Algunos líderes de la izquierda nos quieren trasladar en un viaje en el tiempo. El empeño tiene un punto atractivo, que a los más mayores nos retrotrae a nuestra época universitaria, los grises y sus caballos, las asambleas y el antifranquismo. ¡Qué tiempos!

El revival progre se ha producido en los últimos días en Madrid como respuesta a las medidas de restricción de movilidad adoptadas por la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso. La mayoría de las áreas de salud afectadas (ampliadas a 45 el pasado viernes) se ubican en los distritos del sur de Madrid.

Ya el domingo 20 de septiembre vimos concentraciones de vecinos en los barrios afectados en las que se veían banderas republicanas y rostros conocidos, como el de Juan Carlos Monedero.

La ofensiva política comenzó justo unas horas antes de que se produjera la entrevista del presidente del Gobierno con la presidenta de la Comunidad, un encuentro que, según avanzó Pedro Sánchez el sábado en La Sexta, tenía como fin aparcar las tensiones y abrir una nueva etapa de colaboración.

La entrevista celebrada en la sede del gobierno de Madrid fue razonablemente bien y el ministro de Sanidad, Salvador Illa, avaló las medidas adoptadas por Ayuso. Pero la paz entre administraciones ha durado un suspiro: el viernes saltó por los aires de forma abrupta, al desautorizar el ministro las nuevas medidas de la Comunidad y pedir el cierre total de Madrid.

La tregua firmada en la Puerta del Sol nació frágil porque hay un interés político evidente en que Ayuso se estrelle. Cuando todavía resonaban los ecos de las declaraciones conciliadoras de Sánchez con fondo de banderas, Podemos y algunos líderes socialistas, como, por ejemplo, a la portavoz parlamentaria, Adriana Lastra, no dudaron en calificar de “inútiles” las restricciones aprobadas por el gobierno regional. Al PSOE de Madrid le costó descolgarse de la manifestación convocada por la izquierda para el domingo 27.

El vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, abanderó el nuevo credo, que consiste en reactivar la antigualla de la lucha de clases. Iglesias dijo el martes en La1 que Ayuso, con sus medidas de “segregación”, está “criminalizando la pobreza”. Al término “clasismo” se apuntaron con entusiasmo otros dirigentes de la izquierda como Íñigo Errejón, o el ministro de Universidades, Manuel Castells, que pareció despertar de su letargo veraniego transmutado en histriónico agitador. En tono menor también siguieron la consigna José Manuel Franco (secretario general del PSM y delegado del Gobierno en Madrid), la incontinente Lastra y su escudero Rafael Simancas.

Para estos demagogos profesionales el criterio del gobierno de derechas de la Comunidad de Madrid ha sido muy sencillo: trazar una línea entre barrios ricos y pobres, para aplicar a estos últimos medidas de restricción como castigo por ser pobres. O, como dijo la portavoz socialista, como descubriendo el gato encerrado en la jugada: "Desmontan la sanidad pública para favorecer a la sanidad privada”.

Nada dicen sobre el criterio real que se ha utilizado para aplicar esas medidas: las áreas sanitarias en las que los contagios, sostenidos en el tiempo, superan los 1.000 casos por cada 100.000 habitantes.

Pero, ¿a quién le importa esa cuestión cuando hay a mano una consigna tan contundente y fácil de argumentar como el "castigo a los pobres"?

Las propuestas de Podemos son las mismas que las del viejo comunismo, pero barnizadas con tuiter y coleta

La lucha de clases es la base del marxismo y el hilo conductor del Manifiesto Comunista de 1848 escrito por Karl Marx y Federico Engels. La izquierda lo tuvo como panfleto de cabecera durante más de cien años; fue, de hecho, el motor ideológico que llevo a la revolución rusa en 1917 y dio sentido a otras revoluciones en medio mundo. Pero los resultados de la praxis de esas teorías han sido tan terroríficos que ya sólo unos pocos iluminados siguen manteniéndose fieles al materialismo dialéctico.

