Félix Bolaños, ministro de la Presidencia, que es como tener un ministro sólo para la aureola de Pedro Sánchez, una especie de ministro sombrerero o ministro iluminador, estuvo en la SER para explicarnos el espíritu y el objeto de la mesa de negociación. “El proceso soberanista está terminado. Ahora estamos en el diálogo”, destacaba como titular el propio medio. La pregunta es, claro, que si el proceso soberanista está terminado, ¿qué hay que dialogar? Bolaños se afana en justificar la necesidad de algo que no es necesario, pero es que todo el llamamiento, toda la mesa, todo el oleaje y la peluquería y la reverencia y el rapto de banderas, todo el periplo de peregrino de Sánchez y hasta las gafas caedizas de Bolaños, como las de Clark Kent, están pensados para evadir una pregunta fundamental: ¿por qué hay que hacer algo?

“Estábamos personas con posiciones alejadas pero coincidíamos en que tenemos que solucionarlo escuchando y dando una oportunidad al diálogo”, insistía Bolaños, que uno imaginaba ya con las gafas empañadas de forcejeo flojeras, como un empollón en gimnasia. Bolaños estaba en la SER, como en la mesa de diálogo, sudando por saltar un plinto que no existe para aprobar una asignatura que no tiene. ¿Qué es exactamente lo que hay que solucionar? Porque el que haya independentistas, como el que haya mormones, no es nada que haya que solucionar. El problema son los independentistas (igual que los mormones si llegara el caso) que se saltan la ley y promueven la sedición, cosa que la propia ley se encarga pronto, como se ha visto, de solucionar. ¿Qué queda, pues? Quedan el laberinto ajardinado e interesado, la trampa fingida, la necesidad de ganar tiempo y, como decía yo ayer, de mantener la fantasía.

“Nos gustaría que todo el mundo se sumara al diálogo. Todo el mundo en Cataluña y todo el mundo en España”, continuaba. A Bolaños todavía no lo ve uno como ministro, con su cosa de secretario de los papeles, los trucos o los pésames de Sánchez, como el contable de un don. Llegado este punto, o sea este manejo mecanográfico y repetitivo del asunto, la palabra diálogo se ha mencionado tanto, se ha golpeado tanto, se ha sudado tanto, como la colchoneta de gimnasia, que nadie cae en que el diálogo no es necesario para solucionar nada, salvo los asuntos particulares de los señores mesistas o meseros.

¿Hay algo que dialogar? Nada, salvo el confort indepe que necesita Sánchez. ¿Hay algo que solucionar? Pues sí, eso sí

De las palabras tan repetidas y cadenciosas hay que sospechar siempre, porque son palabras de hipnotizador como un reloj de hipnotizador. Como Sánchez en su entrevista con lo de “topar”, en una nueva y chocante forma transitiva, “topar el recibo del gas” por ejemplo. De repente, el recibo del gas era como una bestia deforme y rampante que el presidente domesticaba y aplanaba a golpes de la nueva palabra, de manera que en la mente nos quedaba hundido por su mano. Con el diálogo pasa lo mismo. El “conflicto” catalán parece una cosa enorme, dura y bulbosa hasta que uno empieza a golpearlo con la palabra diálogo y ya con eso se diría que se va quedando suave, mullido, terso a leves zarpazos, como la camita de un gato. Todo sigue igual en realidad, pero uno se ha dormido con la mecida de la palabra y el hipnotizador ya te está diciendo que eres una gallina o un fachilla.

¿Qué es exactamente lo que hay que solucionar? ¿Que los indepes se tiren papeleras y tapas de alcantarilla enseñando la hucha o la tonsura ratonera? Lo principal ya se solucionó con ese 155 que entró suavísimo y pacífico, como llevado por el propio Rajoy en bici de cartero, y por la sentencia del Supremo que hizo de piedra el culo acostumbrado a las nubes de sus santones y revolucionarios de sofá. ¿Hay que solucionar la “división” en la sociedad catalana? La división está en todas partes, la hay entre izquierda y derecha, entre ateos y creyentes, entre béticos y sevillistas, entre concebollistas y sincebollistas; la hay entre los podemitas, entre los peperos, entre los socialistas y entre los propios indepes... La división no es una nefasta excepcionalidad, es lo normal y lo saludable, mientras se respete el imperio de la ley y el Estado de derecho. La nefasta excepcionalidad de Cataluña es que una parte ha decidido que las leyes no se le aplican y que los derechos del ciudadano deben estar sometidos a sus aniñadas fantasías sentimentales.

Félix Bolaños, que es un ministro de sotanillo, un ministro vampírico con candelabro para legajos y las venas por fuera de la piel blanquísima, o sea como un Iván Redondo emergido de las catacumbas en forma de sombra apocada; Félix Bolaños, decía, está ahí para sostenerle a Sánchez la aureola y alumbrarle las coartadas. Y el diálogo, la mesa y todo el campaneo de estribillos y letanías son eso, coartada y distracción. ¿Hay algo que dialogar? Nada, salvo el confort indepe que necesita Sánchez. ¿Hay algo que solucionar? Pues sí, eso sí. Hay que solucionar que en una parte del Estado se permite la discriminación y el acoso al disidente desde las propias instituciones, y que el nacionalismo / independentismo se ha apoderado de todo el espacio público como una teocracia de sacristanejos y mimos. Pero para eso no hace falta, ni conviene, montarles a los teócratas una mesa con patas de león y mondadientes de oro.

Félix Bolaños, ministro de la Presidencia, que es como tener un ministro sólo para la aureola de Pedro Sánchez, una especie de ministro sombrerero o ministro iluminador, estuvo en la SER para explicarnos el espíritu y el objeto de la mesa de negociación. “El proceso soberanista está terminado. Ahora estamos en el diálogo”, destacaba como titular el propio medio. La pregunta es, claro, que si el proceso soberanista está terminado, ¿qué hay que dialogar? Bolaños se afana en justificar la necesidad de algo que no es necesario, pero es que todo el llamamiento, toda la mesa, todo el oleaje y la peluquería y la reverencia y el rapto de banderas, todo el periplo de peregrino de Sánchez y hasta las gafas caedizas de Bolaños, como las de Clark Kent, están pensados para evadir una pregunta fundamental: ¿por qué hay que hacer algo?

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí