Pedro Sánchez ya se desayuna con unas encuestas que parecen esquelas de ingeniero de caminos o de dama de beneficencia, esas esquelas de antes que dejaban en el periódico y en los dedos un frío de suelo de iglesia. Nadie reacciona bien cuando se ve o se vislumbra así, con orla de grecas negras, en una caja de zapatos con cruz como si fuera un periquito muerto, ajedrezado con otros difuntos vecinos o compadres, y quizá por eso sacó la Gürtel el otro día, como un reproche a los antepasados de aparador. Sánchez está sin socios, tiene un Gobierno enfrentado o infiltrado y lleno de ministros de vitrina, como de escaparate toledano, y una crisis económica, democrática y de credibilidad que no se puede solventar con leyes simbólicas y latiguillos de comedia. Sánchez tiene que hacer algo y lo hará después de las elecciones andaluzas, no por darle una oportunidad al milagro sino para no adelantarse a los bichos de cementerio. Sánchez, por supuesto, hará lo de siempre: deshacerse y desdecirse.

Empieza el desmontaje de Pedro Sánchez para dejar a un Pedro Sánchez exactamente igual, como esos ricos caprichosos que se trasladan el palacio piedra a piedra y hiedra a hiedra. Ya estamos oyendo hablar de eso de la “geometría variable”, que suena a que en Moncloa están con pronóstico de tormenta y con la brújula loca, lo cual es cierto. El término lo inventó o lo puso de moda Rubalcaba, que era de ciencias, y se refiere a hacer ingeniería con los apoyos parlamentarios como se hace ingeniería con un turbocompresor, añadiendo o quitando piezas, válvulas, superficies, abrazaderas y chispazos. Esto, en realidad, lo que significa es que lo primero que va a desmontar Sánchez va a ser su monstruo de Frankenstein, como devolviendo sus trozos de carne a la morgue.

En un momento dado, el hombre de Estado se declarará acorralado por los extremismos, dirá que así es imposible gobernar

La “geometría variable”, ya verán, será una especie de ghosting a los indepes y a los podemitas, y terminará en ese Sánchez de impecable constitucionalismo, el que veía claro el delito de rebelión y el que no dormía tranquilo pensando en Pablo Iglesias como en un payaso asesino. O sea, terminará en el Sánchez verdadero, por supuesto. El PP tumbó la comisión de investigación sobre Pegasus, le ha aprobado a Sánchez alguna ley más o menos lateral y seguirá apoyándolo en cuestiones de Estado, cree uno, que es lo que hacen los padres responsables como Feijóo, ya algo así como Papá Pitufo con Ayuso de Pitufina. Todo esto le ayudará a Sánchez a irse haciendo el traje aperlado y la sien aperlada del hombre de Estado, a pesar de que casi se carga el Estado. En un momento dado, el hombre de Estado se declarará acorralado por los extremismos, dirá que así es imposible gobernar (a pesar de que así ha gobernado todo el tiempo) y convocará elecciones por el bien de España.

Su Gobierno también cambiará, que ya digo que está lleno de ministros que parecen una colección de dedales decorativos, que uno no sabe qué hacen mal ni bien porque no hacen nada, salvo estar allí, en perfecta e inútil alineación, como recuerdos de Plasencia entre fotos de comunión. Los ministros de Sánchez han llegado a ser como triunfitos, llega un momento en que ya no los recuerdas, o no los conoces, o los confundes con otra edición u otro gabinete. La última remodelación quitó pesó político, esos ministros que eran auténticos pisapapeles ideológicos, como Calvo o Ábalos, pero no fue a cambio de poder vender gestión, que algunos ni siquiera pueden vender presencia. Sánchez, cree uno, no sólo se deshará de los ministros más quemados (imagino que Marlaska, que parece una barca agujereada), sino que necesita volver a ser el que llamaba al Gobierno a astronautas y starlettes, el del casting para los ministerios como para La isla de los famosos. El último golpe, aunque eso tardará, será cuando un Sánchez escandalizado por tanto radicalismo expulse a los ministros de Podemos y los vea partir entre humo negro.

Empieza el desmontaje de Pedro Sánchez para volver a montar a Pedro Sánchez, como cuando reparaban a Mazinger Z entre chispas tecnológicas o infantiles. Yo creo que, aunque está nervioso mirando esas encuestas o esquelas, él aún tiene esperanza. Aunque amenace con la Gürtel como con un atizador de chimenea, o sea con un enfado en todo caso de caballero, aún confía en su plan de resiliencia. En sus salones de la Moncloa, entre la confitura pictórica y la confitura servicial (a veces se mezclan y el servicio le deja un Rothko hecho con el mocho o la tostada), Sánchez se desayuna cada día con unas encuestas como esquelas de señor notario, que dejan en el periódico y en los dedos un frío de lápida fregada y una tinta pegajosa de chapapote de muerto. Pero luego Sánchez se mira en el espejo, o en las aguas de su colchón de agua, con temblor de arpa, y algo le dice que no será tan fácil acabar con él. Nuevos ministros, nuevos acuerdos, nuevo hombre de Estado, nuevo Pedro Sánchez, nuevo olvido del pueblo, por qué no. Y además se da cuenta de que sólo una cosa sería mejor que ver a Yolanda Díaz comerse a Podemos: ver a Yolanda Díaz junto a él. Y entonces, ya, pasa de las esquelas a los horóscopos.

Pedro Sánchez ya se desayuna con unas encuestas que parecen esquelas de ingeniero de caminos o de dama de beneficencia, esas esquelas de antes que dejaban en el periódico y en los dedos un frío de suelo de iglesia. Nadie reacciona bien cuando se ve o se vislumbra así, con orla de grecas negras, en una caja de zapatos con cruz como si fuera un periquito muerto, ajedrezado con otros difuntos vecinos o compadres, y quizá por eso sacó la Gürtel el otro día, como un reproche a los antepasados de aparador. Sánchez está sin socios, tiene un Gobierno enfrentado o infiltrado y lleno de ministros de vitrina, como de escaparate toledano, y una crisis económica, democrática y de credibilidad que no se puede solventar con leyes simbólicas y latiguillos de comedia. Sánchez tiene que hacer algo y lo hará después de las elecciones andaluzas, no por darle una oportunidad al milagro sino para no adelantarse a los bichos de cementerio. Sánchez, por supuesto, hará lo de siempre: deshacerse y desdecirse.

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