Cuando vimos a Irene Montero llamar machistas a los jueces y acusarlos de prevaricar gozosamente con su ley, un poco como si se tocaran bajo el frufrú de sus togas, me fijé en que estaba en el Matadero de Madrid, ese lugar que parece una estación bombardeada constantemente por las ideologías. Allí fue donde Yolanda Díaz presentó su proyecto, Sumar, con un sol como una lata de tomate frito de obrero, allí hirviendo abierta en el cielo. Estamos pensando que Montero está atacando a los jueces, al imperio de la ley y a los fundamentos del derecho por ofuscación, ignorancia, fanatismo o “soberbia intelectual”, que ha dicho García-Page (sería soberbia moral, en todo caso, que es la única soberbia de los puritanos). Pero quizá Montero sólo ataca a Yolanda Díaz, y por pura supervivencia. Quizá fue entrar en el Matadero, esa colegiata de ladrillo fabril, como con cristos encofradores, allí donde Yolanda se apareció en cuerpo glorioso y del Greco, y sentir que tenía que hacer algo para recuperar la parroquia o para recuperar la fe.

Irene Montero, ya candidata pablista, se está disputando con Yolanda Díaz el sitio y la cátedra de la ultraizquierda, y no hay nada más serio para esta gente

Irene Montero, ya candidata pablista, se está disputando con Yolanda Díaz el sitio y la cátedra de la ultraizquierda, y no hay nada más serio para esta gente que este tipo de batallas singulares por la supremacía o la supervivencia. Mientras Díaz tiene la popularidad, la paciencia, el tiempo y la misa obrera, Montero sólo tiene a Iglesias, como un cuervo de Poe en el hombro, y un par de leyes simbólicas, emblemáticas, nominativas, que no puede permitir que se le caigan o su ministerio se quedaría en una tetera. La ley Montero es Montero, es su peana, es su autoridad, es su herencia de pobre, que ya Podemos no tiene otra cosa que dejarle en herencia sino la coleta de Iglesias, como un chucho viejo que suelta pelo por la casa, y estas leyes con su nombre como un camafeo, funcionen mejor o peor. Ángela Rodríguez, especie de Sancho Panza de Montero, llegó a hablar de “diarrea legislativa”, que es justo lo que les ha salido, una profusión de papel en rollo y trompetería lávica. Pero ahora la urgencia es si cabe mayor, porque ya el enemigo no es el sistema, ni las cloacas, ni Florentino Pérez con sus mamachichos futbolistas, sino que Yolanda Díaz ha dejado de ser una compiyogui y se puede llevar a toda la izquierda en su cántaro de lechera de cuento.

Está el personal deshilando la cosa jurídica (los jueces tienen algo de dedales de ganchillo, sobre todo cuando los vemos en fila) y también la cosa ideológica, eso de que los que no creen en las leyes no pueden hacer leyes, ni malas ni buenas, sólo manifiestos y condenas. Pero quizá se nos pasa que lo más perentorio y lo más simple es que se trate de una lucha por el galleo de la izquierda y por los lugares comunes de la izquierda, allí donde están los señoros con faldón de cura, las élites fachosas con pompa oxoniense y el heteropatriarcado de cubata de puticlub. Montero se ha visto bien posicionada aquí, porque eso del macho opresor, más si está entarimado y ensotanado, puede equilibrar la menesterosa y dulce cesta de la compra de Yolanda con miel de flores. O incluso superarla, porque la rabia vence al hambre y, además, la izquierda ha demostrado que le funcionan mejor las revanchas históricas que las recetas económicas.

Irene Montero, inspirada o sobrecogida por el Matadero de Madrid como por unas catacumbas obreras, quizá no está tan enfocada en acogotar al violador como en acogotar a Yolanda Díaz, que se está llevando a la izquierda con su cosa de maestrita que enamora. Hasta hace poco, Montero sólo era una ministra de chaise longue o una viuda de mecedora, pero la arremetida de Iglesias contra Díaz la convirtió de repente en alternativa, en aspirante, en meritoria. Montero quizá cuenta la izquierda que se reunió en el Matadero con Yolanda Díaz, con sol y abanicos de plaza de toros, y luego cuenta la que sale el 8-M, como una gigantesca sombra de diosa o planeta Venus, y lo mismo cree que le salen las cuentas. Yo creo que no, yo creo que Montero se ha puesto nerviosa, que ha perdido la perspectiva, que ha forzado la ideología y que ha sobreestimado la estupidez incluso de la izquierda más estúpida. Irene Montero intenta pelear con todo lo que tiene, pero no pelea contra los jueces sino contra Yolanda Díaz. Además de pelear, claro, contra la extinción del podemismo en el que ella aún tiene como un estanco puesto. Pero yo creo que se ha equivocado. El truco del podemismo, el truco de Montero, ya no funciona igual, y no sólo por la mala calidad de la retórica sino porque han demostrado que no saben ni pueden gobernar, que no saben ni estar en democracia, sólo en los manifestódromos, que la realidad les vence y que hasta sus leyes parecen hechas por el enemigo. Ya veremos lo que dura Montero en la arena o en el Gobierno, que ahora mismo la ministra irredenta parece capaz no sólo de quemarse ella, sino de quemar a su partido y hasta la camisa de madame que llevaba Sánchez en Bali. El caso es que Yolanda sigue ahí, con su amonestación o su silencio como un palillo japonés para el pelo y para la puñalada, y Montero parece estar más cerca del adiós, del matadero del Matadero, que de volver a conquistar la izquierda de la mano de manifestantas con tijeras cortapichas festivas como matasuegras.