Cual sea el resultado sanitario final de la crisis del COVID-19 ya sabemos a ciencia cierta tres cosas: 

  • Si el gobierno hubiera comenzado a actuar a tiempo, haciendo prevalecer la salud de la nación por encima del feminismo sectario, habríamos evitado al menos un 60% del drama sanitario.
  • España ha liderado los ranking mundiales – desde el más completo y diario: The New York Times al más específico: GRID Index australiano– de peores resultados y cuando intentó manipular el de la OCDE tuvo vergonzosamente que rectificar sus falsos datos.
  • La gestión logística de los materiales y dispositivos sanitarios, amén del descuido en la protección del personal sanitario no han podido ser peores.

La avalancha de contagiados como consecuencia de la irresponsable actuación del gobierno puso en crisis la capacidad de nuestro –y cualquier otro– sistema sanitario, que aún estresado ha tenido un comportamiento ejemplar supliendo –como es típico en la España profunda- con una generosa, valiente y muy arriesgada dedicación la carencia de medios provocada por un gobierno que puede no haber leído todavía su propio Plan de Preparación y Respuesta ante una Pandemia elaborado en 2005 en tiempos de Zapatero. El gobierno alemán presumía hace poco de haber obtenido buenos resultados por aplicar a tiempo el suyo.

Pero el gobierno y sobre todo su ala comunista, lejos de estar avergonzado por sus actuaciones, no solo niegan la evidencia empírica de su pésima gestión -así calificada unánimemente a nivel mundial- sino que le echan las culpas a los recortes en el gasto sanitario y a la sanidad privada, dos vulgares mentiras que ni los totalitarios Gobbel & Münzenberg se habrían atrevido a plantear siquiera por su obvia falsedad. 

El gobierno, lejos de estar avergonzado, no solo niega la evidencia empírica de su pésima gestión, sino que le echan las culpas a los recortes en el gasto sanitario y a la sanidad privada

Asociar el gasto sanitario con la calidad de la sanidad implica ignorar un sagrado concepto de la economía: la eficiencia, que no es otra cosa que “hacer más con menos”, gracias a la cual el mundo civilizado avanza sin cesar mientras que el comunista-bolivariano siempre empeora haciendo lo que tanto les gusta a nuestros populistas.

Dos ejemplos de eficiencia saltan a la vista para avergonzar a nuestros social-comunistas despilfarradores del gasto público: Grecia y Portugal están teniendo comportamientos ejemplares en la gestión de la pandemia –pueden dar soberbias lecciones a España– después de haber reducido –“los hombres de negro”– severamente sus gastos sanitarios: todo un formidable ejemplo de eficiencia económica que si tuvieran alguna humildad intelectual en nuestro gobierno debieran estar copiando, mientras abandonan sus aberraciones sobre el gasto.

Por cierto, da vergüenza que la antaño prestigiosa OCDE haya caído tan bajo en su credibilidad histórica como fuente de datos y estudios relevantes. En uno de sus últimos informes asume el disparate socialista de gastar aún más en sanidad, sin reparar en la eficiencia del gasto, un pecado mortal entre economistas serios. ¿No se ha enterado la OCDE de la enorme dispersión entre gasto sanitario y resultados sobre la salud de la gente? Los países no pueden seguir gastando sin más, sino gestionar con la máxima eficiencia –una palabra ajena a una OCDE capturada por la ideología populista– mientras se contraen unas deudas públicas cuya descomunal dimensión no parece preocupar a la OCDE.

Frente a las sectarias e indocumentadas valoraciones críticas de estos días acerca de nuestro sistema sanitario, la realidad -que tanto disgusta al social-comunismo– presenta resultados muy virtuosos:

