Dice Íñigo Domínguez en su Polo de limón (Libros del K.O.) que el verano es el verdadero paso de un año a otro, que el paréntesis y la pausa son más auténticos que el simbolismo del treinta y uno de diciembre. Teniendo en cuenta los ritmos a los que rinde nuestra sociedad, es cierto que esta época es el legítimo portal al nuevo curso, un limbo en el que proyectamos los propósitos y deseos a los que aspiramos antes de volver tras las vacaciones.

De esta forma, el verano se presta a cumplir todo aquello con lo que soñamos en la anestesia de los días rutinarios. Una especie de cajón de sastre en el que guardar la ilusión por los grandes viajes, las pasiones disfrazadas de ocio, los libros que dejamos para cuando tengamos tiempo o, simplemente, una sanadora esperanza de descanso.

La ilusión de cambio este año queda inevitablemente potenciada por el evento que marcará el verano: las elecciones

La planicie de este parón estival permite imaginar nuevos oasis en el horizonte de un camino que volverá a empinarse en septiembre. Un cambio de trabajo, de posición y de ciudad, o quizá una apuesta por otro tipo de proyecto vital y laboral. También hay espacio para fantasear con la idea de un nuevo amor o la esperanza de reencontrarse con uno que creíamos perdido; el regreso a un rincón olvidado de la infancia y la eterna promesa de la nostalgia. Al final, puede que no se acabe realizando nada de lo que esperamos, pero también es cierto que para el ser humano siempre ha sido más importante desear que cumplir.

La ilusión de cambio este año queda inevitablemente potenciada por el evento que marcará el verano: las elecciones. Ahora, aparte de imaginar nuestros propios propósitos, también debemos pensar en los distintos programas electorales que llenarán el futuro de promesas por cumplir. En este sentido, unos sueñan con dar un volantazo de timón que corrija un rumbo que consideran viciado, mientras otros creen que un nuevo impulso a este Gobierno ayudaría a cumplir los proyectos que quedaron en el tintero.

En el hueco que dejan estas dos fuerzas motoras, se agrupan tantos otros escépticos que ven en la política una histórica alternancia pactada que parece tan inalterable como el paso las estaciones. Y es que la capacidad para desear es tan humana como la desilusión que acaba conduciendo a la inacción.

Por eso lo más probable es que, una vez terminen los comicios, nadie salga completamente satisfecho con el resultado, haciendo girar de nuevo la rueda del entusiasmo a la decepción.

Independientemente de lo que ocurra cuando acabe este veraniego paréntesis impregnado de promesas electorales y propósitos personales, el eterno conflicto entre lo que nos gustaría que fuese y lo que nunca será, seguirá llenando nuestras vidas. Provocando que, por mucho que todo continúe prácticamente igual, sigamos soñando con que el verano que viene todo volverá a ser posible.