Décadas de cambio político en Europa, esencialmente en Europa oriental, avisaban del “fin de la historia” cuando realmente querían decir “el establecimiento de un orden unipolar” tras la Guerra Fría. Estados Unidos quedaba como única superpotencia tras la caída de la Unión Soviética y a falta del ascenso de China, aún en cierta sintonía con Washington.

Escenarios clave para comenzar a entender el destino de este momento geopolítico unipolar llega en 2001, con el comienzo del periodo de las “guerras interminables”, como lo calificaría Donald Trump, tras los atentados del 11-S y con Afganistán como paradigma. Estados Unidos y los países occidentales siguieron poniendo múltiples esfuerzos en la promoción de revoluciones o movimientos dentro de los herederos del periodo socialista con ánimo transformador hacia un liberalismo político, incluso tras la Guerra Fría.

La guerra de Ucrania podría ser quizá el síntoma definitivo de la ruptura entre las democracias liberales y los países que no habían quedado integrados en el nuevo concierto político mundial

Los intentos de acercamiento a Occidente de países donde sí se había dado una fuerte reforma económica y política, como Rusia, habían sido denegados, no solo en los intentos mencionados de la década de 1990 sino en las sucesivas propuestas de Rusia sobre el establecimiento de nuevos conciertos de seguridad a medida que la OTAN seguía acercándose a sus fronteras tras los cambios políticos de los países de su entorno.

Las crisis económicas sucesivas terminaron de dañar la fortaleza de Occidente desde 2008, aunque aún se lograrían varias intervenciones como las de algunos procesos derivados de la Primavera Árabe, con especial foco en Siria y Libia. Tras varios síntomas de alejamiento de países como China, India, Rusia, Irán o Venezuela; quizá la Guerra de Ucrania podría ser el síntoma definitivo de la ruptura entre las democracias liberales y los países que no habían quedado integrados en el nuevo concierto político mundial.

La promoción de movimientos pro-occidentales por el mundo no siempre había llegado de la mano del liberalismo ortodoxo de Bruselas sino más bien de un fuerte nacionalismo liberal. Estos nuevos regímenes nacionalistas se irían fortaleciendo a medida que las crisis del mundo unipolar llegaban a Occidente. La caída de Kabul en agosto de 2021 y la caótica salida occidental de Afganistán sería un duro escaparate para certificar el fracaso de las “guerras interminables”. El estallido de la Guerra de Ucrania, sin duda, vendría caracterizado, como todo conflicto, por su propio contexto político local y regional, pero el fortalecimiento de los discursos nacionales a ambos lados de la frontera ayudaría al colapso de la diplomacia.

La entrada de países como Ucrania, Georgia o Moldavia a la OTAN era un tabú debido a que ambos mantenían disputas territoriales con entidades cercanas a Rusia

La posibilidad de una intervención militar occidental en Ucrania fue negada continua y persistentemente desde la Casa Blanca y desde la misma OTAN en un hilo que corría paralelo a la escalada entre Rusia y Ucrania. De modo que Rusia conocía de antemano la negativa occidental a una intervención. Una zona de exclusión aérea sobre Ucrania no solo sería inviable con Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU, salvo unilateralidad, sino que además supondría un casus belli con Rusia. El propio presidente Biden señaló dos semanas antes de la operación rusa que no podrían mandar efectivos a evacuarles como en Afganistán, puesto que si había choques entre tropas estadounidenses y rusas en Ucrania, se desencadenaría “una guerra mundial”.

La entrada de países como Ucrania, Georgia o Moldavia a la OTAN era un tabú debido a que ambos mantenían disputas territoriales con entidades cercanas a Rusia. Sin embargo, aunque en 2022 el momento geopolítico impedía a los occidentales lanzarse a una absorción de estos países por el riesgo real de desatar una guerra con Rusia, no habían tenido los mismos reparos cuando se dio la bienvenida a Kiev y Tiblisi en la cumbre de Bucarest de 2008.

Ofrecer un paraguas militar a países que podían involucrar a ambos bloques militares en una guerra mundial era un escenario a evitar

El mundo había cambiado. Ofrecer un paraguas militar a países que podían involucrar a ambos bloques militares en una guerra mundial era un escenario a evitar. Ese medidor de tensión mundial, con una potencial guerra continuamente a las puertas, pero evitada por todos los medios mientras se escalaba en distintas carreras como la armamentística, era lo que abría las puertas de una nueva Guerra Fría.

Los bloques no parecían tan inamovibles, y quizá no lo fueran en el nuevo escenario, por la falta de un cariz ideológico incompatible entre ambos como ocurriría en la Guerra Fría. Pero una “desglobalización” previa a la aparición de un nuevo “telón de acero” llevaría a que muchos países tratasen de incrementar su soberanía industrial, energética y alimentaria. La interdependencia existente en el mundo globalizado hace que el desacople inmediato no sea una opción si se quieren evitar derrumbes como reacción consecuente.

El cierre de filas de la UE sobre la OTAN en el caso de la crisis ucraniana hacía presagiar la construcción de un nuevo telón de acero, al menos a nivel técnico

La gravedad de los hechos acaecidos en Ucrania llevaron a los países occidentales, especialmente a los europeos, a poner sus nuevos y urgentes objetivos geopolíticos por delante de la seguridad energética o alimentaria, que ya de por sí venían dañadas. Se logre o no reconstruir segmentos de la cadena de suministros tanto desde el lado occidental como desde el ruso, el encarecimiento de no emplear la cadena existente con los países vecinos parece asegurado. Pero dicha dilatación da una oportunidad para que el desacople global sea algo más ordenado de lo que debería implicar una política de sanciones con supuesto ánimo disuasorio.

El cierre de filas de la UE sobre la OTAN en el caso de la crisis ucraniana hacía presagiar la construcción de un nuevo telón de acero, al menos a nivel técnico. La dureza inusitada de las sanciones contra Rusia también abría la puerta a una escalada de reciprocidad que retroalimentase dicho desacoplamiento y “desglobalización”, que ya había comenzado con la ruptura del G8 tras las sanciones por la anexión de Crimea. La salida de Rusia del Consejo de Europa seguiría esa estela y allanaría sobremanera el camino al trato de espaldas entre bloques en construcción. Lo cual aún tendría un largo recorrido, probablemente por décadas, independientemente de cuándo acabase la Guerra de Ucrania.


Alejandro López Canorea es especialista en Política Internacional y coordinador del equipo de analistas de Descifrando la Guerra. Es, además, autor de 'Ucrania. El camino hacia la guerra', que acaba de publicar La Esfera de los Libros.