Yolanda Díaz, presta a coger un avión del Ejército del Aire para viajar al Vaticano y reunirse con el Papa Francisco; dispuesta a perder un buen rato dialogando sobre impuestos con el economista Thomas Piketty en el Círculo de Bellas Artes; a dar entrevistas en prime time en las que presume una y otra vez de no querer ser presidenta... tan sólo ha tenido un día, apenas unas horas, para acudir a la contienda electoral de Castilla y León.

Fue el pasado día 10, en el pueblo de Castronuño (Valladolid), cuyo alcalde, Quique Seoane, es de Izquierda Unida. Fue un fogonazo. Llegó rodeada de un aura de lideresa distante, pero que quiere parecer cercana. Se reunió con un centenar de vecinos, alertó de los peligros de un posible triunfo de la derecha y se marchó. Esa fue su aportación a la campaña de UP-IU-Equo, un conglomerado que, en teoría, ella lidera desde que Pablo Iglesias la ungió tras su derrota en las elecciones de Madrid del mes de mayo.

En puridad, la derrota de UP en Castilla y León habría que apuntársela a la vicepresidenta segunda que, desde mayo, ejerce como líder de ese espacio político

Tal vez la vicepresidenta segunda recelaba de la última encuesta del CIS que le daba a los morados entre 3 y 5 escaños. No lo sabemos. Lo que sí ha quedado claro es que ella no ha querido mojarse en una batalla en la que el conjunto de la izquierda ha perdido 155.000 votos y 8 escaños. A Pablo Fernández, el candidato a presidir la Junta de Castilla y León con pinta de Jesucristo Superstar, los líderes de su partido le han dejado más sólo que la una en esa noche amarga en la que ya se sabía que los electores le habían dado cruelmente la espalda.

El conglomerado de Podemos perdió el domingo unos 40.000 votos y un escaño (en 2019 obtuvo dos). Si no fuera por el descalabro de Ciudadanos y el del PSOE (que se ha dejado siete escaños y 115.000 votos) el dedo acusador estaría señalando a los líderes de un partido que ya no pinta nada en esa España vaciada de la que tanto hablan y en la que le superan ya marcas como Unión del Pueblo Leonés o Soria Ya. ¡Qué triste!

Pero Yolanda Díaz no se ha quemado en esta desigual batalla castellano leonesa. Ella ahora está con la subida del SMI, tras haber sacado adelante la contra reforma laboral, bien es verdad que por un error involuntario. Cosas muy importantes: esa es otra liga.

Ayer, a media tarde, Díaz puso un tuit en el que dramatizaba la "mala noticia" que supone que políticas como los derechos de las mujeres o el bienestar social dependan ahora de Vox en Castilla y León. Si tanto le preocupaban esas políticas podía haber dedicado algo más de su preciado tiempo a convencer de ello a los castellano leoneses que todavía no estaban convencidos, no como los de Castronuño. ¡Cómo le hubiera agradecido el bueno de Fernández algo más de dedicación! Ir acompañado de la que se supone es la mujer más valorada del Gobierno debería servir de algo. Pero Castilla y León, se supone, no vale tanto la pena como manejar el BOE, debe pensar la redentora de los trabajadores.

La política implica mojarse, mancharse de barro y aún de cosas peores. A Pablo Iglesias se le pueden criticar muchas cosas, pero de lo que no se le puede acusar es de no haberse partido la cara por su partido.

En Unidas Podemos -donde la disciplina forma parte del ideario- no critican a su evanescente lideresa. "Respetamos sus tiempos", dicen oficialmente para justificar su escasa aportación a la campaña que devino en amargo fracaso.

Yolanda Díaz, recordémoslo, dijo en una entrevista el 2 de diciembre en La Cafetera: "Después de las navidades empezaré a recorrer el país". ¡Qué gran oportunidad ha perdido este mes de febrero de escuchar a las buenas gentes castellano leonesas! Ahora dicen en su entorno que la gira para construir su Movimiento se aplaza a la primavera. ¿Por qué? Cosas de líderes. Los dioses no tienen que justificarse ante los humanos. Ellos sabrán porqué hacen lo que hacen.

El problema que tiene Díaz no es tanto que Iglesias, Montero o Belarra la miren de reojo, un poco mosqueados por su indolencia. Es pronto para desenvainar las espadas justicieras. No. El problema es que el espacio político Podemos, sobre el que ella pretendía construir su Movimiento, se está derritiendo como un helado en plena canícula. Cuando quiera ponerse a ello no va a tener militantes a los que dirigirse. Por mucho que Iván Redondo la siga viendo en Moncloa, así no se llega a ningún sitio.