El debate en el Senado lo había comenzado mucho antes Tezanos, ese abuelo que hace trucos de magia o sólo un truco de magia, el de llevarse nuestra nariz infantil en un pellizco, con mucha risa seria y mucha desmemoria de que siempre hace lo mismo. En realidad, Sánchez lo que hace en sus comparecencias es desplegar la España de Tezanos, esa mezcla de delirio, olvido, tebeo y Magia Borrás. El CIS de Tezanos no acierta nunca porque su misión no es acertar, sino proyectar sueños, escamotear narices e hipnotizar gallinas. Pero cuando Sánchez se sube a la tribuna del Senado, que es como un velódromo a esa hora de la siesta de la vuelta ciclista, o a la del Congreso, que es como el mueble bar de toda nuestra historia democrática, ya ha convertido esa España de Tezanos en una España sociológica, científica y cohetera que él se limita a enseñar como un atlas. Es lo que le dijo Feijóo, más directo y menos temblón que la última vez: “El dibujo que tiene de España es el mismo que Tezanos en sus encuestas”. Cuando Sánchez subió para la réplica, aún llevaba una naricilla robada y mocosa entre los dedos, con mucha risa seria y mucha desmemoria.

El debate lo había empezado Tezanos, es en Tezanos donde empiezan todos los debates y estrategias de Sánchez, en números, gráficos, esperanzas y quinielas dados la vuelta ridículamente como un paraguas, como aquella vez que a Sánchez se le dio la vuelta un paraguas y parecía la Pantera Rosa. Esta vez, además, Tezanos entraba directamente porque acababa de finiquitar a Feijóo diciendo que “la gente ha visto que no tiene los conocimientos necesarios”. Si sabrá él lo que piensa la gente… Pero uno ve normal que Tezanos y Sánchez se defiendan el uno al otro, que en el fondo Tezanos sólo tiene a Sánchez y Sánchez sólo tiene a Tezanos, aunque el presidente, al final de su discurso, le diera las gracias “a su equipo”, como un futbolista recogiendo un premio, como si fuera Messi con esmoquin de pececitos.

Sin ese mapa de un mundo fantástico que Tezanos le ofrece como un enanito tolkiano, ni siquiera sus tres vicepresidentas, a las que Sánchez expresó su gratitud, sus tres vicepresidentas como tres ángeles de Charlie, tendrían material con que trabajar.  Tendrían que trabajar con la realidad, el propio Sánchez tendría que trabajar con la realidad, que es como si Messi tuviera que trabajar con un bisturí. Sánchez se lleva tan mal con la realidad que llegó a usar en el debate “argumentos contrafácticos”, que es un oxímoron. Un contrafáctico no sólo es una frase típica de pasivo-agresivo, algo como “si hubieras estado aquí no me habría pasado esto”, sino que no sirve para refutar ni para demostrar nada. Es lo último, en realidad, a lo que alguien recurriría para intentar demostrar o refutar algo, salvo que seas una suegra dominante. O seas Pedro Sánchez, claro. Pero en el mundo de Tezanos, ese mundo que es un sombrero de sombrerero loco dado la vuelta, estas cosas son posibles, son hasta demoledoras, y el sotanillo de Moncloa se atreve a ponerlas en un discurso, supongo que después de desechar otras opciones como “es la primera vez que me siento en todo el día”, “si tus amigos se tiran de un puente, ¿tú también?” o “me vais a matar a disgustos”.

Feijóo sólo tenía que pasear a Sánchez por el resto de Europa

Todo se resume en que Sánchez tiene un plan y ese plan va bien. El plan es reformar, proteger y repartir, que parece el lema de un déspota ilustrado o de una mutua de guardabosques, pero que en cualquier caso es curativo desde que se lo invoca y ya decimos que funciona. Como prueba podría haber sacado el CIS, con su cosa de evangelio al viento o literatura de cordel, o al mismo Tezanos, que saliera Tezanos como un banderillero jubilado a esa arena esculpida del Senado. Sánchez apenas tiene a Tezanos y algunas frases de mecedora que pueden sonar motivadoras, descorazonadoras o sólo siniestras si uno las repite mucho, en plan “vamos a salir de ésta”, “vamos a doblegar la curva” o “al fin y al cabo Lituania está peor”. Sánchez es verdad que las repite mucho, y uno se lo imagina diciéndolo con la mecedora chirriando y ciñéndose una y otra vez la rebequita ya ceñida. Esto daría grima en cualquier sitio, pero en el mundo de Tezanos, no. En el mundo de Tezanos, estas son las frases que convierten a Sánchez en líder y hacen que le vuelvan a caer escaños como a la suegra dominante le caen abrigos y joyerío en algún universo del revés.

Sánchez parece haberle cogido el gusto a estos debates ventajistas, cuesta abajo, que el Senado recién encerado le deja. Pero esta vez Feijóo estuvo rápido sin resultar confuso y certero sin resultar atropellado. Sánchez cree que sólo tiene que desplegar el mundo de Tezanos, como un mapamundi de lord geógrafo, y mirarlo y leerlo lentamente con lupa. Claro que lo de la lupa es otro truco, las magnitudes relativas, las escalas a las que Sánchez tiene que descender para que la fantasía resulte creíble y el fracaso se convierta en éxito. Crecemos más que los demás, pero estamos mucho más abajo; la inflación nos desciende más que a nadie, pero es mucho más alta; vuelan millones como confeti, pero la deuda nos asfixia y la actividad decae. Es la “hipoteca general del Estado”, como llamaba Feijóo a los presupuestos. Una hipoteca que sabemos que debe complacer, antes que a nuestro futuro, a sus presentísimos socios.

Feijóo no tenía que ser brillante, que creo que no sabe, ni gracioso, que creo que tampoco, salvo cuando dijo que a él no le preocupan las elecciones porque ya ve lo bien que le va a Sánchez en las encuestas. Feijóo sólo tenía que señalar estas obviedades, sólo tenía que pasear a Sánchez por el resto de Europa, y por sus frases, hechos e hitos pasados, como lo pasearía un fantasma dickensiano, y el mundo de Tezanos, o sea de Sánchez, se venía abajo con una gravedad arenosa de puzle dado la vuelta. Al final, todo este gran artefacto aerostático de Sánchez y Tezanos, este Tezanos que tiene algo de viejo con globo o con barca o con saco en algún cuento o pesadilla infantil, se desarma con obviedades y se desinfla con la realidad. Yo creo que Sánchez, como Tezanos, aún se cree que lleva nuestra nariz robada, ahí en su bolsillo lleno de caramelos de abuelo y botones de niño, o al revés. Aún se va, contento, riendo de ingenio y desmemoria.