A Eurovisión siempre hemos mandado lo que éramos o lo que queríamos ser. Cuando éramos una dictadura de catolicismo melódico e infantil y de señores de gafa gorda dirigiendo los ejércitos y las misas igual que una orquesta, mandábamos precisamente eso. Cuando no nos dejaban ser de la Europa moderna, nuestro orgullo de ser como el Egipto del continente mandó a Remedios Amaya con los pies mojados en aceite de ánfora y agua de barco de papiro. Cuando creíamos que habíamos conquistado la modernidad y el mundo otra vez con la Macarena o el Aserejé, mandamos a Las Ketchup, que en realidad eran como azafatas de una fiesta JB que sólo servían para fiestas JB. Ahora, en la Europa hortera queremos ser los más horteras, aunque eso es mejor que volver a ser una misa folclórica o política, o sea mejor Chanel que las Tanxugueiras, y mejor el culamen que el sermón.
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