Me da que los menores tutelados prostituyéndose en Baleares por zapatos y por droga no van a dar para ninguno de esos reportajes con cinematografía sucia y saturada de favela por ahí por La Sexta. Allí enseguida te sacan una cárcel como de la guerra fría o un lotero estafador perseguido como en una película de submarinos, con mucho ojo de pez y mucha vibración, pero luego hay grandes olvidos, agujeros y cosas que abultan mucho más tapadas, igual que los pianos. Ni esos reportajes de autor con nublado fotográfico y goteras con eco, ni una seccioncita en La Sexta noche entre Revilla y Sardá, entre Franco y un tuit de Nuevas Generaciones; ni un especial con Ferreras dirigiendo la orquesta tertuliana con autoridad, espanto y falsa sorpresa, como dirige Harnoncourt. No, seguramente no los veamos, o los veamos borrosos de velocidad o presbicia o mala memoria.

No es por meterme con La Sexta, aunque sea una cadena en la que todo termina siendo algo así como un partido de solteros contra casados, o sea un ventajismo con buen rollito. Sólo pensaba en la azarosa vida de los escándalos, de los que duran y no duran, de los que se olvidan o se ponen en bucle, de los que ni siquiera llegan a ser escándalos, siempre según un criterio como de vieja de mirilla, entre el morbo privado y lo apostado en su bingo. Y pensaba en la entrevista a Iglesias en Al rojo vivo, un vicepresidente que, como su partido, está ahí sólo para poner nombres izquierdosos a las cosas, como una reina que bautiza buques. Un vicepresidente, un partido, una izquierda, que te habla de la Ley Rhodes pero vota en contra de la comisión de investigación por esa minucia de Baleares. Y en esa televisión donde el asunto pasa de largo pero aún te pueden sacar un traje de Camps, o a Franco, siempre de moda como Raphael.

 El escandaloso bulto del escándalo que se tapa, como ese piano que ya he dicho y que me vino a la mente por Rhodes. Rhodes es un pianista mediocre, que te toca a Bach como si fuera Chopin y al revés, o los toca a los dos igual, y que parece casi más un payasete con un gran acordeón. Rhodes es un personaje más pop que clásico, pero sufrió abusos, así que Iglesias, y yo mismo, para que vean lo que es cambiar el foco, terminamos hablando de él y nos olvidamos de esos menores que se vendían sabiéndolo los funcionarios, con la inevitabilidad y el barateo de la costumbre.

No es por meterme con La Sexta, aunque sea una cadena en la que todo termina siendo algo así como un partido de solteros contra casados

Un escandalazo, sí. Y uno piensa qué haría Ferreras con eso, cuántas veces pararía el tiempo con sus manos de parar una obra. Qué haría Évole, con sus ojos de Mimosín alérgico al detergente, con su corazón de Greta viendo el mundo como una carrera de Fórmula 1. Esa mirada de arte y de justicia, de sensibilidad y de compromiso, de payaso descolorido y de ecualizador del bien y el mal… Pero hay ciertas cosas que no veremos, porque la mirada es voluntad y a veces no hay voluntad, ni para tener más cuidado con tus menores ni para que tu cadena no parezca la película casera en la que enseñas todo el tiempo los pezones.

Todo esto ha venido por esa imagen, el escándalo de Baleares que de repente parecía que pasaba en la India, esa India en la que transcurren a lo mejor también los ERE o cuántas cosas más. Pero es que uno se puede poner a destapar escándalos tapados, así como si destapara cacatúas tapadas por Ferreras o por viejas como Ferreras, y ya no para. Ese vertedero de Zaldibar, con muertos olvidados en la mismísima mierda, con un veneno que se quiere hacer simpático incluso en el atragantamiento, como un chiste de Arguiñano. Uno oye la noticia, breve y destemplada, y se diría que ha ocurrido en Zanzíbar (casi igual), pero no en Vizcaya. O quizá ni siquiera ha ocurrido, como el caso De Miguel, el mayor caso de corrupción de Euskadi. Ni nos suena ni nos pega, porque la gente del PNV sólo hace patria como un guiso de sangre, y da lecciones de padrecito en el púlpito del Congreso como un cura convidado, todavía con servilleta en la pechera, apoyando la España descuajeringada de Sánchez.

La gente del PNV sólo hace patria como un guiso de sangre, y da lecciones de padrecito en el púlpito del Congreso como un cura convidado

El escándalo tiene a veces también una función antropológica y social. Los de la derecha siempre son motivadores, estimuladores, ejemplarizantes, clasistas, y siguen empujando la transformación del mundo igual que Ferreras empuja dentro o fuera los asuntos con las manos, como una puerta de garaje. Los de la izquierda, en cambio, sólo son lances colaterales, cuando no fruto de la bondad de su misión histórica.

Ahí están los ERE, defendidos todavía como un maná de migas de galleta. O, menos voluminoso y más ridículo, lo de Ximo Puig pagando dinero público para salir en The Guardian así un poco con perfil de Guillermo Tell, ese perfil que dan por allí también Puigdemont y otros indepes. Pero nada supera a Pujol, el 3% y la pela abanderada. Para tapar el loro de ese escándalo se tuvieron que inventar nada menos que el sabanazo del procés.

Esos escándalos que pasan, o no llegan, o duran lo que un estornudo de Wyoming cuando estornuda con las cejas. Ocurre en la tele (privada, o no tanto, y pública, o no tanto), y en grandes cabeceras, y en micrófonos como hisopos o como pirulís. Les ocurre a soldados de partido y a popes generacionales y a transformistas de la chaqueta. Les ocurre a casi todos, excepto a los de Newtral y las franquicias de la verdad que hay por esas montañas con su zarza y su pastoreo. Pero no quería dar lecciones uno, la verdad. Sólo he escrito esto para que tampoco vayan a echar de menos cosas que nunca verán allí donde, simplemente, no van a estar.

Me da que los menores tutelados prostituyéndose en Baleares por zapatos y por droga no van a dar para ninguno de esos reportajes con cinematografía sucia y saturada de favela por ahí por La Sexta. Allí enseguida te sacan una cárcel como de la guerra fría o un lotero estafador perseguido como en una película de submarinos, con mucho ojo de pez y mucha vibración, pero luego hay grandes olvidos, agujeros y cosas que abultan mucho más tapadas, igual que los pianos. Ni esos reportajes de autor con nublado fotográfico y goteras con eco, ni una seccioncita en La Sexta noche entre Revilla y Sardá, entre Franco y un tuit de Nuevas Generaciones; ni un especial con Ferreras dirigiendo la orquesta tertuliana con autoridad, espanto y falsa sorpresa, como dirige Harnoncourt. No, seguramente no los veamos, o los veamos borrosos de velocidad o presbicia o mala memoria.

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