Como en toda guerra, aproximándose el armisticio que en nuestra singular batalla hemos llamado Fase III es el momento de hacer recuento de bajas, reflexión sobre la estrategia aplicada y los resultados conseguidos, pero también de analizar y definir el nuevo status, aquello que cambia, oportunidades y amenazas. Sé que son muchos los que en esta nueva etapa miran al mundo con temor fijándose en lo que el COVID-19 se ha llevado de nuestra economía y bienestar, de nuestras libertades de contacto y proximidad y mucho de nuestras vidas y nuestros afectos.

Creo que también es el momento de hacer y buscar las lecturas positivas. Cuales son las oportunidades, los cambios de comportamiento y las reflexiones que, como consecuencia de esta situación se tornan positivas y emergen como oportunidades para nuestra sociedad.

Hasta justo antes de la llegada de la pandemia muchos éramos los que nos esforzábamos en convencer a trabajadores y empresarios de la conveniencia de acelerar el tan utilizado concepto de la “transformación digital” y que muchos tradujeron en añadir más tecnología, nuevas webs y apps, pero pocos entendieron de forma integral incluyendo cultura, formas de trabajo y procesos de negocio, deslocalización del trabajo y talento, o la propia implicación de órganos de administración de las empresas o administraciones públicas en la profunda transformación requerida. Mientras, muchos países de nuestro entorno mostraban un mayor
compromiso y velocidad en la definición y ejecución de esta agenda de transformación.

En ese contexto, la llegada del COVID-19 que todavía nos acompañará durante tiempo nos ha enseñado muchas cosas y abierto los ojos a muchas oportunidades nuevas. Hoy quiero hacer una reflexión sobre una de ellas sin despreciar a todas las demás oportunidades e implicaciones que conlleva.

Tan solo hace escasos tres meses vivíamos en el mundo y también en España una imparable tendencia hacia la concentración de la población, de la economía y de las oportunidades laborales y profesionales en las grandes conurbaciones que operan como motor económico y tractor del empleo. En nuestro caso Madrid o Barcelona, con alguna otra excepción, avanzaban imparables absorbiendo el crecimiento económico, el empleo de calidad, la innovación, la atracción de la inversión internacional y con ello el talento, a nuestros estudiantes y trabajadores internacionales en una también imparable espiral de competitividad por la atracción de ese talento, una mayor rotación laboral y unas condiciones que poco a poco van deteriorando la calidad de vida de las grandes urbes en términos de costes (vivienda, alimentación, transporte ) y de bienestar (desplazamientos y aglomeraciones, contaminación, acceso a vivienda).

Todo hasta que el COVID-19, sin querer, nos ha enseñado que no necesariamente esto debe ser así. En cuestión de días un altísimo porcentaje de nuestra población ha aprendido, especialmente en las grandes ciudades y sobre todo en el sector servicios no hosteleros o presenciales, que podemos ser efectivos y eficientes trabajando en remoto desde casa o desde localizaciones remotas, que estábamos más preparados de lo que pensábamos y que en cuestión de días nos hemos adaptado a ese nuevo modus operandi. Hemos descubierto también que entre nosotros, y no precisamente en las grandes capitales, viven españoles y extranjeros que desde ciudades como Alicante, Sevilla, Coruña, Málaga o Gerona son eminentes científicos trabajando para organizaciones internacionales desde hace años o trabajando para las grandes tecnológicas mundiales sin necesidad de estar en Nueva York o en Seattle; y lo hacen con una calidad de vida y un nivel de eficacia que podemos definir de envidiables cuando les vemos relatarnos sus logros en televisión.

El COVID-19 puede que haya puesto delante de nuestros ojos la oportunidad de crear un nuevo modelo económico más sostenible y equilibrado donde todos, trabajadores, empresas y territorios pueden ser beneficiados. ¿Cuál es ese modelo?

Paradójicamente muchos empresarios y empresas han pasado en estos casi tres meses de preguntarse como implantar el trabajo remoto para sus empleados de forma eficaz a plantearse como desarrollar estrategias que permitan a muchos de sus trabajadores adoptar el trabajo remoto como la nueva normalidad. Incluso algunos ayuntamientos en España se lo plantean para sus trabajadores públicos.

Y es que la oportunidad es clara y el caso de negocio beneficioso para todas las partes implicadas. Gracias al estado del bienestar hemos conseguido deslocalizar la generación de talento en España con escuelas, universidades y hospitales, entre otros, de primer nivel repartidos por todo el territorio nacional. Lo que no hemos hecho de igual modo es distribuir las oportunidades laborales y de desarrollo profesional. Repasemos por un momento la oportunidad que nos ha puesto delante esta pandemia.

Para las empresas, permitiendo crear centros de trabajo remotos conectado con la universidades y escuelas donde el talento se genera, con unos costes de emplazamiento y operación menores pero lo más importante, con un mejor equilibrio entre remuneración y lealtad de los trabajadores a la empresa, ahora menos motivados a cambiar de empresa por estar más conectados a sus raíces y en localizaciones de menores costes de vida.

Para los trabajadores y profesionales que ganan en calidad de vida, en economías de transporte y vivienda y sobre todo en bienestar de proximidad a sus raíces, cultura y entorno social.

Y para las administraciones públicas que permiten articular mucho mejor inversiones y empleo, sacar partido a otras ventajas solo aprovechadas por el turismo como la costa o la climatología para hacerse atractivas para el desarrollo de tejido empresarial.

Algunas ya lo han sabido ver, como en el caso de la Comunidad Valenciana y la ciudad de Alicante con su Distrito Digital que plantea una oportunidad hoy por hoy imbatible al combinar calidad de vida de emplazamiento (Infraestructuras, comunicaciones, clima y costa), acceso a universidades y talento de primer nivel, coste de la vida (vivienda y transporte) competitivo y costes de infraestructura e instalación bajos comparados con las grandes conurbaciones. Con ellos, lugares antes impensables aparecen como oportunidades para la atracción de la innovación, las inversiones y la tecnología de compañías españolas, pero también multinacionales y empresas extranjeras de las que buenos ejemplos son algunas nórdicas.

Quizá estemos ante la oportunidad de convertir la geografía española no solo en el geriátrico de Europa con dos polos tractores en Madrid y Barcelona sino en un emplazamiento imbatible para empresas, talento y negocio distribuido de forma eficiente y competitiva a nivel internacional, pero sobre todo más sostenible y adaptada a las nuevas necesidades de la sociedad.

Es una gran oportunidad. Para llegar a ella, como siempre, se requiere compromiso, una estrategia clara y sobre todo trabajo en equipo. En la “nueva normalidad” no todo ha de ser necesariamente malo. Se puede aspirar a no dejar pasar esta oportunidad, llegar a ser mejor.