Ciudadanos va ahora por ahí pidiendo coaliciones con el PP y paraguas para dos en Galicia, como dos novios de hórreo en la lluvia triste de un amor dudoso. Ciudadanos se ha vuelto exigente cuando está más débil, pero eso suele ocurrir, es la última elegancia del decaído, como del cascarrabias. Cs ahora tiene que sobrevivir, pero además sobrevivir con cierta dignidad. El sanchismo empuja a eso, a sobrevivir. El propio presidente no hace otra cosa que sobrevivir, y obliga a todos y a España a hacer lo mismo, con él o contra él. Lo que está intentando Cs, lo que está intentando Arrimadas, que parece María buscando una posada en un lienzo renacentista, es intentar sobrevivir conservando aún esa dignidad de pobre y de creyente.

Esa dignidad no sólo significa presencia política, sino espacio político. La presencia sin espacio es lo que lleva a la política artificial, a la antipolítica, al sanchismo, al populismo, o sea, a ese muñeco hinchable que vende Iván Redondo o a esa revolución descapotable que te cuenta Iglesias o a esa ridiculez en la que se ha convertido Alberto Garzón, que está en Podemos y está en el Gobierno como en la mesa de niños de las bodas. Arrimadas quiere presencia, pero no vacía, y eso se hace con un poquito de elegante exigencia si hace falta. Y también con un notorio esfuerzo. Cómo defender la nueva política dependiendo de la vieja política, cómo defender el republicanismo liberal junto a unos conservadores que siguen defendiendo los fueros de sus antepasados y las queimadas de su puebliño. Es este esfuerzo el que le noto más a Inés Arrimadas, a la que le veo ya cuarteados los labios finos en ese lienzo de madonna que se quedó solo en su iglesia destechada.

Ya parece no quedar nada de la “nueva política”. Quizá se la cargó Sánchez a la vez que se cargaba toda la política simplemente, esa vieja cosa que tenía su ideología, sus principios, sus intereses, sus promesas mal cumplidas, sus males, pero que al menos pretendía mantener la coherencia. Ahora sólo están los obnubilados por Sánchez y todos los demás. Ésa es la polarización, que ni siquiera es entre derecha e izquierda, sino entre política y antipolítica o entre hipnotizados y no hipnotizados. El sanchismo es el caos, deja una política y una realidad que son infalsables (algo así creo que decía el otro día Arcadi Espada), incognoscibles y arbitrarias. Como digo, esto no es algo de izquierdas o derechas. El dominio del sanchismo es tan absoluto y pavoroso justo porque incluye a su reverso, o sea a Vox.

Ciudadanos ahora tiene que sobrevivir, pero además sobrevivir con cierta dignidad

En medio del caos, cuando la verdad no es que haya dejado de importar, sino de existir, yo diría que se le está pidiendo a Cs que se mate de coherencia, que se declare muerto cuando el resto de los muertos baila. Rivera se sacrificó aun teniendo razón, y ahora anda escribiendo libros de monje en bicicleta y no sé si hará vídeos de aerobic. La mayor victoria de Sánchez no ha sido la suya (quién no gana pudiendo hacer y decir cualquier cosa), sino la destrucción de Cs y la creación de Vox como un partido políticamente relevante fuera de las galleras de pueblo y los bares de torreznos. La presencia de Vox y la debilidad de Cs son los indicadores de la supremacía del sanchismo. El único binomio que perjudica al Apolo de la Moncloa es el de PP y Cs.

En el PP los hay de fueros como los hay de meigas o de Medinaceli, y Cs es, o al menos pretendía ser al principio, un partido sin mitologías, fundado sobre el republicanismo cívico. Cs venía para poner fin al bipartidismo, que era una cosa isabelona y que, sobre todo, había permitido crecer al peor enemigo no de una España sacrosanta, que eso es una imbecilidad, sino de una democracia de ciudadanos libres e iguales: los nacionalismos. Ahora, todo eso parece accesorio, una menudencia, disputas sobre el sitio de los cubiertos de postre. PP y Cs no son vecinos ni parecidos, no deben estar juntos por ser más derecha o más centro derecha, sino por ser los únicos que ahora significan un peligro para el sanchismo sociológico, para el ivanredondismo que ha reducido la política a una cienciología de vender bragas con lucecitas. Es más, yo añadiría al PSOE verdadero, al PSOE que aún era un partido, más o menos morrocotudo o más o menos hocicón, pero que estaba dentro de la política, no de la magia (al menos, hasta Zapatero y, quizá, salvo en Andalucía). Ahora, el PSOE sólo es la piscina de bolas de un hedonista sin escrúpulos y sin principios, así que para qué mencionarlo.

Feijóo no quiere compartir su llovizna de estatua, el PP de Euskadi no quiere incrédulos ante sus árboles medievales, y así están, llamando exigentes a Cs, e incluso deseando que desaparezca y les deje más sitio para hacer heroísmo de Aznar y Rajoy y de los garbanzos de Fraga. Y sin embargo, Cs es lo único que los separa de que Vox se los coma y, por ende, del triunfo absoluto de Sánchez. Primero, porque tienen que desmentir juntos al sanchismo, a la antipolítica. Segundo, porque un centro reformista les hace parecer por fin una derecha europea y civilizada. Sí, Arrimadas no exige como una pobre altanera, sólo es la sombra con candil que busca posada a la vez para su gravidez y para toda nuestra política.

Ciudadanos va ahora por ahí pidiendo coaliciones con el PP y paraguas para dos en Galicia, como dos novios de hórreo en la lluvia triste de un amor dudoso. Ciudadanos se ha vuelto exigente cuando está más débil, pero eso suele ocurrir, es la última elegancia del decaído, como del cascarrabias. Cs ahora tiene que sobrevivir, pero además sobrevivir con cierta dignidad. El sanchismo empuja a eso, a sobrevivir. El propio presidente no hace otra cosa que sobrevivir, y obliga a todos y a España a hacer lo mismo, con él o contra él. Lo que está intentando Cs, lo que está intentando Arrimadas, que parece María buscando una posada en un lienzo renacentista, es intentar sobrevivir conservando aún esa dignidad de pobre y de creyente.

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