Hasta el momento es Ciudadanos el único partido de los dos que se ha beneficiado de su pacto de confluencia con el PP en el País Vasco porque ahora, de los seis escaños obtenidos por esa candidatura conjunta, dos han ido a parar a la formación naranja en detrimento de los candidatos populares. Dos escaños que les han sido literalmente regalados a los naranjas en virtud del pacto cerrado en Madrid entre Pablo Casado e Inés Arrimadas con la oposición cerrada de Alfonso Alonso, pacto con el que se situaba en las papeletas a los candidatos de Ciudadanos en posiciones de salida sin justificación objetiva alguna y que supuso la expulsión fulminante del presidente del PP por negarse a aceptar semejante trato.

Por eso, y sólo por eso, porque se los han regalado, Ciudadanos tiene ahora dos diputados en el parlamento vasco cuando la realidad es que, de haberse presentado en solitario, no habrían obtenido ninguno porque ese partido no tiene el menor arraigo político en esa sociedad.

Le pasa a Ciudadanos en el País Vasco lo mismo que le sucede en Galicia y por eso el candidato popular Alberto Núñez Feijóo no quiso cerrar ninguna clase de acuerdo con los naranjas, porque sabía que no alcanzarían ni de lejos el 5% de los votos requeridos. Y, efectivamente, los votos a este partido en las elecciones gallegas fueron 9.700, un o,75% del total de las papeletas emitidas.

Arrimadas busca una sombra bajo la que cobijarse mientras intenta recuperar la identidad y la fuerza perdidas

Por lo tanto, es verdad que interesa en principio a ambos partidos establecer un proceso de acercamiento pero lo que sucede es que ese interés conjunto responde a motivos muy diferentes. Lo que busca Pablo Casado es aproximar a Ciudadanos lo más posible a las filas del PP con el propósito de acabar unificando las dos fuerzas bajo sus siglas o bajo unas nuevas, eso ya se vería. En cambio lo que busca Inés Arrimadas es una sombra bajo la que cobijarse mientras intenta recuperar la identidad y la fuerza perdidas.

Pero ese acercamiento tiene un riesgo que probablemente en Génova están dispuestos a afrontar porque tienen la vista puesta a más largo plazo pero que a quienes compiten por una lista en las elecciones autonómicas les supone un sacrificio muy difícil de asumir.

Eso pasó en Galicia, con éxito para Núñez Feijóo, pasó en el País Vasco con fracaso y consiguiente expulsión de Alfonso Alonso, y va a pasar con Cataluña y Alejandro Fernández.

Ciudadanos es un partido que ha tenido, y aún sigue teniendo, gentes muy valiosas políticamente hablando a pesar de que muchos de ellos, demasiados, se han bajado del barco en cuanto han visto la intención de Inés Arrimadas de convertir a su partido en una formación "útil" para lo cual se ha acercado al PSOE y ha votado a favor de las últimas prórrogas del estado de alarma, del documento socialista sobre las conclusiones de los trabajos de la Comisión de Reconstrucción del Congreso y ha expresado su disposición a negociar y eventualmente votar a favor de los próximos Presupuestos Generales del Estado.

Albert Rivera desperdició la ocasión y con ello asestó un golpe mortal a la formación naranja. Golpe del que sigue sin recuperarse

La apuesta de Inés Arrimadas es, en definitiva, hacer todo lo posible por no morir como opción política. Por eso está dispuesta a acrecentar su perfil de partido de centro que haga ese papel de bisagra que pudo hacer, o al menos debió intentarlo, con mejores resultados para todos, cuando ese partido consiguió en las elecciones de abril de 2019 nada menos que 57 diputados. Pero Albert Rivera desperdició la ocasión y con ello asestó un golpe mortal a la formación naranja. Golpe del que sigue sin recuperarse.

