Vox, en Castilla y León y en cualquier sitio, sólo intenta ser Vox, y para eso apenas tiene estatuas ecuestres, marmolillos históricos, menas que te roban las tenis y esto del aborto, que es un ritornelo curil, meapilón, que sacan de vez en cuando como un san Luisito local por el tiempo de los alfajores o los pestiños. Vox tiene que hacer algo, supone uno, porque sólo está ahí, sentado a la derecha del PP, poniendo cara de asco y mandando pecadores al infierno, sin gobernar ni gestionar nada, porque lo suyo sólo pasa en las alcobas, en los tebeos y en los belenes. O sea que Vox se ha ido a una polémica de fondo de armario, de fondo de confesionario, de fondo del infierno, de fondo de olla, una especie de rascar las calderas de Pedro Botero buscando algo de zurrapa y de polémica. En Castilla y León no van a cambiar unos protocolos que ya establece claramente la ley, ni siquiera para ponerle a la madre por delante estampas infernales, anuncios de dodotis o Tres hombres y un bebé. Pero todo esto fastidia al PP y moviliza a la izquierda, y volvemos a prestarle atención a sus señores encabalgados en hormigón, que no hacen nada sino cabalgar parados. Y Sánchez, claro, respira.

Juan García-Gallardo, vicepresidente de Castilla y León, con su pinta de cura de dar guantazos teologales, supongo que se ha limitado a tirar de lo que había, que ya digo que no es mucho. Vox es como un circuito turístico por museos de mosquetes, obradores de mazapán toledano y colegiatas con candado de cinturón de castidad o cinturones de castidad con candado de colegiata, y todo es un empacho de imperio y de nacionalcatolicismo de pionono. El aborto sale ahí enseguida como aberración y como satanismo, como asesinato de Herodes y como diversión de feministas, suecas y brujas que están pidiendo la hoguera. Sí, porque el goce del piadoso no está tanto en salvar vidas o almas sino en castigar a los pecadores (“moral de linchamiento” lo llamaba Bertrand Russell, tan parecida a la que a veces practica la izquierda).

El aborto le coge muy a la mano ahora a Vox, tiene un poco de sermón abizcochado y un poco de martillo de herejes, o sea está entre santa Teresa de Calcuta y Abascal con morrión y torreznos. Vox está ya con el escándalo inverso (el fanatismo de la izquierda ha terminado convirtiendo la carcundia en rebeldía), el escándalo que causa el puritanismo religioso en una sociedad y en un mundo que ya no es religioso salvo en los búnkeres islámicos, en los búnkeres de Alabama, en los búnkeres del Kremlin y a lo mejor en los búnkeres de Montserrat (lo demás es sólo folclore y lotería de Navidad). Vox se excusa en el puritanismo de la izquierda para proponer su propio puritanismo de refajo y método Ogino, pero la verdad es que apenas tiene eso, el puritanismo, más la xenofobia y el sable del abuelo todavía con olor a ingle. 

No hay que olvidar el fondo de la polémica, que va más allá de Vox y de su electoralismo con target de convento pero capote a Sánchez

Vox sólo hace de Vox, ya digo, pero no por eso hay que olvidar el fondo de la polémica, que va más allá de Vox y de su electoralismo con target de convento pero capote a Sánchez. A mí, la verdad, siempre me ha chocado esto de los “pro vida”, que ni a los dioses ni a los hombres de Dios los he visto yo nunca muy “pro vida”, más bien al contrario, gustosos en el cristazo y en el pistolón, en la masacre de infieles, de herejes, de pecadores, de enemigos y hasta de inocentes si se les cruzan. Tampoco hay que irse al yihadismo, ni a lo de Amalarico (“matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”), ni a los beatones milicos de Argentina, con algo de godos. Basta recordar que Putin aún masacra a inocentes para luchar contra Satán, o eso dicen hasta los santos popes con barba de fumata de por allí.

Los “pro vida” yo creo que son más “pro tribu”, en el sentido de que es ciertamente una ventaja que los tuyos se reproduzcan más que los otros en el caso de que haya guerra a palos o guerra cultural, que también cuenta. Pero, en general, uno ve bastante sorprendente que los dioses y sus humildes siervos se preocupen más por un feto sin actividad del neocórtex que por un niño que va en patinete por el lado contrario de tu cruzada. O incluso por un monaguillo que ha cogido a trasmano la lujuria antinaturalmente contenida del cura. Pero el sufrimiento, bienaventurado sea, place a los dioses, y detrás de la propuesta, amago de propuesta, provocación o cornetazo de Vox en Castilla y León no está tanto la prevención como el castigo. Ese castigo siquiera psicológico de sembrar en la madre la terrible idea de que es una asesina, la asesina de su propio hijo, aunque no haya ahí en su vientre ninguna persona.

Con estas polémicas yo me acuerdo de la racionalidad, la ética, la moderación y el conocimiento científico con que Carl Sagan trataba el aborto en su libro Los dragones del Edén. Él, como yo, como otros, cree que no es el contenido genético ni la potencialidad de desarrollo de ese contenido genético lo que define el comienzo de la condición humana. En circunstancias propicias, cualquier óvulo o espermatozoide puede dar lugar a un ser humano, así que la polución nocturna de un casto cura implica la santa e inútil muerte de decenas de millones de potenciales hijos de cura. Con la clonación, cualquier célula podría servir para formar un nuevo individuo completo, así que hasta un pinchazo en el dedo sería un genocidio (el ejemplo, intencionadamente exagerado, es de Sagan).

Sagan argumenta que lo que empieza a hacernos humanos es la actividad del neocórtex (unas 12-14 semanas de embarazo), y que es ahí donde él situaría la frontera, más o menos el consenso en nuestro entorno. A mí me parece que situar el comienzo de la condición humana en la concepción es una superstición, pero eso no es importante. Lo importante es que el consenso actual consigue que la protección del nonato se equilibre con el problema, también profundamente ético, del sufrimiento de la mujer eventualmente esclavizada o granjerizada por la irremediabilidad del embarazo. Y, por supuesto, ningún religioso o supersticioso se ve constreñido en su libertad para tener los hijos que Dios o el Universo le mande.

Seguramente Vox no se plantea esto en serio, sólo va con la polémica como un coro de campanilleros va con su estribillo y su racarraca de botella de anís. Los dioses no se preocupan por la vida, sólo por el poder, y seguramente los partidos hacen lo mismo. El caso es que, con este viejo fondo de armario, de bonete o de olla, el PP rabia y Sánchez, como desde que Vox está ahí cabalgando caballitos de balancín, respira.