En España, Felipe González propuso en 1979 la supresión del término “marxista” del ideario del PSOE, lo que le costó perder el XXVII Congreso del partido y le forzó a presentar su dimisión. Unos meses después ganó con holgura el Congreso Extraordinario y fue reelegido secretario general del partido. Gracias a González, el Partido Socialista rompió no sin coste con el marxismo y dio un paso de gigante hacia la modernidad y la moderación.

Con Podemos parecía que nacía una nueva izquierda. Pero con el tiempo hemos visto que sus propuestas son las mismas que las del viejo comunismo pero barnizadas de modernidad con tuiter y coleta. A Monedero, a Alberto Garzón y a Pablo Iglesias no hay nada que les guste más que hacer flashback político. Como el alcalde de Amanece que no es poco, cada vez que tienen la oportunidad, nos plantean: "¿Os acordáis lo que hacíamos en tiempos de Franco? Pues ¡hala! a hacer flashback".

Saben que la resurrección de la lucha de clases les daría una oportunidad para convertirse en el partido hegemónico de la izquierda. Pero eso es un sueño, o mejor, una pesadilla, que difícilmente puede llegar a hacerse realidad.

Para empezar, los partidos tienen votantes de todas las clases sociales. A Podemos les votan residentes en el barrio de Salamanca y a Vox personas que viven en Carabanchel o en Vallecas. Eso pasa en Madrid y en otras grandes ciudades.

El conocido como “cinturón rojo” (compuesto por los distritos del sur de Madrid, como Vallecas, Usera o Carabanchel, y grandes núcleos urbanos como Getafe, Leganés, Fuenlabrada, etc.) dejó de existir hace muchos años, cuando las grandes fábricas echaron el cierre o se transformaron en otras más pequeñas y menos contaminantes. La zona sur de Madrid es cada vez menos de cuello azul y mucho más de trabajadores del sector servicios. Y eso se nota a la hora de votar.

Lo que puede conseguir ese desfasado izquierdismo es fomentar el odio entre ciudadanos por el simple hecho de vivir en diferentes zonas

En las elecciones autonómicas de 2007 y 2011 la derecha barrió en los distritos del sur de Madrid y también en muchos de los municipios que conforman ese mítico “cinturón rojo”. En los comicios de 2015 y 2019, sin embargo, la izquierda fue la opción mayoritaria en esos barrios y las ciudades del sur. Pero las fuerzas están muy igualadas. De hecho, la derecha ganó en Madrid en 2019 por poco más de 100.000 votos.

Vox está girando desde hace tiempo desde posiciones próximas a las políticas ultraliberales de Trump a otras más cercanas a la derecha francesa de Marine Le Pen, que incorpora a su programa amplias medidas sociales. El partido populista de derechas quiere buscar su hueco en los barrios obreros, siguiendo la experiencia del Frente Nacional, que tiene su granero de votos en los suburbios de las grandes ciudades francesas.

El esfuerzo de los líderes de Podemos, Más Madrid y en parte del PSOE para adueñarse del sur sobre la base de recuperar la lucha de clases está destinado al fracaso. Ahora bien, lo que sí puede conseguir ese desfasado izquierdismo es fomentar el enfrentamiento, el odio entre ciudadanos por el simple hecho de vivir en diferentes zonas, que sólo abundará en el deterioro de un clima social que ya está suficientemente crispado, como hemos comprobado en la violenta manifestación del pasado jueves frente a la sede de la Asamblea de Madrid en Vallecas.

El recurso a la lucha de clases por parte de los líderes de Podemos demuestra su fracaso como alternativa para liderar la izquierda y ser una opción real de gobierno. Podemos vuelve a sus orígenes, que no son otros que los de un PCE que no reniega del estalinismo, admira el castrismo y el chavismo y añora la España del 36.

Algunos líderes de la izquierda nos quieren trasladar en un viaje en el tiempo. El empeño tiene un punto atractivo, que a los más mayores nos retrotrae a nuestra época universitaria, los grises y sus caballos, las asambleas y el antifranquismo. ¡Qué tiempos!

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