Esto no puede ser una carrera de las autonomías detrás del virus o de la cerveza, salvo si lo dice Ábalos, que es como un pendenciero de hostería o un majo de cucaña. Simón se enfadó mucho cuando le preguntaron por aprobados y suspensos, como si fuera uno de esos pedagogos de la Logse con marioneta (Simón parecía que se enfadaba de verdad con un títere de calcetín que llevara, nacido de la gamuza de su pelo y su jersey). Pero ya vemos que la política no es la ciencia, ni siquiera esa ciencia falsa del anticiclón de las Azores del virus y de los expertos con ojos de topo que nos enseña Simón cada día.

El Gobierno se empeña en decirnos que es la ciencia la que rige todo en la pandemia; es más, nos conmina a abandonar la pelea política para soplar juntos al virus, como si fuera un orzuelo. Pero enseguida llega Ábalos, sin más baremos ni sabios tacañones, y se pone a dar coba a Barcelona mientras se mete con Madrid.

Ante la engañifa de todos esos expertos que van en submarino contra el virus, y de un Gobierno que únicamente escucha a la Ciencia, así entre el rosario y el susurro, como la radio del Vaticano, tenemos la certeza de un Gobierno que claro que hace política. No hace otra cosa, en realidad, mientras manda a gente salir por la tele flotando en formol o entre medusas.

El Gobierno hace política y se nota en Ábalos, con su propia porra de bar para las autonomías; se nota en Iglesias impartiendo doctrina desde una institucionalidad que no le sale por muchas banderas que le pongan detrás, como no le saldría una media verónica si le dieran un capote; se nota en la sonrisa de lobo que le dedica Sánchez a Lastra cuando ésta pasa a su lado después de dejar la tribuna del Congreso llena como de serrín; y se nota en lo de Madrid y lo de Ayuso y lo del barrio de Salamanca, donde han ido todos a hocicar muy políticamente sin que la ciencia tenga nada que ver.

Lo peligroso no es tener a gente por la calle, sino tenerla protestando. Quedar para hacer el pino no es lo mismo que quedar para pedir la dimisión de Sánchez

El virus no lo están espantando ni controlando los científicos, sino que es el Gobierno el que se lo está quitando de encima echándoselo a las comunidades o a los pijos, como los polvos pica-pica de los Hombres G. Ahora sale la derecha de viñeta, con sus banderas de fragata y sus manifestaciones de gallinita ciega, justo cuando más falta le hace al Gobierno. A un Gobierno que sólo puede hacer propaganda le regalan ahora esta iconografía (que no tópico), esa estética del rival ideológico vestido de lagarterana, irresistible como la boda de Sergio Ramos.

Ahora, el Gobierno puede poner sus pobres, incluso esos pobres a los que ellos no les pagan los ERTE, frente a unos batallones parroquiales de acomodados, una derecha de colegiata que hace manifas como capeas. En el fin del mundo, sin embargo, la propaganda regalada no es suficiente. Ábalos tenía que venir a decir además que los fachalecos hacen como un colchón de chinches para el virus, y que Ayuso, animando las protestas, alienta la peste aún más aborreciblemente porque viene provocada por el aburrimiento y el egoísmo de los ricos.

Frente a un Madrid como un alcázar de leprosos, Ábalos contrapone a Barcelona. No importa toda esa gente que vemos en la Barceloneta haciendo el hombre araña o bufando por el sobaco, todos apretados nervudamente y además sin mascarilla, que luego eso te deja un bronceado de payaso o de dogo. En la Barceloneta vemos más colmena para el virus que en esas manifestaciones de gente vestida de Guerrero del Antifaz con una cacerola por yelmo.

Pero lo peligroso para el Gobierno no es tener a gente por la calle, sino tenerla protestando. Quedar para hacer el pino no es lo mismo que quedar para pedir la dimisión de Sánchez. O sea, salir “con el propósito de tumbar al Gobierno”, como dice el ministro ya con escalofriante terminología antisubversiva (se les sube a la cabeza el estado de alarma). Uno puede salir para comprar sus garbanzos o saltar a la comba, pero no para “tumbar al Gobierno”, que es lo que quieren en Madrid sus pijos o menos pijos y Ayuso con armadura de carbón de Juana de Arco. Barcelona, sin embargo, es leal, y no pide pasar de fase porque ve todos esos musculitos como de videoclip de los 80 y siente más vergüenza que responsabilidad.

La profilaxis y las distancias, en verdad, son relativas a la ideología y no se miden igual en Barcelona que en Madrid, ni igual para protestar que para patinar como una camarera con patines. Por eso Ábalos no habla de los números reales que podrían distinguir a Barcelona de Madrid (o de Vizcaya).

Esto no va de números ni de ciencia. Nunca fue más que política, que siempre se apañó con las cuatro reglas, como parece apañarse Ábalos, ahí siempre como con una tiza en la oreja y una navajita en el bolsillo para el melón o el mal lance de naipes. Sólo política. Por eso los informes se materializan en las redacciones amigas espolvoreados por ángeles y con fecha sospechosa de antigüedad falsa. Es cierto, esto no es una carrera entre autonomías, y no por ningún principio pedagógico, sino porque en una carrera habría reglas. Y aquí, o no las hay, o aún las desconocemos.