  • Disfrutamos de un sistema público de extrema generosidad, ya que está abierto literalmente a todo el mundo –lo que quizás resulte excesivo–: desde  a los recién llegados del sur hasta los ricos del norte. 
  • Somos reconocidos pioneros a nivel mundial en el uso de las tecnologías de la información y la comunicación para: la cita médica, la receta electrónica y el historial clínico.
  • En los mas prestigiosos ranking mundiales que evalúan la calidad de los sistemas sanitarios solemos salir muy bien parados. En el –posiblemente– más prestigioso –www.thelancet.com– España está claramente en cabeza, y deja por detrás a Francia, Reino Unido, Corea del Sur, EEUU,…habiendo mejorado mucho en las últimas décadas.
  • El reputado Bloomberg Healthiest Country Index, en su último ranking de 2019 sitúa a España como el país mas saludable del mundo.
  • En general –con la salvedad de ciertas colas– los españoles están satisfechos con su sistema sanitario. 
  • Somos líderes mundiales en eficiencia: gastamos menos que los demás países ricos para conseguir resultados iguales cuando no mejores. En España el gasto sanitario representa el 9% de nuestro PIB, frente al 17% de EEUU y entre el 10 y el 12% de los demás países de referencia.
  • Disponemos de un sistema de provisión de productos farmacéuticos de referencia mundial –y de exportación– que garantiza en horas su disposición en cualquier lugar de nuestra geografía a un precio medio de los más bajos de Europa.
  • Somos la referencia mundial en el trasplante de órganos, con la grandeza moral de no estar condicionados por el nivel de renta ni la notoriedad social.
  • Como colofón, nuestra esperanza de vida es la mas larga del mundo junto con la de Japón.

Todo lo dicho no sería posible sin el sector privado sanitario que dispone de más hospitales –aunque lógicamente menores– que el público cuyos usuarios de pago alivian y mucho la demanda de  sanidad pública.

La elevada eficiencia de la sanidad pública se beneficia de pagar bajos salarios a  nuestros –por lo general– excelentes médicos, que tras una de las más exigentes y largas carreras universitarias resultan luego muy mal remunerados. Sin embargo el amplio mercado de la medicina privada posibilita que parte de ellos, trabajando doblemente, terminen estando mucho mejor pagados.

Una importante limitación de la eficiencia económica de nuestra sanidad tiene que ver con la práctica inexistencia del copago que está extendido en casi todos los países avanzados, algo que será imposible de mantener mucho tiempo. En España también se da en medicinas, pero como consecuencia del muy bajo copago, tenemos un mayor consumo de ellas que en el resto de Europa.

La actual crisis sanitaria ha puesto de manifiesto uno de los mayores pecados de nuestra descentralización administrativa, que injustificadamente usa sistemas de información de la salud incompatibles entre sí, y además no están integrados  en uno a nivel nacional.  Nadie gana nada con esta ridícula autonomía y todos pierden cuando se trata de beneficiarse de las posibles sinergias, especialmente importantes en crisis como la de ahora.  

Nadie gana nada con esta ridícula autonomía y todos pierden cuando se trata de beneficiarse de las posibles sinergias, especialmente importantes en crisis como la de ahora

El afán estatalista–bolivariano ha encontrado en la crisis su oportunidad: además de querer nacionalizar empresas y adueñarse de la propiedad privada -las viviendas– para entregarla a sus posibles votantes, plantean la extinción de la sanidad privada; toda una locura, felizmente imposible de consumar. 

Millones de españoles gastan de su bolsillo, además de sus contribuciones a la seguridad social y la Hacienda, para disponer de sanidad privada; lo que –como antes se señaló– rebaja y mucho la demanda pública de salud. Sólo un comunismo puro y duro puede querer suspender algo tan beneficioso, lo que sólo sería alcanzable en un proceso revolucionario que no parece que esté a la vista…..de momento.

En todo caso, para hacer sostenible a largo plazo nuestro modelo sanitario, además de la mejora constante de su eficiencia –no del gasto– habría que incentivar fiscalmente los seguros médicos privados con objeto de reducir la demanda de sanidad pública, pues de lo contrario pronto colapsaría.

Hay que recordar a nuestros progresistas que en Suecia, tras las grave crisis que sufrieron –por su despilfarro en el gasto público- en los años noventa del pasado siglo, hicieron reformas muy serias: en la salud liberalizaron el mercado, que de ser un monopolio del Estado pasó a competir con empresas privadas. Desde entonces, año tras año, el sector privado gana cuota de mercado al público, gracias a la libre elección de los ciudadanos.

Por todo lo dicho, podemos concluir que tenemos un sistema sanitario que aún siendo mejorable, está teniendo un comportamiento ejemplar. Los fallos, que los ha habido y muy graves, en el tratamiento del virus  no son imputables al inexistente “austericidio” ni a la medicina privada, sino a una imprudente, desafortunada y negligente gestión del gobierno sobradamente demostradas.