Lo de Olentzero es como si los regalos de Navidad te los trajera el Macario de José Luis Moreno, pero quiénes somos nosotros para juzgar a las razas superiores. De Oriente llegan magos con barbas de cometa, del norte llega un Santa Claus hecho de bizcocho de nieve y del País Vasco llega un montuno precristiano, carbonífero, borrachuzo pero civilizador que les enseña a los niños, a la vez, qué es la Navidad y qué es la democracia: o escriben en euskera o se quedan sin regalos. Suena a chantaje, a impuesto revolucionario, pero debe ser la Navidad democrática. Por las maneras y por el razonar, uno diría que ese Olentzero alpargatoso, tiñoso, raposo, rastrojero y extorsionador podría ser Otegi. Es una pena que justo cuando Otegi/Olentzero iba a bajar de los montes para regalarnos la democracia de verdad, llegue el Tribunal Supremo y le regale a él un nuevo juicio igual que unas Navidades españolísimas de Raphael, con su tamborilero, su Doña Manolita y su Guardia Civil.

La democracia no es folclore y no se la puede inventar uno como una leyenda tribal"

Otegi nos iba a meter su democracia de hombre del saco como allí les meten a los niños la Navidad del hombre del saco, pero lo que ocurre es que la democracia no es folclore y no se la puede inventar uno como una leyenda tribal. Si uno quiere ponerse a hacer tribu, apartarse del cristianismo glaseado, del consumismo achampanado y del españolismo jamonero, siempre se podrá encontrar un personaje local, un monigote de la siega con pelo de mazorca, una vieja solsticial para la hoguera, una madre tierra con pezón de cántaro, y colocarlo dando regalos o bendiciendo la vacada bajo la autoridad de un hacha que preside el caserío como una estrella de Belén. Estos personajes pueden competir con otras mitologías rivales y ganarles a caramelos, a chantajes, a miedos, a pedradas o a tiros, como estoy seguro de que ganaría Otegi/Olentzero a la caballería de los Reyes Magos y al Papá Noel aerotransportado. Sin embargo, como digo, no existe una alternativa tribal a la democracia. Bueno, hay una, pero es la guerra.

Otegi/Olentzero, que convierte la amenaza en villancico de ratoncitos y el terror en fiesta con cucañas, estaba ya dispuesto a traernos su versión sepulturera de la democracia de la mano del 'sanchismo' cuando se ha encontrado con que la justicia le estropea ahora su nueva mitología de santo providente y azucarado. El Supremo ha decidido que se repita su juicio por la reconstrucción de Batasuna, ya que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha dictaminado que, en su día, se vulneró su derecho a un juez imparcial. No hace falta detenerse en las razones de ese fallo, ni meterse en la dura minería de las leyes: parece de sentido común que el juicio se repita con otro tribunal y, además, esta decisión le ofrecería al "inocente" Otegi la oportunidad de limpiar su reputación y reír ante los ropones como un Santa Claus con campana. Sin embargo, a Otegi/Olentzero esto le fastidia, ya que considera que, después de que Sánchez le escribiera su carta de niño bueno, él ya había impuesto su Navidad de cisquero y había superado la democracia como un pistolero supera las puertas del saloon.

Otegi/Olentzero se cree que puede deponer el Estado de derecho para que sus caciques vengan a sustituirlo por una mitología de piedras parlantes"

"¿Democracia? ¿Qué democracia?", ha dicho Otegi/Olentzero espantado, escandalizado, humillado, como si un San José turronero y muy enaguado, un San José muy español que hiciera José Sacristán o así, le acabara de ganar en esa cucaña con niño o con el Estado de premio, que él se imagina que ya es suya. ¿Qué democracia? Pues esa democracia, la única, donde los tribunales aplican leyes y hacen que se cumplan, en La Haya, en Colón o en Ondárroa, y ni los políticos con solapas de Napoleón ni los siniestros Macarios tribales con botijo de anís o con pistola de herradura tienen nada que hacer ahí. Pero Otegi/Olentzero se cree que, igual que la aldea hecha de carbonilla y palafitos puede deponer a ese Santa Claus con color y relleno de bombonera, puede deponer el Estado de derecho para que sus caciques vengan a sustituirlo por una mitología de piedras parlantes y una ley de tramperos sin bañera.

Se puede hacer que Santa Claus salga de una leñera o de una cuba, que se llame Olentzero o se llame Paco, que ande sucio o ande ciego, y que en vez de venir con elfos venga con una Mari Domingi que tiene nombre de costurera de trajes de flamenca. Se puede ilusionar, acunar y asustar a los chiquillos con todo esto y con la maravilla de una cultura tribal preindustrial y hasta premágica, que todo lo hace con palos, tocones, cantos rodados y cuajarones de sangre que son además simples palos, tocones, cantos rodados y cuajarones de sangre. Se puede tener y defender esa visión zarrapastrosa de la cultura y, con el suficiente grado de fanatismo, hasta de la guerra y del asesinato justificados por ella. Pero no hay tal versión zarrapastrosa de la democracia. Lo que Sánchez deje traer a Otegi, con su saco de calaveras como de raíces y su pistola de cencerro, será otra cosa.

Lo de Olentzero es como si los regalos de Navidad te los trajera el Macario de José Luis Moreno, pero quiénes somos nosotros para juzgar a las razas superiores. De Oriente llegan magos con barbas de cometa, del norte llega un Santa Claus hecho de bizcocho de nieve y del País Vasco llega un montuno precristiano, carbonífero, borrachuzo pero civilizador que les enseña a los niños, a la vez, qué es la Navidad y qué es la democracia: o escriben en euskera o se quedan sin regalos. Suena a chantaje, a impuesto revolucionario, pero debe ser la Navidad democrática. Por las maneras y por el razonar, uno diría que ese Olentzero alpargatoso, tiñoso, raposo, rastrojero y extorsionador podría ser Otegi. Es una pena que justo cuando Otegi/Olentzero iba a bajar de los montes para regalarnos la democracia de verdad, llegue el Tribunal Supremo y le regale a él un nuevo juicio igual que unas Navidades españolísimas de Raphael, con su tamborilero, su Doña Manolita y su Guardia Civil.

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