Pedro Sánchez no sólo es el Doctor Amor, sino que es un verdadero médico de la política. Sánchez nos recibió en el debate sobre el estado de la nación con esta metáfora, igual que el médico te recibe en su despacho asacristanado, muy condecorado de diplomas góticos en las paredes y de bolígrafos de colores en el bolsillo, que parece que te podría operar sólo con los bolígrafos. La metáfora venía a explicar que, ante un cólico o ante una crisis, uno puede ir al médico, o sea Sánchez, guapo y eminente como un médico de culebrón, o a ese curandero de la derecha, o sea Feijóo, con sus ristras de ajos, sus cataplasmas de vieja y su estampita de santo campanero. No era mala metáfora, y le ayudaba que le brillara como un estetoscopio ese pin de la Agenda 2030, agenda ya sobrepasada y despintada con la crisis, con su cosa de yogur Yoplait. Lo que pasa es que, en este caso, hay un curandero que receta reformas y optimización del gasto, y un médico que para curarte a ti lo que hace es quitarles los puros a los señores de los puros. Así es la ciencia sanchista.
Sánchez, médico de la política, científico de la economía y enfermera de noche del amor, en realidad ha renunciado a la gobernanza para dedicarse al buen bandolerismo sentimental (un día aparecerá en mallas verdes, que seguro que le sientan de escándalo). Sánchez cree que el españolito, que sufre eterno dolor de muelas de pobreza y paro, disfruta más con la revancha de clase y la limosna que con la salud y la prosperidad. Los señores de los puros, obscenos y abotagados, que están ahí en el Ibex como en una corrida de rejones, tienen que quedarse sin sus puros, que todos nos sentiremos mucho mejor así, como si la ausencia de ese humo nos mentolara el alma y el bolsillo. Yo me acordé de Yolanda Díaz en el Matadero de Madrid, declarando contra un solazo que parecía una sierra circular (ella estaba un poco entre Escarlata O’Hara y Rigoberta Bandini) que no hay más que coger el dinero de los ricos para que les salga su paraíso. Eso debe de ser el giro a la izquierda de Sánchez, esa misma insolación.
La economía, para el doctor Sánchez, no es nada comparado con el placer de ver a los bancos caer en bolsa y a los banqueros con la chistera volada y la pechera del frac enrollada hasta la nariz, además de ver a sus socios aplaudir el feliz giro a la izquierda, claro. Aun sin esperar que Florentino apareciera en mi puerta, rodeado de sus mamachichos asesinas, para ordenarme defender al Ibex, lo primero que uno piensa es que anunciar un impuesto no es tan importante como anunciar en qué se va a gastar. Y, de momento, el doctor Sánchez sólo nos anuncia otra vez parches y cupones que parecen más propios de una marca de caldo de pollo que de un Gobierno. Lo segundo es que, en realidad, lo que se va recaudar por estos impuestos especiales, justicieros y ejemplarizantes a las eléctricas y a la banca no es nada comparado con lo que el Estado ya ha recaudado por IVA y otros impuestos gracias a la propia subida de precios. Y los señores de los puros, que no van a renunciar a los puros ni a los mofletes colorados, terminarán repercutiendo el impuesto en el consumidor, o sea que ellos seguirán en su sauna machota de humo y el currante estará aún más asfixiado.
En este caso, hay un curandero que receta reformas y optimización del gasto, y un médico que para curarte a ti lo que hace es quitarles los puros a los señores de los puros. Así es la ciencia sanchista
La bolsa caía (eso siempre es una buena noticia para la economía y la democracia, lo firmaría Pablo Iglesias) y a los señores de los puros se les caían los tirantes hasta dejar ver sus calzoncillos con lunares de dólar. Y el doctor Sánchez, por supuesto, sonreía, satisfecho, providente, curativo, mientras el pin de la Agenda 2030 le brillaba como el diente de oro de Pedro Navaja, no sé si por detrás o por delante de los otros brillos de sus otros planes de transformación, resiliencia o cansinismo, como ése que llegaba a 2050, donde a lo mejor no llega nadie. Los señores de los puros se quedan sin los puros, y eso es más importante que tener ahora a Rusia como segundo proveedor de gas. Los señores de los puros se quedan sin los puros, y eso es más importante que renunciar a la energía nuclear. Los señores de los puros se quedan sin los puros, y eso es más importante que 22 ministerios como 22 Potosíes. Los señores de los puros se quedan sin los puros, y eso es más importante que tener menos crédito, menos inversión y menos empleo. Así es la ciencia sanchista.
En los emplastos del doctor Sánchez uno no ve ciencia, ni política, ni economía, ni medicina de pobre ni veterinaria de granja, sólo ve sanchismo. A los señores de los puros no es que no se les pueda quitar algún puro o algún pellizco de sebo capitalista, pero Sánchez no hace esto dentro de un plan económico, sólo dentro de un plan simbólico, como todo lo suyo. Los señores de los puros, los trenes gratis, los céntimos goteantes en las gasolineras, las becas con su patrocinio como el de un santo prócer con rotonda y biblioteca, sacar al Supremo de Estados Unidos y hasta ese contrafáctico sonrojante de preguntarse qué hubiera pasado en estos sucesivos apocalipsis si hubiera gobernado la derecha; todo esto, decía, sólo es simbolismo, esa cuchara de palo de simbolismo con la que Sánchez sustituye la economía, la política, el bienestar y la dignidad, incluso cuando nos estamos jugando la supervivencia.
El doctor Sánchez no tiene recetas, sólo su voz radiofónica en la noche con algún concurso de haikus y premios de discos o jamones, que eso parece su política. Ya fue sospechoso que empezara su discurso recordando el 23-F y otras oscuridades acharoladas para concluir que ya somos modernos, como si fuera Alfredo Landa, y que insistiera tanto en la capacidad de superación de España. Es la manera que tiene Sánchez de hacer virtud histórica y patriótica de su propia resiliencia o tentetiesismo, y de poner punto final en su grácil persona a toda la cutrez ibérica. No era un discurso sobre el estado de la nación, sino sobre el estado de su colchón, y las medidas eran contra las encuestas, no contra la crisis. Viendo a Sánchez en la tribuna, bailando otra vez entre brillos y billetes fajados, como Marilyn, supe que se preparaba para su truco final. El doctor Sánchez, que te cura quitando de fumar a los ricos o dándote pastillas Juanola para el hambre, por supuesto que no es el médico de este país ni de este cuento. Sigue estando más entre prestidigitador, Oprah y estafador de Tinder.
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