Sánchez ya no tiene nada, subió a la tribuna del Congreso como un mendigo arrastrando su capa de ceniza y suplicó: “Si solicito algo, es unión, es apoyo. En mitad de una pandemia y de una guerra no es mucho pedir”. Sánchez sigue diciendo lo mismo, pidiendo unidad, un hombro arrimadizo y ese patriotismo de aplaudirle como a una vedete en una fragata. Hasta volvió a sacar las plagas, el virus, Filomena, el volcán, casi en un rosario, como esas señoras de ambulatorio y orzuelo que te cuentan el catálogo de sus interminables males y desgracias con mucho aleteo de papeles, prospectos y peste a acetona. Y, sin embargo, diría que algo ha cambiado. Creo que por primera vez Sánchez no parece simplemente cínico, sino vacío. El guapo de repente se ha hecho viejo ahí bajo el traje perfecto, ya no lo sostienen en el aire chicas de anuncio de desodorante sino clavos ortopédicos o ganchos de matadero. Vacío, superado y, quizá, por primera vez, consciente de todo ello.

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