Es la primera vez que un presidente trae el verano con su voluntad, con su helicóptero igual que una constelación austral. Aún no teníamos verano porque Sánchez lo tenía guardado en su cajita de conchas y a los guiris les esperaban 14 días de cuarentena bajo la sombra de botijo pintado y de falso plato cartujano de los hoteles. Así iba a ser hasta que “fuera necesario”, incluso hasta completar la desescalada. Pero al Gobierno le han entrado todas las prisas del verano, como pies por la arena caliente, como ojos tras los muslos. El 1 de julio, los guiris volverán a salir de los hoteles como cangrejos de sus cubos y, un poco antes, el turista patrio podrá ir ya por las distintas provincias que ahora son como arrecifes de fuego.
Esta desescalada no está siendo ni médica ni matemática ni astronómica ni económica, simplemente caótica. Con esto de poner la fecha del verano como en su calendario de emperador o en su mapa de Tolkien, Sánchez admite que todo esto ha sido más arbitrariedad paternal, providente o mágica que ciencia, incluso ciencia sospechosa.
Sánchez nos trae el verano, él que es una constelación más de ésas que derraman agua de nebulosas y se peinan con espinas de pez en el cielo. Sánchez nos trae a los guiris y el sol de tortilla y hasta las cefeidas bajo las que dábamos besos con trampa, y lo presidirá todo como el San Juan de verano, quemando el mundo viejo entre pantorrillas de juventud. Poca ciencia, ya ven.
Sánchez nos ha traído el verano antes de que pensáramos que podía ser nuestro sin que él nos lo diera. Sánchez veía que esta desescalada y este verano vislumbrado como carne vislumbrada los estaban tomando o estaban a punto de tomarlos ya esa gente como brasileña que no sabíamos que teníamos por aquí, esas manifestaciones como de waterpolistas, esos hosteleros cabreados de tener los restaurantes cerrados como circos y esos empresarios que ya no tienen ni para tornillos. Antes de que lo tomaran en la calle, directamente del sol municipal y churrero, Sánchez ha encendido el verano como la verbena, con un pulsador de actricilla.
La gente nunca entendió ni se creyó las fases, que yo creo que han fracasado. Esas fases tan cartesianas luego se fraccionaban o se dilataban o se les ponía un asterisco o un subíndice y ya nadie sabía a qué atenerse. Las reglas cambiaban o se volvían absurdas o contradictorias, y el personal pasaba. Hasta los guardias pasan ya.
La consecuencia es que todas las fases han acabado mezcladas. Uno sale y ya no sabe en qué fase está ése que lleva la mascarilla como un ramito de violetas o como una coquilla, o el que está haciendo botellón como una misa negra, o la terraza que ha medido la distancia entre mesas pero no entre gordos o entre niñatas despatarradas, o las playas que parecen el desembarco en Troya. Espero que tengamos al bicho medio frito porque las fases ya se han derretido como los primeros culos en la arena y la gente simplemente va ocupando su sitio en la escorrentía hacia la naturaleza y hacia la piel, con proa de pezones de sirena, como los buques.
Espero que tengamos al bicho medio frito porque las fases ya se han derretido como los primeros culos en la arena
Sánchez impuso la cuarentena al guiri porque aquí no podíamos hacer como en Islandia, donde a cada viajero que va a patinar con la nariz le espera un test que va más rápido que las maletas. Pero nosotros no tenemos test (no para eso), y todo se queda en salir más o menos o apretujarse más o menos. Sánchez se ha dado cuenta de que el verano llegaba solo, pisoteando sus fases como un paso de cebra, y que ni su tipito ni la derecha trina y emberrenchinada lo salvaría si España cae en la ruina total, más ante la previsible guerra entre el ala comunista y la Europa del dinero sólido y del reojo de Calviño. De momento, Sánchez ha abierto el verano para los guiris y los operadores turísticos han subido en bolsa. Y eso que Francia aún no nos recomienda, como si volviéramos a oler a pústula de santo.
No es tanto que tengamos fecha para el verano como que tenemos fecha para la ruina. Es doloroso y desconcertante que muchos no puedan abrir el asador o el bareto mientras la gente se vuelve a rozar y a rechupetear por ahí, digan lo que digan las fases y los urgentísimos estados de alarma. Sánchez nos trae el verano, que tenía guardado en la cajita de las tiritas, y ni siquiera esperará a ver cómo está el “cambiante virus”, eso que nos decían Simón y Sánchez mareados de ir tras de él como de una gallina. Sánchez nos traerá el verano pero a ver cómo nos devuelve el resto de la economía.
Contra el virus hemos perdido mucho tiempo y ya nos ha cogido la sombra del hemisferio como una luna de hombre lobo. Ahora, o nos abrimos o nos arruinamos. Y esta matemática tan sencilla creo que es la que empieza a entender Sánchez. Se le nota en la prisa, esa prisa del verano, la del helado que se derrite, la de la digestión que no pasa, la de la marea que nos borra, la del amor que se escapa.
Es la primera vez que un presidente trae el verano con su voluntad, con su helicóptero igual que una constelación austral. Aún no teníamos verano porque Sánchez lo tenía guardado en su cajita de conchas y a los guiris les esperaban 14 días de cuarentena bajo la sombra de botijo pintado y de falso plato cartujano de los hoteles. Así iba a ser hasta que “fuera necesario”, incluso hasta completar la desescalada. Pero al Gobierno le han entrado todas las prisas del verano, como pies por la arena caliente, como ojos tras los muslos. El 1 de julio, los guiris volverán a salir de los hoteles como cangrejos de sus cubos y, un poco antes, el turista patrio podrá ir ya por las distintas provincias que ahora son como arrecifes de fuego.