Carolina Darias, ministra de Sanidad, Aromaterapia y Teletubbies, ha dicho que la decisión de levantar la obligatoriedad del cubrebocas es “tremendamente importante porque va a significar que las mascarillas dejan paso de nuevo a las sonrisas”. Lo dijo liberando ella misma una sonrisa que parecía haber contenido mucho tiempo, como la de un hombre rana.

Antes que la salud y que el bolsillo, lo importante es poder sonreír, que eso no es la felicidad pero es como el ojal que dejamos ya preparado para la felicidad. Este Gobierno es especialista en eso, en dejar sólo los ojales o las chinchetas o las perchas de lo que necesitamos, incluso esta sonrisa colgada de gato de Cheshire. Sánchez ya sólo sonríe como un conejo que sonríe, más tétrico que esperanzador. Tiene últimamente la sonrisa como calambre, como espasmo, como un dependiente de camisería o un pervertido, y eso no ofrece confianza ni soluciones, sólo grima y mosqueo. Su invitación a sonreír parece la invitación a una chocolatina sospechosa.

Parece que era la sonrisa lo que nos faltaba y lo que nos deprimía, como cuando nos falta un diente y uno se da cuenta de que ninguna felicidad es posible para un mellado, ese desconsuelo infinito del mellado. No estábamos preocupados por la enfermedad, la muerte y la ruina, sino por no poder sonreír al cartero o en los pasos de peatones, que siempre parecen llamarnos a hacer números musicales con sonrisas y manos de jazz. La sonrisa es tan importante que al principio era más importante que las mascarillas. No es que el Gobierno dijera que no hacían falta porque fuera incapaz de encontrarlas, es que la sonrisa tiene que ser el mejor remedio científico porque también es el mejor remedio político, económico y, en general, vital. Como saben, está la sonrisa y al otro lado ya el odio, la revancha, la crispación y tal. Miren cómo sonreían los presos indultados. Nadie que sonría así puede hacer el mal y así es como les gana Sánchez.

La sonrisa de Darias es la sonrisa del payasete, la sonrisa del gusiluz, la sonrisa del monito que sonríe"

Las mascarillas dan paso a las sonrisas y es como si Sánchez diera paso a doña Rogelia o así, como cuando José Luis Moreno presentaba a sus artistas de humor decadente y amoratado, todos salidos de su muestrario de casetes o de su estuche de acordeón. Era tan sencillo como eso, se trataba sólo de descorrer una cortinilla o de quitarse el liguero, un acto de liberación que tiene que ver más con la voluntad que con la razón. El bicho nos había robado la sonrisa y, consecuentemente, ponernos de nuevo la sonrisa, siquiera una sonrisa de señor Potato, equivale a vencer al bicho (otra vez). O así funciona la lógica de Iván Redondo. Yo me imagino al asesor que ha tenido que explicarle a la ministra lo de la sonrisa, ponerle en letra gorda lo de la sonrisa, preparar la actuación y el momento estelar de recolocarse la sonrisa como el refajo de doña Rogelia. Sonrisa, dientes, que es lo que fastidia al virus igual que a los paparazzi de la Pantoja.

Sonreír muestra no tanto una salud humana sino de caballo, pero a lo mejor esa sonrisa caballuna basta para espantar el virus, como basta un relincho para espantar las moscas. Bastará psicológicamente, al menos, que es lo que importa en el sotanillo de la Moncloa, donde no arreglarán nada pero trabajan mucho diseñando máquinas de cosquillas. La variante india nos acecha justo cuando vamos a mezclarnos todos en ese Ganges de pies y elefantes calvos que es el verano, pero se trata de recuperar la actitud de sonreír, como si la pandemia fuera sólo la ruptura con el novio. Yo decía el otro día que Sánchez nos devolvía la carne, que me parece más adulto y hasta más científico, pero la sonrisa de Darias es la sonrisa del payasete, la sonrisa del gusiluz, la sonrisa del monito que sonríe, la sonrisa de esos anuncios de menstruos confundidos con témperas.

Sánchez nos ha devuelto una seguridad basada en los morritos, que es la seguridad que tiene Sánchez en todo lo que hace"

Dejen paso a las sonrisas, que vienen como majorettes. Estábamos aún preocupados pero sólo había que sonreír, ante el virus como ante los sediciosos. Teníamos el corazón descordado y sólo teníamos que concordarlo o que ofrecerlo para los sables piratas 'indepes', esa manera de ser santo como una dolorosa, sirviendo de panoplia o de florero. Teníamos la boca no tanto viuda de besos como viuda de selfi, y sólo había que dejarla hacer su boquita de piñón, esté por ahí el virus o el botellón. Sánchez nos ha devuelto una seguridad basada en los morritos, que es la seguridad que tiene Sánchez en todo lo que hace.

El Gobierno nos deja sonreír otra vez, nos deja ir al fútbol otra vez, nos baja el IVA de la luz cuando ya nos habíamos acostumbrado a abrir la lavadora como una caja fuerte por la noche. Sigue el bicho, sigue la incertidumbre, sigue el procés y siguen los pobres, pero el Consejo de Ministros suena a que salen Gabi, Fofó y Miliki. Todo el logro de Sánchez ha sido tenernos esperando, abriendo o cerrando calles o bocas, hasta que sólo hemos tenido que dejarnos salvar por vacunas y dineros extranjeros. Pero él pone la guinda de las bocas de guinda, él decreta que las mascarillas dejen paso a las sonrisas. Son sonrisas contenidas mucho tiempo y así parece que Sánchez nos ha devuelto las erecciones, como esos anuncios para hombres canositos en los que la gran sonrisa representa el gran empalme. Pero la sonrisa que decreta el Gobierno como si decretara el arcoíris no es la de la llaga de la carne ni la de la victoria, es sólo la sonrisa del colocón, la sonrisa del peluche, la sonrisa de darle un aire o la sonrisa del bobo, que nunca serán consuelo ni solución.

Carolina Darias, ministra de Sanidad, Aromaterapia y Teletubbies, ha dicho que la decisión de levantar la obligatoriedad del cubrebocas es “tremendamente importante porque va a significar que las mascarillas dejan paso de nuevo a las sonrisas”. Lo dijo liberando ella misma una sonrisa que parecía haber contenido mucho tiempo, como la de un hombre rana.

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