Ya queremos Semana Santa, aunque sea con nuestros cristos bandoleros en peceras. La curva no tiene tiempo de bajar porque enseguida se encuentra la agenda de un dios pececillo, o de un mesías florista, o de un emigrante sentimental, y sobre todo se encuentra con unos políticos que van haciendo temporada como los escaparates, que son incapaces de mantener las medidas apenas ven que se quitan o se ponen los sombreros o sube o baja el largo de la falda desenrollando piernas. En verano vencimos al virus, Sánchez nos mandó a todos a disfrutar y se fue él también a disfrutar, tanto que no ha vuelto a preocuparse por el bicho, que ahora parece cosa sólo de la Renfe y de los alcaldes. En Navidad, ya con la cogobernanza, se inventaron lo de los allegados como si fueran angelitos de la guarda. Y ahora, pasaportes que también aletean magia. Llegará, pues, la cuarta ola, curva que Simón volverá a acariciar con su mano despreocupada, mano de peinar ponis o de deslizarse por barandillas.
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