Por la sede del PP, que parece una fragata en chaflán, rozaban las banderas de olimpiada o de corista o de soldado subiendo desde Colón, aquel día del gran error. Las banderas así, juntas, rozadizas, navegables, encandilan e infantilizan, como las manadas de delfines. Aquel día con borrasca de lienzo en el cielo resultó maldito para la derecha, con una maldición que fue de Sánchez o de un pirata, o quizá sólo fue un mal cálculo. Yo subía por Génova, con mi crónica como un pez en una bolsa de plástico, pero no me di cuenta, como nadie, de que la sede del PP ya navegaba hacia abajo, hacia Colón, con velas negras, crujidos de cuaderna y escora de mal fario, con sus días de balconcillo y gloria yéndose a pique. Supongo que Casado lo ve un poco así ahora. Ya ha desarrollado supersticiones de marino y canta canciones de farero: se va a deshacer del edificio como de un pelirrojo y da discursos de velero de José Luis Perales.

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