Y ahora el toque de queda, un sargentón apagando las calles, tapiando el silencio, sólo el sonido policial por la noche como carruajes de caballo, y su sombra exagerada también de caballo fantasmal, de caballo con sombra de incendio, cuando doblan las esquinas y patrullan las plazas. Ahora se les ha ocurrido el toque de queda porque lo habían cerrado todo menos la nada, la nada de la noche, el cementerio sin tapia de la noche, con las farolas como cipreses con alma dentro, encendida y atrapada igual que un insecto. Se les ha ocurrido en Europa y se les ocurre luego aquí, por hacer algo nuevo, algo llamativo, algo lúgubre y algo europeo, de vanidad europea, eso de mostrar nuestras ciudades muertas y elegantísimas a deshora, como teatros de la ópera, como un ala cerrada de un palacio. Los médicos siguen protestando, los rastreadores siguen siendo seres mitológicos, pero la noche terminará en una cascada por la que precipitarse, que da más miedo y es más hermoso, como un fin del mundo.

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