1.- A duras penas es imaginable que Rusia sea una potencia meramente regional. Basta con echar una ojeada a su ubicación geográfica, en el centro de las tierras emergidas del norte del planeta, para percatarse de que sus movimientos, o en su caso la ausencia de estos, tienen por fuerza que ejercer efectos sobre el panorama entero del planeta, y ello incluso en los momentos de mayor postración del país. Un Estado que cuenta con fronteras con la Unión Europea, que considera que en cierto sentido el Oriente Próximo es su patio trasero, que sigue desplegando una parte de sus arsenales en la linde con China, que mantiene contenciosos varios con Japón y que choca con Estados Unidos a través del estrecho de Bering no puede ser, por definición, una potencia regional.

Nos hallamos ante uno de los pocos países del planeta en los cuales las influencias externas son limitadas o, en su defecto, resultan ser poco eficientes

Pero Rusia arrastra, por añadidura, una singularísima condición geoestratégica. Con fronteras extremadamente extensas, que hacen que el país sea vecino de todas las grandes potencias, a caballo entre Europa y Asia, se trata de una potencia continental que debe encarar por igual enormes posibilidades y riesgos evidentes. Agreguemos que estamos ante un Estado que es un productor principal de combustibles fósiles, que disfruta de un derecho de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y que cuenta con un arsenal nuclear importante. Una de las consecuencias plausibles de todo lo anterior es el hecho de que nos hallamos ante uno de los pocos países del planeta en los cuales las influencias externas son limitadas o, en su defecto, resultan ser poco eficientes. Ello es así aun cuando la deriva del último cuarto de siglo ha perfilado una Rusia cada vez más inserta en la economía internacional y, por ello, cada vez menos independiente.

Atesora una riqueza ingente en materias primas que se encuentran, sin embargo, en regiones tan alejadas como inhóspitas

2.- Rusia se beneficia de evidentes potencialidades, pero arrastra también taras no menos relevantes. Recordemos, sin ir más lejos, que, al menos en lo que respecta a su territorio europeo, es un país geográficamente desprotegido —los Urales no acertaron a evitar la llegada de un sinfín de pueblos procedentes de Asia, de la misma suerte que las llanuras centroeuropeas no fueron obstáculo para la arribada de los ejércitos de Napoleón en 1812 y de Hitler en 1941—, que carece llamativamente de una salida permanente y hacedera a mares cálidos, que está ubicado en latitudes demasiado septentrionales como para permitir el despliegue de una economía diversificada, que cuenta con ríos que en la mayoría de los casos discurren de sur a norte y a duras penas pueden ser objeto de un uso comercial estimulante o, en fin, que atesora una riqueza ingente en materias primas que se encuentran, sin embargo, en regiones tan alejadas como inhóspitas.

3.- Es urgente que nos deshagamos de varios mitos que rodean a la figura del presidente ruso, Vladímir Putin. Pese a la apariencia de firmeza, de fortaleza y de eficacia que lo acompaña, lo más probable es que los historiadores no sean muy generosos a la hora de evaluar su gestión.

Lo más probable es que los historiadores no sean muy generosos a la hora de evaluar la gestión de Putin

No ha conseguido reenderezar un maltrecho Estado federal, no ha cerrado convincentemente el conflicto de Chechenia —aunque en este caso hay que con- venir en que los intereses de Putin aconsejaban que quedase razonablemente abierto—, no ha plantado cara a unos oligarcas que en los hechos siguen definiendo la mayoría de las reglas del juego en Rusia, no ha resuelto los ingentes problemas económicos y sociales que siguen marcando de forma indeleble la vida cotidiana de muchos de sus compatriotas y, en fin, tampoco parece que haya recuperado para su país una influencia incontestable en el escenario internacional. Un retrato cabal de la condición de Putin lo proporciona la dramática dependencia de su proyecto con respecto a los precios internacionales de las materias primas energéticas.

4.- Pese a que la prudencia se impone a la hora de enunciar cualquier conclusión incuestionable, no parece que nos encontremos ante una reaparición de la Guerra Fría. Al respecto cabe invocar dos argumentos principales. El primero señala que, a diferencia de lo que ocurrió al amparo de la colisión entre bloques antes de 1990, en el momento presente no se enfrentan dos cosmovisiones y dos sistemas económicos diferentes. Aunque el capitalismo occidental y el ruso muestren modulaciones eventualmente distintas, es fácil apreciar una comunidad de proyectos e intereses.

