvieron 9 escaños, el mismo número que el PSE pero con unos 20.000 votos menos.

Pero el panorama ha empeorado desde entonces y eso se comprobó cuando el PP vasco no fue capaz de mandar un solo diputado al Congreso en las últimas elecciones generales de noviembre de 2019, un fracaso estrepitoso que sólo pudo ser paliado en parte cuando el recuento de los últimos votos le quitó al PNV su séptimo diputado para dárselo a los populares. La conclusión es que el PP en el País Vasco está atravesando en estos momentos sus horas más bajas y ésa es la razón que empuja a los dirigentes de la dirección nacional a explorar la posibilidad de sumar fuerzas con Ciudadanos en esta comunidad.

Es el pacto de los menesterosos porque hay que recordar que el partido naranja no logró ningún diputado en las últimas elecciones vascas en septiembre de 2016. Alfonso Alonso, presidente del PP en el País Vasco, que va a ser ratificado hoy mismo en el Comité Electoral Nacional como cabeza de lista de su partido, ha estado a punto de ser apartado de ese puesto por las dudas que se habían instalado en la dirección nacional sobre el tipo de perfil que sería más adecuado ofrecer —un PP más duro o un PP más moderado en la línea que representa el propio Alonso— de modo que pudieran obtenerse resultados menos catastróficos.

Pero Urkullu les ha pillado con la duda sin resolver y por eso van a apostar por lo que tienen asegurado. Lo que no está tan claro es el destino final de las negociaciones iniciadas con Inés Arrimadas para sumar unas fuerzas que son menguantes en el caso del PP y directamente inexistentes en el caso de Ciudadanos, partido que obtuvo en 2016 21.300 votos y ningún diputado. La situación del Partido Popular vasco es en estos momentos muy incierta.

La conclusión es que el PNV tiene ahora mismo en la mano todas las papeletas para salir plenamente victorioso en unas elecciones a las que se presenta con el éxito de la negociación cerrada con el presidente del Gobierno y con la tranquilidad de haber recogido gran parte del voto que hace años recibía el PP y que ahora recala en sus más seguras filas. Tiene además la certeza de que, sea cual sea el resultado electoral del PSE, nunca constituirá un peligro para la tarea de gobierno porque los socialistas vascos están amarrados desde Madrid de modo que en el peor de los casos se podría repetir un gobierno de coalición PNV-PSE y aquí todos tan contentos.

Otra cosa muy distinta sucede en Galicia, donde Alberto Núñez Feijóo gobierna hoy con mayoría absoluta y aspira a revalidar esa mayoría, entre otras cosas porque no tiene ningún posible socio con quien pactar un gobierno de coalición y ni siquiera un pacto de investidura. O mayoría absoluta o fracaso, ésa es la disyuntiva.

Pero resulta que el destino político del presidente gallego es determinante para asegurar o debilitar el futuro político de la dirección del PP. Galicia es el único territorio en el que gobierna quien ha ganado aplastantemente las últimas elecciones y que ha revalidado ya tres veces esa mayoría absoluta.

Nuñez Feijóo es el hombre cuyo éxito —algo muy difícil porque se trata nada menos que de conseguir una cuarta mayoría absoluta— puede insuflar aire a Pablo Casado para, apoyado en su victoria, emprender el fortalecimiento del partido en el resto de España. O puede, por el contrario, si fracasa en el intento, debilitar dramáticamente la posición del PP nacional en cuestiones tan relevantes como las negociaciones para la financiación autonómica o para esgrimir con capacidad de convicción demostrable frente a Pedro Sánchez las ventajas de gobernar haciendo frente y sin ceder un ápice a las pretensiones de populistas e independentistas.

El PP cuenta con más presidentes en los gobiernos autonómicos: Madrid, Murcia, Andalucía y Castilla y León. Pero en todos ellos gobierna apoyado en los votos de otros partidos, pendiente por tanto de negociaciones en ocasiones largas y difíciles y de acuerdos finales en muchos casos inestables e inciertos.

Sólo Galicia es territorio seguro y la demostración de que un gobierno de centro derecha, que es lo que representa Núñez Feijóo, es una fórmula de éxito que garantiza que no se hace ninguna cesión al independentismo segregador. En esas condiciones, Pablo Casado no puede permitirse el lujo de presionar al presidente gallego para que abandone las siglas que han garantizado tres veces consecutivas la mayoría absoluta para acoger a un escuálido Ciudadanos y agrupar a ambos partidos bajo el nombre irreconocible de Galicia Suma.

Una victoria en las elecciones del 5 de abril colocarían indefectiblemente a Feijóo, quiéralo él o no, en la recámara de la dirección del PP para un posible futuro

Hay que recordar que en las pasadas elecciones galegas Ciudadanos obtuvo 48.000 votos y ningún diputado y que en las municipales logró un total de seis concejales entre las cuatro capitales de provincia: dos en Lugo, uno en Coruña, uno en Pontevedra y dos en Orense. Así que tiene todo el sentido que el presidente autonómico ofrezca a los dirigente del partido naranja acogerlos en las filas del PP pero sin desbaratar su estructura electoral para hacerles un hueco que no es seguro que le sume apoyos suficientes y que no tienen fuerza política para exigir. De Vox ni hablamos.

Ese desbaratamiento o ese cambio de denominación no va a producirse porque el residente gallego no lo va a permitir so pena de que la operación se salde con un fracaso que hundiría políticamente tanto al propio Núñez Feijóo como a Pablo Casado y a toda la cúpula nacional del PP, que sabe de sobra que perder Galicia sería lo peor que podría suceder a la dirección del partido. Un resultado letal para el PP de toda España.

Por lo tanto, sobre Núñez Feijóo descansa una enorme responsabilidad y en la misma medida descansará una gran libertad para decidir la estrategia electoral que le conviene para tratar de repetir otra mayoría absoluta, lo que sería una auténtica hazaña política. Es seguro que el presidente gallego va a estructurar su mensaje de campaña sobre la base de que solo él y su partido pueden evitar que en Galicia se reproduzca el esquema de gobierno que Pedro Sánchez ha cerrado en Madrid: pactos con Podemos y negociaciones y cesiones ante el independentismo catalán. Traducido a Galicia, ese esquema sería un gobierno del PSdeGa con Podemos y el apoyo del BNG.

En cualquier caso, del resultado de las elecciones gallegas depende también el perfil de líder nacional que pudiera adquirir definitivamente un Núñez Feijóo que ya dejó pasar una oportunidad de dar el salto a Madrid porque los entonces dirigentes del PP no quisieron concederle el tiempo necesario para dejar las cosas bien resueltas en el gobierno gallego y el clima del partido en Galicia debidamente sosegado.

Una victoria en las elecciones del 5 de abril le colocarían indefectiblemente, quiéralo él o no, en la recámara de la dirección del PP para un posible futuro. Quién sabe.

De las elecciones vascas y gallegas, que se celebrarán el mismo día de abril, las gallegas son las que van a resultar más trascendentes para el futuro de la formación a la que pertenece el candidato electoral y ahora presidente del gobierno autonómico, Alberto Núñez Feijóo. Las elecciones vascas, al contrario, a quien van a favorecer de una manera evidente es al partido al que pertenece el presidente autonómico que las convoca, Íñigo Urkullu.

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