Opinión

Como Thelma y Louise

Fotograma de 'Thelma y Louise'.

Los primeros recuerdos veraniegos que tengo de mis dos hermanos están asociados a nuestras largas vacaciones en la sierra madrileña. Nuestro padre había nacido y crecido en ese entorno y sabía que para unos niños urbanitas nada mejor que una buena dosis de naturaleza para sacudirse el polvo del asfalto. Aquellos viajes de ida y vuelta en el dos caballos marcaban el inicio y el final del verano. Es un trayecto que ahora hago a diario pero entonces nos parecía interminable. Los tres íbamos en el asiento trasero de aquel coche mítico rodeados de tiestos que mi madre cuidaba como tesoros. Lo mejor de la ida era lo que nos esperaba: la pandilla, la piscina y un prado en el que había espacio para que los niños jugáramos al béisbol, al tenis o al fútbol. Lo peor de la vuelta, la caravana interminable y el carrusel deportivo. Aquellos fueron los primeros viajes con David y Maite.

Muchos años más tarde Maite y yo nos lanzamos a visitar a David, que realizaba un voluntariado en Campeche, México, junto a su novia, Ana. David es el más pequeño, pero siempre me ha dado lecciones de madurez. Nunca se ha dejado llevar por la corriente. Al terminar sus estudios Ana y él quisieron trabajar sobre el terreno con refugiados guatemaltecos. Ahora su hija mayor, Marta, ha probado una experiencia similar en la frontera con EEUU. Maite y yo empezamos en Cancún porque el viaje salía así más económico pero salimos de allí en cuanto pudimos. En aquel momento ni nos planteamos alquilar un coche. Nos pareció más práctico y seguro el autobús. Aprovechábamos las noches para viajar y así ahorrábamos. Ver cómo vivían David y Ana nos impresionó, sobre todo a Maite, que es una cuidadora nata. Aquello era más que austeridad. Pero estaban felices y es lo que intenté que mi hermana entendiera. El contraste con nuestras comodidades habituales nos impactó, como también nos chocó la generosidad de sus compañeros. Nunca me supieron tan ricas unas quesadillas como entonces. Casi me atrevo a probar el chile para desayunar por responder a tanta entrega.

Siempre me ha venido bien su prudencia y creo que a ella tampoco le ha perjudicado que yo fuera más osada. Nos complementamos como Thelma y Louise

Nosotras continuamos con nuestro itinerario hacia Chiapas, donde se había gestado la revolución zapatista. Quería ver San Cristóbal de las Casas y no nos decepcionó. En el trayecto entraron a revisar la documentación unos soldados tan bravucones como inexpertos. Iban armados hasta los dientes. Maite no paraba de repetirme que no dijera que era periodista. Me reinventé como profesora. Siempre me ha venido bien su prudencia y creo que a ella tampoco le ha perjudicado que yo fuera más osada. Nos complementamos como Thelma y Louise.

A diferencia de ellas, viajamos juntas pero no siempre solas. Nuestra primera aventura en coche fue con nuestro primo Jaime, a quien las dos queremos con locura. Llevaba yo pocas horas de volante y se arriesgaron a que les pilotara por la costa meridional de Portugal. Había que tener mucha fe en mi y en el propio destino para dejarse llevar, pero tuvimos suerte y solo sufrimos un pequeño accidente sin importancia, que nos permitió experimentar la amabilidad y paciencia de los gendarmes portugueses. Tavira nos enamoró. Y disfrutamos del atardecer en el cabo de San Vicente. A la vuelta yo iba tan agotada que no vi un conductor suicida con quien nos cruzamos. Casi se bajan en marcha.

A partir de ahí Maite lleva las riendas en nuestros periplos en coche. Conduce como vive: pensando en los demás. Incluso cuando está hundida como aquella vez que sufrió de desamor y fuimos a buscar cura en el Cabo de Gata. Allí encontró refugio y nos reímos de sus desventuras que eran las nuestras. Creo que fue la única vez en que cuidamos de ella. No tardó en reaccionar y reírse de su propio pesar. Aquello fue un punto de inflexión y desde entonces veranea allí con sus grandes amores, Manuel, con quien volvió tras aquel bache, y su hija Ana.

En los últimos tiempos contamos con Ana en nuestras salidas. Nos gusta combinar mar y naturaleza, ya sea en el sur gaditano o en el norte asturiano. Ana es una maestra en el arte del disfrute. Con ella cada desayuno es una fiesta; cada caminata, un aprendizaje; cada baño en el mar, un descubrimiento. Sabe escuchar y observar sin juzgar. Hace un par de años le pregunté cómo definiría a sus padres y sin dudarlo me dijo: “Son buenas personas”. Ojalá esté alguna vez a su altura.

Así de bien rodeada empecé lentamente a recomponerme tras una pandemia, una guerra en marcha y una crisis al acecho. Solo espero que nada de esto nos abrume y sigamos siempre juntas como Thelma y Louise.

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