Mientras escribo estas líneas, el mundo entero está sumido en la preocupación por el coronavirus y sus efectos en la salud, en la economía y en las estructuras de la sociedad. Pero bien es verdad que necesitamos una dosis de locura precisamente para poder seguir cuerdos. Las efemérides musicales de la última semana son de gran ayuda. Surrealista todo, ¿verdad? Pues ahí va una locura necesaria para conservar el buen humor. Imaginemos una llamada:

  • ¿Está el enemigo? Que se ponga.
  • Quería hablar con los Estados Unidos. No, con todos no, con uno.

El jueves hubiera cumplido 101 años el hombre que tanto nos hizo reír armado simplemente con un teléfono: Miguel Gila. No es musical, pero sus chistes estuvieron mucho tiempo en los expositores de casete de los puestos de autopista, junto a los megamixes y los álbumes de Camela.

Por cierto, un virus fue lo que acabó con el pequeño de los hermanos Gibb (Bee Gees) tal día como el martes pero en 1988. Siendo un crío se escapó de casa para acabar dando conciertos en Ibiza. Parece que son mucho de escaparse, estos músicos de mediados de marzo. Si no, que se lo digan a Adam Clayton, el bajista de U2. El viernes cumplió 60 años. Una de sus hazañas fue precisamente no aparecer en un concierto del grupo en Sidney delante de decenas de miles de seguidores. Una juerga con la supuesta grata compañía de Naomi Campbell y grandes dosis de alcohol tuvieron la culpa. Él no. ¿Para qué preocuparse de que tienes un concierto? No te preocupes. Don’t worry. Be happy.

Justo ese es el nombre del éxito internacional de un grandísimo artista que cumplió 70 años el miércoles: Bobby McFerrin. Un hombre orquesta capaz de usar únicamente los sonidos que genera con su cuerpo para hacerse famoso más allá del jazz entre amigos gracias a ese himno ya a las ganas de vivir que dice:

“En cada vida tenemos algunos problemas,

pero cuando te preocupas haces que sean el doble”

Don’t worry. Be happy.