Vergüenza sobre vergüenza, la tan sobada mesa del diálogo con los independentistas catalanes se ha convertido en una caricatura aún más grotesca que el engendro tramposo que ya era.

Y si antes de sentarse con modales de ceremonia para asistir a una ficción, la farsa ya se salía por las costuras porque unos iban con la intención declarada de hablar de asuntos que los otros no podían abordar ni de lejos, la representación teatral ha entrado ya en la categoría del esperpento después de que los de Puigdemont hayan puesto una bomba debajo de la mesa que aún no había sido ocupada.

Jordi  Sánchez, el número dos del huido de Waterloo, llevaba días diciendo que si el presidente del Gobierno no se sentaba a la mesa de ese pretendido pero imposible diálogo, ningún representante de JxCat  se sentaría tampoco. Pero le fallaron las previsiones y en el último minuto Pedro Sánchez se hizo entrevistar en TVE para mandar un par de recados a la audiencia. Uno de ellos es que sí asistirá a la inauguración del supuesto diálogo.

Lo que faltaba, sentarse con los condenados por sedición y malversación a negociar el futuro de España

Así que el otro Sánchez, el indultado, no ha tenido más remedio que tirar de dinamita y anunciar que él mismo junto a su colega de prisión, el también beneficiado por aquella escandalosa medida de gracia Jordi Turull, sería parte de la delegación independentista en la cita con los representantes del Gobierno.

Lo que faltaba, sentarse con los condenados por el Tribunal Supremo a 9 y 12 años respectivamente por sedición y por sedición y malversación a negociar el futuro de España. Esa habría sido la imagen misma del sometimiento y de la humillación que de ninguna manera habría podido soportar Sánchez en términos electorales.

No sabemos todavía si entre el anuncio de sabotaje de Jordi Sánchez ayer por la mañana y la respuesta pública de Pere Aragonés negándose en redondo a aceptar esa composición de la delegación de JxCat en la mesa de diálogo medió una conversación con el Gobierno. Pero la respuesta de la ministra portavoz al término del Consejo de ayer fue tan explícita como cortante cuando se le preguntó si aceptarían los ministros sentarse a la mesa con los presos indultados : “Absolutamente no”.

El sabotaje anunciado por el segundo de a bordo de Puigdemont no es más que la demostración patética del hundimiento de su proyecto político -por llamarlo de algún modo- porque su partido y, sobre todo, sus dirigentes son conscientes que sólo envolviéndose en el humo que produce una explosión pueden seguir manteniendo a los suyos en el engaño. 

Puigdemont está políticamente muerto; el Consell per la República se ha convertido en una  oscura asociación de gentes sin identificar y no sirve para nada; al propio Puigdemont y a sus compañeros en el Parlamento europeo Toni Comín y Clara Ponsatí se les ha retirado la inmunidad parlamentaria; la famosa “internacionalización del conflicto catalán” se ha demostrado una filfa; el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha inadmitido los primeros recursos del independentismo por las cargas policiales del 1-O porque no ve “indicio alguno de que el sobreseimiento de sus denuncias haya supuesto una vulneración de sus derechos fundamentales”, y ni siquiera su partido JxCat ha podido ganar las elecciones en Cataluña con lo que la Generalitat la preside un miembro de su rival en el ring secesionista, Pere Aragonés, de ERC. 

En esas condiciones sentarse para aparentar un diálogo con el Gobierno de España es mucho más de lo que su debilidad se puede permitir y por eso, porque van a la desesperada, necesitan sabotear incluso el simulacro de esa mesa imposible e inaceptable desde el momento en que se abordaran cesiones de cualquier índole a Cataluña para apaciguar las ansias de los independentistas. Quiero decir más cesiones aún de las que ya se les han hecho con la concesión de esos indultos a unos señores que los han utilizado como munición contra “la debilidad del Estado” que se los otorga. 

Es una mesa muerta antes de haber nacido y es ya muy difícil que pueda revivir

ERC, sin embargo, intentaba con estos acuerdos de diálogo disimular que ya ha admitido que su intento de alcanzar la independencia de Cataluña ha fracasado y lo que pretende ahora es prolongar su permanencia en el poder, además de mantener por un tiempo más su mensaje a una población cada vez más descreída y desanimada. Y lo quería hacer a base de sentarse durante los próximos dos años con el Gobierno para ir mientras tanto avanzando en la gestión de los asuntos públicos de Cataluña y tener algún logro que exhibir cuando lleguen unas nuevas elecciones.

Pero ahora, después de la patada en la mesa propinada por los de JxCat, la poca credibilidad que hubiera podido tener ese diálogo entre la población independentista catalana ha desaparecido. 

Ya no queda más que el espectáculo demoledor para su imagen de dos partidos enganchados entre sí y enredados en su propia destrucción. Además, claro, de que Pere Aragonés ha recibido un golpe letal a su estrategia y a su crédito como presidente de la Generalitat. 

A Pedro Sánchez y a su Gobierno esto les viene muy bien porque se tienen que limitar a mantener cara de póquer y seguir colocando su cantinela del diálogo constructivo y la desinflamación sin poner en riesgo ni una sola de las concesiones que pudieran exigirle desde la otra parte de la mesa a cambio de aprobarles los Presupuestos Generales del Estado. Es una mesa muerta antes de haber nacido y es ya muy difícil que pueda revivir siquiera sea en apariencia, que era de lo que se trataba.

Con este fracaso provocado por los de JxCat y con el fracaso de la ampliación del aeropuerto del Prat a cargo del presidente de la Generalitat, es decir, de ERC en comandita con los Comunes de Ada Colau y de la CUP, el independentismo se está cavando su propia tumba. El drama es que también se está llevando por delante el progreso y el bienestar de Cataluña entera.