Fue otra mañana de domingo soleada y brillante en Madrid. Desbordados Aranjuez, Chinchón, El Escorial y las plazas y azoteas de toda la Comunidad, el derbi emergía ligeramente molesto en la sobremesa. Se fue oscureciendo la tarde y ya soplaba un poco de viento cuando marcó Luis Suárez. Cayeron unas primeras gotitas coincidiendo con el penalti que no señaló Hernández Hernández, por motivos desconocidos. Hacia las seis de la tarde el día ya era grisura, espesor y premonición en las carreteras. Sobre un puente de la A-4, por ejemplo, hacia el sur bajaban luces de cruce blanquitas y ágiles, y hacia el norte se acumulaban las rojas de frenazo en el preatasco. Era claramente una performance colchonera, Simeone sobre ruedas ganando la Liga en autobús.

No vio venir nadie a Karim Benzema, anulado hasta entonces por sus imprecisiones y por la gigantesca figura de Oblak. Fue un gol de videoteca, deshaciendo a la defensa del Atlético de Madrid como una moto eléctrica zigzagueando en un atasco o un semáforo. No había hueco por donde pasó Karim, o sólo había hueco para Karim, que reinterpretó su mitológico regatito uno-dos del Calderón, pero esta vez en el mogollón de la frontal del área.

No había hueco por donde pasó Karim, o sólo había hueco para Karim, que reinterpretó su mitológico regatito uno-dos del Calderón

Por ahí no podía aparecer otro que no fuese Casemiro, el mejor defensa, el mejor centrocampista y el mejor delantero del Real Madrid. El Hierro, el Stielike y el Santillana del club. En esta ocasión se vistió de Guti.

Fue un golazo digno de celebración pausada, aunque el partido pedía rabia, recoger el balón de la red, correr hacia el campo propio y aplastarlo en el círculo central como un touchdown. Vinicius hizo el amago, pero vio que el resto celebraban y también dio el empate por bueno. Volvió a ser revulsivo Vini, mucho más productivo que Asensio, que si el Madrid fuera el Barcelona ya habría sido atropellado también por Sergio Arribas, maravilloso con un Castilla que aspira al ascenso pese a nutrir al primer equipo con sus mejores piezas durante dos meses decisivos. Ojo con Raúl.

Fue un empate justo para el empuje del Madrid, con el penalti en el recuerdo como gasolina para el orgullito del que se siente perjudicado. Es una táctica habitual de los entrenadores de baloncesto: forzar una técnica al banquillo cuando vas perdiendo para meterle un poco de rabia en el cuerpo a los jugadores.

El Madrid tenía eso, el empuje de Fede Valverde y un Vinicius predispuesto a encarar. Así que Simeone, que salió mandón más por Carrasco que por Correa, no encontró ningún motivo para no refugiarse en su zona de confort de los derbis, confiado al encierro y la esperanza de un contragolpe. Llegado el momento, optó por quitar a Carrasco y dejar a Correa, más efectivo para cerrar el partido faltita a faltita. Visto tantas veces el mismo guion, el gol tardío del Real Madrid llegó como llegan todos los años la primavera, el verano, el otoño y el invierno.

Así que sigue habiendo Liga. Y la flechita de la inercia apunta ahora hacia el Camp Nou. Sólo en el actual fútbol español un equipo sumido en la bestial crisis económica e institucional del Barcelona podría tener en su mano un doblete terrenal de Liga y Copa, con la Champions convertida en Júpiter. Y sin embargo, sigue sin haber en nuestro país un camino más seguro hacia el gol que un pase de Messi a Jordi Alba. Con eso y un poquito de show business, el regreso de Joan Laporta a nuestras vidas puede ser memorable.