No parece que nos encontremos ante una reaparición de la Guerra Fría

El segundo de esos argumentos subraya que existe una distancia abismal entre el gasto en defensa de las potencias occidentales y el que mantiene Rusia. Como recordé en su momento, son varios los Estados miembros de la OTAN que, cada uno de ellos por separado, han decidido preservar un gasto militar más alto que el ruso.

Pero por detrás se aprecian también enormes disparidades en el tamaño de las economías: no se olvide que el PIB ruso, en paridad de poder adquisitivo, es un 15 por ciento del de la UE, y solo un 8 por ciento si se maneja el tipo de cambio oficial. Y hay enormes distancias, en suma, en lo que se refiere a población y peso en el comercio mundial. Mientras que en 2014 la UE contaba con 500.000.000 de habitantes y corría a cargo del 16 por ciento de las exportaciones registradas en el planeta, y China tenía 1.300.000.000 de habitantes y protagonizaba el 8 por ciento de tales exportaciones, Rusia estaba poblada por algo menos de 145.000.000 de personas —un 2,4 por ciento de la población total— y desplegaba un escueto 2,5 por ciento de las exportaciones.

Pareciera como si Rusia no hubiera recibido agravio alguno y se comportase como una potencia agresiva ajena a toda contención. La realidad es, sin embargo, bastante diferente

5.- A la luz del discurso monocorde que emiten nuestros medios de incomunicación, pareciera como si Rusia no hubiera recibido agravio alguno y se comportase como una potencia agresiva ajena a toda contención. La realidad es, sin embargo, bastante diferente. En lo que al mundo occidental se refiere, Rusia lo ha probado casi todo en el último cuarto de siglo: la docilidad sin límites del primer Yeltsin, la colaboración de Putin con Bush hijo entre 2001 y 2006, y, en suma, una moderada confrontación que era antes la consecuencia de la prepotencia de la política estadounidense que el efecto de una opción propia y consciente.

Moscú no ha sacado, sin embargo, provecho alguno de ninguna de esas opciones. Antes bien, ha sido obsequiado con sucesivas ampliaciones de la OTAN, con un reguero de bases militares, con el descarado apoyo occidental a las revoluciones de colores, con la posibilidad de una incorporación de Ucrania a la Alianza Atlántica y con un displicente trato comercial. No es difícil, entonces, que, en un escenario lastrado por la acción de una UE impresentablemente supeditada a los intereses norteamericanos, Rusia entienda que está siendo objeto de una agresiva operación de acoso encaminada a reducir las posibilidades de que resurja en el Oriente europeo una gran potencia, y ello por mucho que las diferencias no las marquen ahora ideologías aparentemente irreconciliables, sino —lo reitero— lógicas imperiales bien conocidas.

Lo que anuncia el futuro no es muy halagüeño para los habitantes del este de Europa

Lo suyo es agregar que lo que anuncia el futuro no es muy halagüeño para los habitantes del este de Europa. Si lo que se aposenta es una Rusia débil, como acarician muchos de los grupos de poder en el mundo occidental, las convulsiones estarán a la orden del día en un espacio en el que la rapiña que se prevé parece llamada a ganar muchos enteros. Si lo que gana terreno, en cambio, es una Rusia fuerte, muchos europeos orientales tendrán la oportunidad de comprobar cómo la presunta comunidad de cultura y de valores con el gran imperio local se traducirá en imposiciones sin cuento. Baste con recordar las que, en este caso con el silencio cómplice de la UE y de Estados Unidos, se han revelado en Chechenia, un lugar en el que, por cierto, cabe aguardar que Putin organice un referendo de autodeterminación similar al que, con razones respetables y garantías deleznables, tuvo a bien orquestar en Crimea…


Carlos Taibo ha sido durante treinta años profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid. Estas conclusiones son un extracto de "Rusia frente a Ucrania: Imperio, pueblos, energía" (Libros de la Catarata), cuya nueva edición actualizada ha sido publicada este febrero.