Mal asunto cuando expertos en comunicación política, sociólogos, politólogos y analistas de conducta reflexionan en torno a un asunto clave para el protagonista de sus análisis como es su capacidad de liderazgo y, en consecuencia, sus posibilidades de ganar unas elecciones y alcanzar el poder.

Y es mal asunto porque eso significa que la población no las tiene todas consigo a propósito de la capacidad del examinado para liderar un partido de amplio espectro dentro del bloque del centro derecha. Y eso es lo que le está pasando a Pablo Casado.

Para ser justos, hay que decir que el actual líder del PP se hizo cargo de su partido en unas condiciones terribles: después de haber sido literalmente expulsado del gobierno por la vía exprés de una moción de censura y acosado por los múltiples procesos judiciales contra el PP por asuntos de corrupción a todos los niveles.

Pablo Casado prometió recuperar el espíritu de un partido que era, y sigue siendo, fundamental para la buena marcha de la democracia en España. Esa tarea, muy difícil en la situación en la que se encontraba esa formación política, necesitaba tiempo y esfuerzo en grandes cantidades.

La guerra abierta entre él y Díaz Ayuso a quien más está perjudicando es a Pablo Casado porque le está obligando a sobreactuar

Y prometió también reunificar el partido en el sentido de acabar con la multitud de banderías que pugnaban entre sí en defensa de sus propios intereses políticos y de otro tipo que en aquellos momentos estaban debilitando muy gravemente la unidad ideológica y también de acción del PP.

Todo eso con un objetivo último en el horizonte: el de recuperar para sí a los varios millones de votantes que en poco tiempo les habían abandonado en favor de otras opciones a su izquierda y a su derecha.

Para entonces ya estaba instalado en el panorama político español Ciudadanos, el partido de Albert Rivera, a medio camino entre una socialdemocracia moderada y las posiciones liberales en las que acabó instalándose definitivamente. Y había hecho su aparición en escena un partido a la derecha del PP cuyos componentes procedían del propio Partido Popular, lo mismo que sus votantes.

La tarea, por lo tanto, era hercúlea y, como siempre en estos casos, se tenía que hacer a contrarreloj porque los tiempos apremiaban. A eso se aplicaron con dedicación indiscutible Pablo Casado y su equipo. Y hay que decir que el objetivo de recoser al partido y dotarlo de nuevo de una actitud y de unos propósitos cohesionados y compartidos por todos sus dirigentes y afiliados se ha conseguido.

Él fue el responsable de que una mujer prácticamente desconocida en política como era Isabel Díaz Ayuso fuera designada para encabezar la lista electoral de la Comunidad de Madrid en las elecciones autonómicas de 2019. Y la apuesta la salió bien porque el PP logró volver a gobernar en Madrid -pactando una coalición con Ciudadanos- a pesar de todos los asuntos turbios que acechaban al PP madrileño en los tribunales.

Y lo mismo, o muy parecido había sucedido en Andalucía, donde Juanma Moreno Bonilla, que no era el candidato deseado por la nueva dirección del PP pero que no hubo tiempo de cambiar, se alzó con la presidencia de la Junta de Andalucía con un pacto con Ciudadanos y apoyado por Vox que, con 12 diputados, hizo en ese momento acto de presencia en el panorama político español.

No era mal panorama para un partido que intentaba recomponer sus fuerzas y el favor de los votantes. Pablo Casado, ayudado por Teodoro García Egea, secretario general del PP, podían dedicarse a fortalecer internamente al partido además de renovar sus cuadros dirigentes en niveles locales y autonómicos. Tarea, ya digo, larga y costosa pero que se ha saldado con éxito.

En ésas estábamos cuando en Cataluña se celebran en el mes de febrero de este año unas elecciones anticipadas y el PP se da un batacazo monumental porque, sobre los escuálidos 4 diputados que había logrado en las elecciones de 2017, pierde uno más y se queda en 3.

Ése es el peor momento para el partido de Pablo Casado, que se sume abiertamente en un estado de melancolía y de pérdida de esperanza en el futuro. En aquellos momentos los afiliados están tan hundidos moralmente como los dirigentes del PP.

No es necesario relatar lo que sucedió después y cómo Ciudadanos intentó de la mano del PSOE sacar al PP de los gobiernos de Murcia, de Castilla y León y, con seguridad, de Madrid. Finalmente la operación coordinada salió mal a sus autores y la partida sufrió un vuelco espectacular.

A raíz de la victoria arrasadora de Isabel Díaz Ayuso el PP de toda España revivió y volvió a pensar que era posible que el partido recuperara su vigor, su poder de atracción e incluso el gobierno de España.

El Pablo Casado brillante y convincente del XIX Congreso extraordinario, el que se había plantado políticamente ante Vox con motivo de la moción de censura presentada por este partido contra Pedro Sánchez, el prometedor líder del centro derecha, capaz de haber conciliado en torno a las siglas del partido sus diferentes corrientes, recuperaba su vigor y se aprestaba a recorrer el tiempo hasta el final de la legislatura plenamente convencido de sus posibilidades de victoria.

Pero enseguida se torcieron las cosas para el presidente del PP empeñado en una guerra con Díaz Ayuso a cuenta de la presidencia del PP de Madrid que ella aspira a ocupar. Y desde entonces todo ha sido dar un tropezón tras otro, ofreciendo a la opinión pública la imagen de un líder cambiante, unas veces sereno y moderado aunque contundente contra su adversario a propósito de los muchos problemas a los que se enfrenta hoy el país, y otra veces excesivo en sus intervenciones, mostrando una agresividad que no se compadece con un liderazgo sólido y consolidado, es decir, pasándose ampliamente de la raya en las formas y en los ataques ad hóminem.

Son esos cambios los que hacen dudar a muchos de que estemos ante el líder que necesita hoy el centro derecha español. Por eso los expertos en comunicación política, analistas de la conducta, sociólogos y politólogos han hecho su aparición para examinar críticamente su figura política, sus virtudes y también sus carencias.

Mi humilde opinión es que la guerra abierta entre él y Díaz Ayuso a quien más está perjudicando es a Pablo Casado porque le está obligando a sobreactuar jugando un papel que parece impostado, lo cual no significa que no deba ser combativo en su rol de primer partido de la oposición.

Debería recuperar el sosiego, levantar la vista de su entorno inmediato, reencontrarse a sí mismo y volver a comportarse con la rotundidad necesaria para hacer una crítica al PSOE tan contundente como crea necesario pero manteniéndose en el papel de hombre de Estado que el sistema le demanda.

Olvídese de las pequeñeces, de la rencillas orgánicas que están empujando a un segundo plano su perfil de líder político de altura y céntrese en consolidar su imagen de hombre con una visión de futuro para el país y , por lo tanto, merecedor de ocupar la presidencia del gobierno de España. Le irá mucho mejor.