El bombardeo de una maternidad y un hospital pediátrico en Mariúpol por parte de Rusia, durante un supuesto alto al fuego pactado en Ucrania, nos recordó de manera brutal algunas de las mayores atrocidades de la guerra. Las imágenes de los ataques a los corredores humanitarios previamente establecidos mostraban la cara más cruel de una dictadura para la cual el derecho --ni siquiera el derecho humanitario— no vale nada.

En los últimos años hemos visto demasiadas guerras sin ley. El derecho internacional humanitario, impulsado por Europa tras los horrores de las dos Guerras Mundiales, ha vuelto a ser reducido a cenizas. Ese liderazgo europeo exigía defenderlo específicamente a partir de la premisa sobre la que se basó el gran proyecto de la Unión Europea: evitar volver al pasado y sentar unas bases de cooperación que desincentiven el uso de la fuerza; tener un derecho común, consensuado que evite la ley del más fuerte; y garantizar unas normas, incluso para el ejercicio de la guerra, con líneas que jamás, bajo ningún concepto, puedan sobrepasarse.

Los militares rusos que participaron en la barbarie en Alepo recorren hoy las calles de Mariúpol

No hemos sabido asumir esta responsabilidad de forma plena. Hemos permanecido impasibles ante todos los que han pisoteado el derecho internacional humanitario. Hablamos de guerras aún en curso, algunas muy presentes en nuestras pantallas. Otras se fueron desvaneciendo pese a permanecer activas: Yemen, Somalia, República Democrática del Congo.

Esta semana se cumplen once años del inicio de la guerra en Siria, un ejemplo dramático de la pulverización de todos los principios de ese derecho internacional y donde la entrada de Rusia supuso una catástrofe sin paliativos. El asedio de Mariúpol nos recuerda a Alepo. Es normal esta asociación por muchas razones, principalmente porque los militares rusos que participaron en la barbarie siria recorren también hoy las calles de Mariúpol. 

Alepo y Mariúpol son ejemplos claros de cómo se sobrepasa cualquier límite, de cómo las bajas civiles dejan de ser supuestos daños colaterales para convertirse en claros objetivos militares.

Hemos callado durante demasiado tiempo. Este silencio de Europa debe abrir una reflexión sincera, por dura que sea. Si no hubiéramos permanecido en silencio ante la barbarie, ¿se habría transformado el escenario de la guerra de alguna forma? 

En muchos casos aceptamos las referencias a la seguridad nacional o la lucha contra el terrorismo como justificación mientras caían misiles en hospitales y edificios de apartamentos, cuando se bombardeaban almacenes humanitarios como los de la UNRWA. Nunca puede haber una justificación para evadir el derecho internacional humanitario. Nunca. Hoy sufrimos las consecuencias de aquel silencio: las vemos en suelo europeo, en la vecina Ucrania. Mañana, ¿dónde? 

No hay razón que justifique el asesinato indiscriminado de civiles. No hay disculpa que pueda esquivar la obligación básica de respetar que los civiles jamás son un objetivo en un conflicto armado. 

Los civiles no se tocan. Para respetar este principio inviolable tenemos que disponer de todas nuestras herramientas de política exterior, y hay que aplicarlas cuando las tragedias ocurren cerca de nuestras fronteras y también lejos. Las condenas tajantes, el repudio internacional, deben aplicarse siempre con toda la fuerza posible. El derecho internacional humanitario es un principio que obliga de manera universal. 

Durante años construimos un admirable engranaje de derechos, incluyendo el derecho al asilo. Pero hemos dejado que se viole todos los días. 

Ahora que la guerra vuelve, ahora que entendemos de nuevo que cumplir y hacer cumplir el derecho internacional es cosa de todos, la Unión Europea debe liderar su defensa"

Ahora que la guerra vuelve, ahora que entendemos de nuevo que cumplir y hacer cumplir el derecho internacional es cosa de todos, la Unión Europea debe liderar otra vez su defensa y reforzar con garantías renovadas su cumplimiento por todas las partes en todos los conflictos. Llegamos tarde, una vez más. Pero seguimos estando a tiempo. Paralelamente, necesitamos fortalecer la lucha contra la impunidad para dar una respuesta penal a los crímenes que se siguen produciendo en los enfrentamientos bélicos. La impunidad en la guerra es el mejor alimento para una escalada de las mayores atrocidades. No puede volver a imponerse un manto de silencio sobre las muertes, un manto de impunidad sobre los culpables. 

Desde el Parlamento Europeo hemos repetido que Putin y la cúpula del Kremlin deben ser juzgados ante la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra y lesa humanidad. Las imágenes de Ucrania lo confirman. Necesitamos consolidar de forma más contundente la arquitectura internacional que permita que los criminales sean juzgados.

La Corte ha sido objeto de ataques y sanciones por países que la UE considera aliados democráticos, y muchos de ellos continúan sin ratificar el Estatuto de Roma que los somete a su jurisdicción. Una coalición internacional por el multilateralismo y contra la impunidad nos exige coherencia: cualquier violación del derecho internacional humanitario es gravísima, independientemente de dónde y quién la ejecute. 

Si no logramos hacerlo así, no podremos reclamar soluciones a nadie. Lo que estaremos haciendo, nos guste o no, será poner de nuevo en marcha un reloj que avance, inexorable, hacia el siguiente Mariúpol, la próxima maternidad, el próximo hospital. Hacia la próxima atrocidad.


Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento Europeo en la delegación de Ciudadanos