
El ministro de Consumo, Alberto Garzón.
La carne, pecado de fraile grueso, sudando entre la molinera y el lechón;la carne, vicio que hizo del Infierno un asador, con su Diablo vacuno, una vaca que asa hombres como ironía final de los dioses; la carne, cielo de los gordos y de los flacos, hermanados en la misma nube de sangre encebollada; la carne, palacio de salchichas colgantes de los pobres, longaniza emparrada de Jauja, morcilla de Sangonereta por la que se llega a la muerte como en su negra y larga barca egipcia; jamón medicinal con tenderos como don Santiago Ramón y Cajal, jamón de la paz como una pipa de la paz, jamón de gorrón como miel roja de oso lento y ladrón, jamón como el arpa noble de la casa noble de los nobles, jamón como cucaña imposible o como el loncheado del padre en la casa del humilde; chuletones y entrecots como marimbas de caníbal, cochinillos girando como venados del bosque de Sherwood, como fiestas de botín de forajido. La carne, que es mala como la vida y nos la quiere quitar Garzón, ya estreñido o ahíto.
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