Si está un poco depre no tiene más que descolgar el teléfono y llamar a Moncloa. Lo confieso: me gustaría vivir en el país que se percibe desde el palacio presidencial. Ahí hay una luz, una determinación que es la que convierte a Pedro Sánchez en un maestro en la generación de expectativas.

La dura derrota en las elecciones de mayo en Madrid, la crisis con Marruecos -que aún no está cerrada-, o el más reciente y humillante episodio de la entrevista en 26 pasos con el presidente Biden, son tan sólo minucias, piedrecillas en el camino que guía a nuestro líder a fines que los simples mortales tal vez no podamos percibir en este momento.

Porque, todo hay que decirlo, si hay alguien que sabe meter goles ese es Sánchez. Salvó, el pasado domingo con notable, el examen andaluz derrotando con holgura a una Susana Díaz disfrazada sin pudor de contestataria, y vio con alborozo como la Plaza de Colón no alcanzaba ni por asomo las cifras de asistentes a otras concentraciones históricas convocadas por el centro derecha.

Tras ese domingo de gloria, la agenda presidencial se centró en lograr la foto de la aprobación del Plan español para la recepción de los fondos europeos, a la que se prestó gustosa Von der Leyen; y, sobre todo, Cataluña.

Los empresarios del Círculo de Economía le iban a dar a Sánchez un primer gran impulso en un debate nacional que tiene, todavía, a la mayoría de la población española en contra. El miércoles, Javier Faus, presidente del Círculo, respaldó públicamente los indultos como una forma de rebajar la tensión y recuperar la normalidad en Cataluña. Los obispos catalanes no se quedaron atrás. Ese mismo día, desde Moncloa se reservó para mañana, lunes, el Liceo de Barcelona para un acto sobrevenido en el que el presidente del Gobierno explicará a la sociedad catalana -antes que al Consejo de Ministros o que al Congreso de los Diputados- su decisión pormenorizada sobre los indultos y su plan para "el reencuentro" en Cataluña.

No habido nunca en España un gobierno tan presidencialista como este. Los ministros no cuentan; las Cortes son un mero escenario para fustigar a la oposición; la Justicia, un mal menor al que hay que meter en vereda.

Sánchez se ve a sí mismo como a un nuevo Mister Marshall que va a regar a España y a Cataluña de felicidad, de encuentro y... de dinero.

Ha adelantado al 26 de junio la desaparición de las mascarillas en lugares abiertos y muy pronto revisará el cuadro macroeconómico porque los indicadores ya adelantan un segundo semestre espectacular. Hay quien piensa que incluso se podría terminar el año con un PIB cercano al 7%. Optimismo, es la hora del optimismo.

Los empresarios quieren llevarse bien con el Gobierno -¡cuando no!- y ven el cielo abierto ahora que Sánchez ya tiene el primer cheque europeo en el bolsillo. Ante expectativas tan halagüeñas ¿qué más da ceder un poco en el tema de los indultos? Hasta el presidente de CEOE, Antonio Garamendi, ha caído en ese silogismo trampa: si la tranquilidad genera negocio y los indultos generan tranquilidad, entonces los indultos generarán negocio.

Con los días y la efectividad propagandística de la factoría Redondo, los contrarios a los indultos se asemejan a esos tipos mal encarados, resentidos, que no saben apreciar la grandeza de conceptos tales como "diálogo", "comprensión" e incluso "perdón".

El debate se retuerce para reducir el desequilibrio en la opinión pública, que sigue mayoritariamente en contra de la medida de gracia y que tiene su efecto electoral, como de un forma un tanto rastrera, como siempre, recoge Tezanos en su último CIS, en el que la ventaja del PSOE sobre el PP se ha reducido a 3,5 puntos.

Como he apuntado en otras ocasiones lo peor que podemos hacer es convertir este asunto en un debate de buenos y malos. El maniqueísmo es el arma a la que siempre recurren los que se sostienen sobre endebles argumentos. Ni los que defienden los indultos -al menos la mayoría- quieren destruir España, ni quienes se oponen a ellos -al menos la mayoría- representan a una derecha ultramontana y nostálgica de otras épocas.

Con los indultos no acaba nada, sino que comienza una negociación que pondrá sobre la mesa, otra vez, la modificación de la Constitución por la puerta de atrás

Hasta ahora, mi oposición a la medida de gracia se basaba fundamentalmente en razones jurídicas. Por eso, el escrito del Tribunal Supremo, oponiéndose, me pareció una pieza maestra para explicar por qué no hay una justificación estrictamente legal para dar ese paso: los que van a ser indultados no sólo no se han arrepentido de sus delitos, sino que han insistido en volver a repetirlos si llega el caso.

