Opinión

Más gasto militar, más leña al fuego

Voluntarios del batallón de Dzhokhar Dudayev durante un entrenamiento en la región de Kiev. EFE

La exigencia por parte de la OTAN a sus países miembros de que dediquen al menos el 2% de su PIB a gasto militar es totalmente arbitraria. No hay ninguna explicación lógica detrás de este criterio ni se argumenta de modo alguno si destinar el 2% de nuestra economía a lo militar es la proporción óptima de ejércitos y armamentos.

Esta exigencia responde más bien a los intereses de Estados Unidos, que tienen mucho que ganar en un mundo crecientemente militarizado y polarizado. Si agregamos su gasto, los países de la OTAN ya dedican 17 veces más que Rusia a gasto militar. ¿Cómo va a mejorar nuestra seguridad colectiva aumentar aún más esta diferencia? ¿No es evidente a estas alturas que debemos apostar por otras vías?

Los países de la OTAN ya dedican 17 veces más que Rusia a gasto militar

Desde amplios sectores del movimiento pacifista se defienden precisamente estas vías alternativas: es necesario acometer reducciones drásticas del gasto militar, para frenar la espiral armamentista en la que estamos sumidas (y que solo puede llevar a más guerras) y para reorientar los recursos liberados hacia los sectores que con urgencia reclaman nuestra atención (crisis climática, económica, humanitaria, de desigualdades…).

Hacer frente adecuadamente a estas emergencias globales iría en línea con nuestra propuesta de implementar otros modelos de seguridad: la seguridad humana, que pone a las personas en el centro e identifica amenazas más plausibles y acuciantes, como las que se derivan de no tener las necesidades básicas cubiertas; o, por otro lado, la seguridad común que, al nivel de países, apuesta por unas relaciones internacionales basadas en la cooperación y el desarme, en contraposición a los riesgos (y en respuesta a los repetidos fracasos) que supone apostarlo todo al uso de la fuerza o la amenaza de esta.

Con Ucrania se está aprovechando el desconcierto y el miedo para introducir políticas que en otro contexto serían inaceptables e impopulares

La guerra de Ucrania es un ejemplo más de lo que Naomi Klein denomina doctrina del shock: en una situación de crisis se aprovecha el desconcierto y el miedo para introducir políticas que en otro contexto serían inaceptables e impopulares. Y, como ha ocurrido en muchos otros casos, lo que se nos ofrece como respuesta a la guerra en Ucrania es precisamente aquello que la ha provocado, es decir, el militarismo y el armamentismo. La invasión de Ucrania por parte de Rusia viene por tanto a demostrar algo que el pacifismo llevaba años advirtiendo: que dedicar tantos recursos a la militarización no genera paz ni seguridad, sino más bien todo lo contrario, y que las relaciones internacionales que los modelos de defensa y seguridad hegemónicos impulsan solamente pueden desembocar en guerras, tensiones y desconfianzas, además de provocar, exacerbar y sostener desigualdades, violencias y destrucción medioambiental.

El conflicto en Ucrania tiene desde casi el comienzo claros beneficiados y damnificados. Quién más tiene que ganar con este nuevo contexto es, sin duda, Estados Unidos, que ya está cosechando grandes dividendos económicos y estratégicos. A nivel económico, no solo se beneficia de un aumento de las exportaciones de algunos recursos que Rusia y Ucrania han dejado de vender en los mercados internacionales (por ejemplo, gas en el caso de la primera y grano en el de la segunda), sino que su gigantesca industria militar se frota las manos ante lo que a todas luces es una nueva carrera armamentista.

Según SIPRI, las cinco mayores empresas de armamentos del mundo están en los EEUU, y si miramos las 100 más grandes, 41 son estadounidenses. Estas empresas son responsables del 54% de las ventas de armas mundiales. A nivel estratégico, Washington consigue revitalizar una alianza militar a la que hace no mucho Macron consideraba en “muerte cerebral” y que hasta el propio Donald Trump pareció poner en cuestión más de una vez. Se reaviva también un escenario de conflictividad y polarización estilo Guerra Fría, con China y Rusia como enemigos sistémicos, que es muy favorecedor para unos Estados Unidos en la medida en que influye en la batalla económica que libra con el gigante asiático y que desde hace tiempo parecía tener perdida.

Rusia paga caras las consecuencias del imperialismo testosterónico y la tremenda torpeza estratégica que ha desplegado con esta invasión

El principal damnificado en esta situación es, en primer lugar, el pueblo ucraniano, al que se pide que resista y sufra las consecuencias de una guerra subrogada en la que los intereses en juego poco tienen que ver con sus necesidades. Por supuesto, también sale muy perjudicada con todo esto Rusia, que paga caras las consecuencias del imperialismo testosterónico y la tremenda torpeza estratégica que ha desplegado con esta invasión. También salen perjudicados los europeos, que se subordinan (de nuevo) a los intereses y formas de hacer de los Estados Unidos, lo que alargará la guerra y agudizará la crisis económica resultante, también por el aumento de los presupuestos militares en detrimento de la inversión social y medioambiental.


Quique Sánchez es técnico de proyectos del Centre Delàs d'Estudis per la Pau / IPB-GCOMS.

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