La semana que está a punto de concluir nos ha dejado una nueva página de todo aquello en lo que no debe convertirse, ni la vida política ni la parlamentaria, en un país que ocupa, por derecho propio, el cuarto lugar en las economías de la Eurozona. El debate del proyecto de ley más importante de cuantos debe acometer un gobierno cada año, el de los Presupuestos Generales del Estado, ha vuelto a estar, un año más, trufado de electoralismo, de acusaciones cruzadas entre los grupos mayoritarios de la Cámara, y de una alarmante falta de adecuación a los intereses y a las angustias rales de los ciudadanos que, sinceramente, en unas circunstancias tan difíciles como las que atravesamos, no creo que merezcan.
Han sido días muy intensos en los que la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, ha tenido que emplearse a fondo para explicar en qué forma el gobierno pretende cuadrar unas cuentas públicas que, con la actual coyuntura, parece una tarea más que ciclópea.
España no está para tacticismos electorales. Necesita política de altura.
Con una inflación que, según acabamos de conocer, ya ha rebajado su tensión hasta un 7,3 por ciento, pero que sigue siendo tremendamente elevada, con unos precios de la energía desbocados y con un mercado de trabajo que, aunque apunta señales de recuperación, aún no permite ser optimistas habida cuenta que nuestro 12 por ciento de paro dobla a la media de los países de la OCDE situada en algo más de un 6 por ciento, España no está para permitirse el lujo de una clase política enzarzada en discutir si la urgente y necesaria reforma del Consejo General del Poder Judicial depende o no de las exigencias de los grupos nacionalistas de la Cámara, básicamente de ERC y si condicionarían con ello su apoyo o no a estos Presupuestos. Por no continuar con la envenenada consecuencia colateral: la ruptura en la práctica, por parte del PP, de las negociaciones para desbloquear la renovación del Consejo General del Poder Judicial, lo que aboca a la Justicia en España a una situación límite por un movimiento que tiene mucho de tacticismo electoral y que evidencia una gran irresponsabilidad.
El gasto público debería recortarse frente a quienes opinan que es en las presentes circunstancias cuando debe hacerse más presente el escudo social
Sinceramente, nada de todo esto me parece serio. Tampoco lo es el hecho de poner en tela de juicio la posición, por ejemplo, de los nacionalistas vascos, que exigen a cambio de su apoyo unas contrapartidas que pueden ir, desde más transferencias hasta el impulso gubernamental a selecciones vascas de pelota o de surf. ¿O es que a estas alturas puede fingirse ignorancia en cuanto a que la esencia de la política es la negociación y la cesión mutua? Un Partido Nacionalista Vasco con quien, por cierto, se reúne también de manera discreta el principal partido de la oposición. ¿A qué estamos jugando?
Pese a quien pese, Sánchez sigue teniendo la mayoría parlamentaria para mantener sus políticas
A pesar del bochornoso espectáculo como digo ofrecido por algunos grupos de la oposición, básicamente el PP y Vox, tal y como estaba previsto, las enmiendas a la totalidad han sido rechazadas por una diferencia de 186 a 159. La evidencia de que Pedro Sánchez, dígase lo que se diga, sigue teniendo una mayoría suficiente que respalda sus políticas, está a la vista. A esto debe añadirse que, a pesar de que las grandes cifras de estos Presupuestos sean más o menos cuestionables, de que pueda discutirse si deben ser unas cuentas más contractivas o expansivas, de que haya quien sostenga, y con evidencias de pura teoría económica liberal, que el gasto público debería recortarse frente a quienes opinan que es en las presentes circunstancias cuando debe hacerse más patente el escudo social, lo que es indiscutible es que Pedro Sánchez va a pasar, de momento, a la historia como el único presidente que ha visto aprobados sus cuatro presupuestos. ¿O ya no se recuerdan los años en los que esto era imposible y durante casi cuatro ejercicios España vivió con unos Presupuestos prorrogados, elaborados por Cristóbal Montoro… ¡en 2012!
El doloroso y traumático trámite de la ‘Ley Trans’
Por si fuera pequeño el escándalo, o a mí al menos me lo parece, que suscita mezclar el debate de si los secesionistas se aprovechan o no de Pedro Sánchez con la discusión parlamentaria de las cuentas públicas, otra ‘china’ en el camino de la izquierda ha venido a dar alas a los profetas de la catástrofe y a los que hacen del enredo y del ‘cuanto peor para ellos mejor para nosotros’ su santo y seña: la divergencia de opiniones acerca de la tramitación de la ‘Ley Trans’. Una divergencia que se ha enquistado, no sólo entre los ministros socialistas y los de Unidas Podemos, sino entre algunos destacados miembros del grupo parlamentario socialista. La renuncia de la histórica diputada del PSOE Carla Antonelli, tras más de 40 años de militancia y de servicio a la causa y a las ideas del partido que lidera Pedro Sánchez, ha sido un aldabonazo tan doloroso que debería bastar para resonar en algunas cabezas durante mucho tiempo y hacerles reflexionar.
Creo que, como siempre, la verdad absoluta no está en ninguno de los dos bandos que, por lo demás, jalean festivamente los trogloditas de este país radicados en la derecha política más rancia y ultramontana. Ni Carmen Calvo ha dejado de ser una política, exvicepresidenta del Gobierno nada menos, comprometida con las ideas socialistas, mujer honrada y de izquierdas a carta cabal a la que no se puede poner en la picota pública, ni el numerosísimo colectivo que ansía por fin, después de años de ignorancia y estigmatización, un reconocimiento y un sustento legal a su especificidad, merece ser despreciado o ridiculizado por una parte de lo que se ha dado en llamar el ‘feminismo clásico’. Nada de esto hace un favor sino todo lo contrario a un paso absolutamente nuclear en la conquista de nuevos derechos que son irrenunciables. ¡Hablamos de Derechos Humanos, demonios, no de ‘politiqueo’ barato!
¿Será mucho pedir el volver a dejar ‘negro sobre blanco’ la expresión de mi mayor deseo? ¡Que los políticos dejen de mirarse el ombligo y hacer de cada uno de sus actos un mero cálculo electoral y que de una vez se pongan a trabajar, con honradez, eficacia y altura de miras, por los intereses y las angustias de los ciudadanos!
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