Pero, aún así, el Gobierno puede indultar por "utilidad pública"; es decir, porque la medida puede producir una paz social que compense su exceso de magnanimidad respecto a los indultados.

La carta de Oriol Junqueras desde la cárcel de Lledoners en la que, implícitamente, renunciaba a la vía unilateral, era, para el Gobierno, la pista de aterrizaje ideal para su propuesta. "Lo veis. Ahí está la prueba de que los indultos pueden obrar el milagro de mover a los independentistas", vinieron a susurrar las fuentes monclovitas.

Los independentistas no son tontos. Y tienen una baza a su favor imbatible: hay dos millones de catalanes que les apoyan. Pretender que pueden bajar el pistón como contrapartida a los indultos es una ingenuidad... o un engaño.

Para los jefes del conglomerado independentista la salida de prisión de los presos del procés ya es un peix al cove. No hay nada que agradecer. En todo caso, no cumple sus aspiraciones (la amnistía) y representa, en su imaginario, la prueba evidente del triunfo de la lucha del pueblo.

El margen de maniobra de Pere Aragonés para ir desenganchándose del programa máximo -la independencia-, es mínimo, como hemos podido comprobar con la cumbre del viernes en Waterloo, en la que Carles Puigdemont recobró bríos como padre de la criatura. Ni Aragonés ni ninguno de sus consellers estarán presentes en el acto del Liceo de mañana. Lo consideran tan sólo como un montaje publicitario de la metrópoli que pretende así el aplacamiento de la colonia.

Hasta el propio Sánchez sabe que el recorrido de los indultos es escaso y es consciente de que tiene que plantear en la Mesa de Diálogo entre el Gobierno y la Generalitat un plan que contemple en un plazo de dos años, justo cuando cumple el plazo la legislatura, la celebración de un referéndum.

Si la "utilidad pública" de los indultos consistiera en que los independentistas renunciaran a sus planes ilegales de secesión, hasta yo mismo los respaldaría. El problema es lo que viene después, lo que el Gobierno estará dispuesto a hacer además de los indultos.

Aunque no hay ninguna declaración oficial que lo avale, eso llegará en su momento, la sensación que hay entre el empresariado catalán, al menos, es que el Gobierno estaría en disposición de echar marcha atrás en el tiempo para negociar otro Estatut como el que fue recortado en sentencia histórica por el Tribunal Constitucional en 2010. La insistencia de Faus y otros líderes empresariales en recuperar esos "diez años perdidos" nos da la pista de lo que se persigue. Rehabilitar un Estatuto de Autonomía que contemplaba, entre otras cosas, una justicia independiente para Cataluña, y que debería ser refrendado en referéndum por los catalanes -ese sería el margen hasta el que Gobierno estaría dispuesto a llegar- .

¿Y entonces, que haría el Constitucional? Muy sencillo, una castración química. Algo que impida, como ocurrió entonces, la presentación de recursos previos de inconstitucionalidad. La modificación legal para prohibir ese tipo de recursos ya está en marcha en el Congreso, a iniciativa del PNV, pero con los apoyos de todos los independentistas... y del PSOE. Por si acaso, el Gobierno presionará al PP para desbloquear la renovación del CGPJ y de los puestos con plazo ya vencido en en el TC y cuyo resultado podría producir una "mayoría progresista" más permeable a los nuevos tiempos.

No sé si ni siquiera si ese proyecto de nuevo Estatuto blindado ante el TC contaría con el respaldo de los independentistas. Es decir, si eso sería suficiente como para frenar una ruptura unilateral. Pero, en todo caso, como dijeron en su día los magistrados del Constitucional, lo que no se puede hacer es modificar la Constitución por la puerta de atrás.

Diálogo, sí. Consenso, de acuerdo. Reencuentro, por supuesto. Pero que bajo esa espuma de bellos principios no intenten colarnos otra vez un engaño que supone, no sólo un fraude de ley, sino la vulneración del principio de soberanía popular. Eso es lo que está en juego.

Si está un poco depre no tiene más que descolgar el teléfono y llamar a Moncloa. Lo confieso: me gustaría vivir en el país que se percibe desde el palacio presidencial. Ahí hay una luz, una determinación que es la que convierte a Pedro Sánchez en un maestro en la generación de expectativas.

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