“Montesquieu ha muerto”, dicen que dijo Alfonso Guerra, que ya tiene sus propios evangelios apócrifos y leyendas de jinete sin cabeza. Guerra siempre fue el predicador con pistolas, mientras que Felipe era como el Corazón de Jesús andaluz, ajarronado y algo sexuado, de aquel socialismo de comodita. Guerra predicaba, azotaba y ejecutaba, con su cara de dominico de la Inquisición, a la derechona o a lo que estorbara, incluidos banqueros o jueces. En 1985, aprovechando una ambigüedad de la Constitución, ajustició al poder judicial cambiando la ley para que las Cortes eligieran a todos los vocales del CGPJ. Decían que era lo democrático (lo siguen diciendo), pero como expresa la frase de Guerra, o de su versión evangélica, en realidad se habían cargado la división de poderes. Sánchez, ahora, aún quiere ir más lejos que aquel felipismo todopoderoso, omnipresente, papista y cowboy.
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