Están dolidos en las filas de Podemos. Se han dado cuenta, a estas alturas de la legislatura de que, aunque sus 26 diputados son imprescindibles para que Pedro Sánchez se mantenga en la presidencia del Gobierno, en realidad siempre han sido vistos por la otra parte contratante, la parte socialista, como un socio menor.

Y, al margen del ruido que hacía Pablo Iglesias, para cuyo ego inmarcesible resultaba verdaderamente vital ser el protagonista de la vida política española, los socialistas, que componen la parte más relevante, decisiva y decisoria de este Gobierno, les han venido soportando con paciencia sin mostrar excesivo interés por sus propuestas.

Eso, que con Pablo Iglesias se notaba menos porque Pedro Sánchez sabía cómo colmar sus ansias de notoriedad, aparece ahora sin disimulos y los miembros de Podemos constatan lo que es obvio pero sorprendentemente no habían descubierto aún: los socialistas no les hacen caso y, hablando con crudeza, les ignoran.

Yolanda Díaz, la ministra más relevante de que disponen -en realidad la única relevante-, no es miembro de Podemos pero ha traído a las relaciones con el socio mayoritario una nueva manera de comportarse. La manera en la que normalmente se comportan los miembros de cualquier sociedad: sin gritos, sin amenazas, sin escándalos, sin filtraciones destinadas a poner contra la cuerdas al socio principal. Es decir, educadamente.

Los miembros de Podemos constatan que los socialistas no les hacen caso y, hablando con crudeza, les ignoran"

Pero a cambio de ese nuevo talante, los morados esperaban un cambio de actitud por parte de los socialistas del Gobierno. Como los niños, esperaban recibir un premio por su buen comportamiento. Pero las cosas no suceden de ese modo cuando de lo que se está hablando es de algo tan serio como la aprobación de proyectos de ley o de medidas que tienen alcance nacional. No estamos en el colegio, sino tratando asuntos muy serios y a veces trascendentales para la sociedad.

Así que ya pueden esperar sentados a que el Gobierno -la parte socialista con su presidente a la cabeza- vaya a transigir en asuntos en los que sus ministros tienen posiciones encontradas con las propuestas y las intenciones de Podemos.

Es el caso de la ley de la Vivienda, en la que el partido de Ione Belarra sigue insistiendo en que regule el control de los precios del alquiler, algo a lo que se ha opuesto desde el principio el ministro de Transportes, José Luis Ábalos, que ha resistido los embates de Pablo Iglesias cuando era titular de la vicepresidencia del Gobierno y responsable de Asuntos Sociales y que ahora no tiene la menor dificultad de resistir los que protagonice la señora Belarra, con mucha menor fuerza intelectual y de notoriedad pública que su antecesor en el cargo.

Lo mismo pasa, pero agravado, con la famosa ley trans que la ministra Irene Montero se ha empeñado en sacar adelante y a la que se opone la vicepresidenta primera Carmen Calvo con todas sus fuerzas, que son muchas más que las de la ministra de Igualdad.

De modo que no es previsible que la ley de Vivienda sea aprobada antes de las vacaciones de verano como pretenden en Podemos, ni que tampoco lo sea la ley que amadrina la señora Montero. Es verdad, y tiene razón en eso, que hay comunidades en las que se ha aprobado el disparate de que una persona cambie de género con el simple enunciado de su voluntad en un momento determinado. Pero que otros hayan cometido antes el error no basta para alentar al Gobierno a repetir esa equivocación. Frente a Carmen Calvo, la ministra Montero tiene las de perder.

Sucede además que el partido morado ha perdido mucha fuerza, y no sólo por la retirada de su líder fundador, que también, sino por efecto de los desastrosos resultados obtenidos en sucesivas convocatorias electorales.

La historia de Podemos es la de un fracaso sostenido en el tiempo desde las elecciones de noviembre de 2019, en las que perdió siete escaños de los 42 anteriores"

En ese sentido la historia de Podemos es la de un fracaso sostenido en el tiempo, desde las elecciones de noviembre de 2019 en que perdió siete escaños de los 42 que había obtenido en los comicios de abril y casi 700.000 votos; pasando por los comicios vascos, donde perdió cinco escaños y 80.000 votos; los gallegos donde perdió los 14 escaños que había conseguido en 2016 y la friolera de 220.00o votos; o los comicios madrileños que hicieron a Pablo Iglesias acudir a encabezar la lista electoral porque el partido corría el alto riesgo de quedar fuera de la Asamblea por no alcanzar el límite del 5% de los votos emitidos.

Por lo tanto, lo mejor que tiene Podemos en este momento es la circunstancia de que forma parte del Gobierno de España y ahí, y sólo ahí, tiene su fortaleza. Lo demás que hay fuera del Ejecutivo es un páramo para ese partido. Y los socialistas lo saben.

Saben que las nuevas líderes del partido morado jamás cometerían el suicidio político de confrontar con su socio hasta el punto de llegar a romper la coalición porque eso equivaldría a su muerte por inanición. Así que, por mucho que se lamenten del poco caso que se les hace, saben bien que, arrimadas a la vera del Gobierno, se está calentito y confortable. Dónde van a ir que más valgan.

Así que, fuera de los lamentos, no pasará nada más. Por la cuenta que les tiene.