Aquélla fue la auténtica ocasión de colocar a Ciudadanos en el lugar al que ahora intenta desesperadamente volverlo a encaramar la nueva líder del partido. Pero Ciudadanos ya no es ni sombra de lo que fue y mucho menos de lo que pudo llegar a ser. Por eso los barones del PP se resisten a darle entrada en sus listas, conscientes como son de que las opciones electorales de ese partido se han demostrado muy menguantes y que además pueden perjudicarles a ellos provocando una huida de sus votantes hacia la abstención o hacia Vox, tal y como ha pasado en el País Vasco.

Y lo veremos en Cataluña, el lugar en el que la formación naranja alcanzó su cénit político y al que ahora regresa con unas perspectivas electorales catastróficas. Le puede pasar en tierras catalanas algo parecido -no igual porque igual es imposible- a lo que le ha sucedido a Podemos en Galicia, que de 14 diputados ha pasado a no tener ninguno. O seguramente más a lo que le ha sucedido al partido morado en el País Vasco, que de ser primera fuerza en las elecciones generales de 2016 y de tener 11 diputados en las autonómicas vascas de ese año, se tiene que conformar ahora con solamente seis en el parlamento de Vitoria.

Algunas encuestas dejan al partido naranja a punto de ser alcanzado por el Partido Popular en Cataluña

Las perspectivas de Ciudadanos son muy malas en Cataluña y el calibre de su derrota es temido por sus dirigentes porque no es posible olvidar que este partido venció por primera vez a las opciones independentistas y se alzó como la primera fuerza en las autonómicas de 2o17. Algunas encuestas dejan al partido naranja a punto de ser alcanzado por el Partido Popular aunque es improbable que eso suceda. En cualquier caso, del "quién te ha visto y quién te ve" no se va a librar la formación de Inés Arrimadas.

Los sondeos le dan a Ciudadanos un máximo de 16 o 17 escaños, de modo que perdería nada menos que 20 diputados. Es decir, que pasaría de haber ganado las anteriores elecciones a ser cuarta fuerza en las que se convoquen ahora. Un desastre.

Y el candidato popular, Alejandro Fernández, prefiere salir a pelear contando con sus propias fuerzas porque se teme que muchos votantes del PP, de los pocos que aún les quedan, decidan hacer lo que muchos han hecho en el País Vasco: pasarse a la abstención o directamente a Vox como protesta por esa hipotética alianza con el partido que ha ofrecido sus votos al PSOE y que no los va a retirar aunque el Gobierno reanude su mesa de diálogo o de negociación con los partidos independentistas catalanes.

Es verdad que el destino final de Ciudadanos y del Partido Popular no puede ser otro que la fusión porque el futuro de la formación naranja no es nada halagüeño sino todo lo contrario, y eso a pesar de los esfuerzos de Arrimadas por mantener al herido con un hálito de vida.

Pero mientras eso ocurre, que yo creo que más tarde o más temprano acabará ocurriendo, el precio a pagar por muchos de los barones populares puede resultar demasiado doloroso. Es muy lógico que se resistan, entre otras cosas porque tampoco el proyecto de unificación que alberga en su interior Pablo Casado está garantizado por nadie. Y porque el precio a pagar se les va a pasar a ellos al cobro.

Hasta el momento es Ciudadanos el único partido de los dos que se ha beneficiado de su pacto de confluencia con el PP en el País Vasco porque ahora, de los seis escaños obtenidos por esa candidatura conjunta, dos han ido a parar a la formación naranja en detrimento de los candidatos populares. Dos escaños que les han sido literalmente regalados a los naranjas en virtud del pacto cerrado en Madrid entre Pablo Casado e Inés Arrimadas con la oposición cerrada de Alfonso Alonso, pacto con el que se situaba en las papeletas a los candidatos de Ciudadanos en posiciones de salida sin justificación objetiva alguna y que supuso la expulsión fulminante del presidente del PP por negarse a aceptar semejante trato.

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