De vuelta ya de este corto y tórrido verano nos damos de bruces con las mismas polémicas, los mismos problemas e iguales angustias con las que nos fuimos a descansar, o a tratar de hacerlo, hace algunas semanas. A las preocupaciones ya recurrentes relacionadas con la catastrófica guerra en Ucrania, con la crispación política en países como España o mi amada Italia y con la incertidumbre económica provocada por la inflación y el encarecimiento disparatado de la energía, se ha unido en los últimos días un ‘escándalo’ que no ha sido tal, salvo para esa parte de la sociedad cada vez más hipócrita y radicalizada: la difusión de un vídeo de la primera ministra finlandesa divirtiéndose en una fiesta privada, como cualquier ciudadano anónimo, que ha sido aprovechado por los sectores más ultras para acusarla de drogadicta y pedir a gritos su ‘condenación eterna’.
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